Bogotá, Bogotá
“La productividad en el campo colombiano lleva estancada más de dos décadas”
Santiago Tobón, experto en temas de desarrollo rural en Colombia y Latinoamérica y quien ha sido viceministro de Agricultura y presidente de la Caja Agraria y Finagro, habló con SEMANA RURAL sobre el estado del campo y sus principales problemáticas.
¿Cuál es la visión del campo para la mayoría de colombianos?
Como país, asumimos que el sector rural es homogéneo, cuando las estructuras económicas, sociales, culturales y geográficas de cada una de las regiones son diferentes. Por esa visión global y sesgada del campo, la mayoría de la políticas públicas en Colombia fracasa. Por ejemplo, algunas zonas tienen un potencial muy grande frente a ciertos mercados y otras están llenas de limitaciones, pero acá son tratadas de igual forma. Rara vez nos damos cuenta de eso y hacemos políticas como si no tuvieran diferencias. Así pasa hasta con los productos, cuando hay terrenos en los mismos departamentos que producen diez veces más que otros.
¿Cómo cambiar esa visión global?
Algo fundamental es que los programas rurales del gobierno empiecen a reconocer que las realidades territoriales son diferentes. Es lo que hoy llamamos enfoques territoriales. Para que eso funcione hay que fortalecer las estructuras locales y que los altos mandos sean capaces de mirar el futuro desde las condiciones de cada región. El gran reto es fortalecer capacidades en las regiones, identificar los retos a futuro y que las políticas elaboradas en Bogotá se adapten a los modelos del campo. El gobierno no está preparado para eso, ya que tiene una visión muy centralizada.
¿En qué zonas debería priorizarse ese fortalecimiento de capacidades?
En Colombia hay varios epicentros culturales y económicos que podrían contar con un único plan de desarrollo rural. Urabá, por ejemplo. No hay otra zona similar en el país, ni por lo bueno ni malo. Tiene puerto, buenas tierras y empresarios que han aguantado de todo, como violencia, paramilitares y problemas con la tierra. Cuenta con un potencial enorme que debe ser abordado con programas diseñados desde el territorio. El Magdalena Medio es otro caso: si aseguramos la navegabilidad por el río, el corredor desde La Dorada hasta Barranquilla, que tiene una de las zonas agrícolas más importantes del planeta, se dispararía. Estos casos no podrán ser impulsados si no vamos hasta allá, miramos sus características y diseñamos incentivos propicios para sus condiciones.
¿Le estamos dando la espalda al campo?
El país ha sido ciego ante el sector rural. En los más de 30 años que llevo trabajando en temas rurales, solo se han hecho dos censos agropecuarios, el más reciente en 2014. No hemos visto al sector rural como algo diverso y no hacemos uso de información. Nos falta usar los insumos que ya hay para abrir los ojos a las realidades territoriales, las cuales servirían para diseñar mejores políticas rurales. El censo más reciente cuenta con muchos datos y realidades que deberían ser más tenidas en cuenta.
«La productividad en Colombia lleva estancada más de 20 años. Solo cuatro productos han registrado mejoras. La guerra y falta de una política de incentivos son las principales causas de ese estancamiento»
Santiago Tobón, experto en temas rurales
"Ver al campo de forma global es una de las principales razones de la baja productividad en la ruralidad": Santiago Tobón. ©Jhon Barros
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¿Es cierto que Colombia es una gran despensa agrícola?
La productividad en Colombia lleva estancada más de 20 años. Solo cuatro productos han registrado mejoras: café, caña, banano de exportación y flores. El arroz tiene una productividad menor que hace 30 años, la palma no ha crecido por problemas sanitarios y el maíz y la cebada desaparecieron. Los demás cultivos se quedaron dormidos con modelos productivos viejos. La productividad del campo crece más lento, por lo cual necesita una mayor voluntad y esfuerzo para hacerla crecer. En Colombia, la guerra y la falta de una política de incentivos a la productividad son las principales causas de ese estancamiento.
¿Hay motivación al campesino para crecer?
Acá da lo mismo producir 200 kilos de cacao que una tonelada. Al campesino le dan la misma plata y el mismo apoyo, sin diferenciar el esfuerzo y los resultados. No hay un incentivo que motive a los agricultores a producir más. La cultura de la política colombiana ha sido paternalista: ayudémosle al campesino pero no para desarrollarse sino para que no se quiebre. Que solo cuatro productos hayan crecido en 20 años es una pésima noticia. El peor problema que tiene la agricultura es sin duda que la productividad no crezca, pues no nos permite generar más ingresos y competir en el exterior.
¿Además de café, caña, banano y flores, qué otro cultivo ha sido medio exitoso?
Aunque la palma no es un ejemplo de productividad, sí es un sector que está despegando. Hace 20 años no había más de 20.000 hectáreas cultivadas y hoy en día ya supera el medio millón de hectáreas. Es un sector organizado que recibió incentivos y los usó bien, con errores, como sembrar mucho en los llanos y poco cerca a los puertos. Pero va por buen camino. Otros ejemplos importantes son la uchuva, melones, piñas y fresas, que se están posicionando bien en el mercado nacional e internacional. Para exportar es mejor tener primero un mercado nacional sólido.
Pareciera que vivir del campo es algo imposible en estos tiempos. ¿Cuál es la mejor opción para que los campesinos crezcan?
Los esquemas asociativos son las mejores opciones. Es mucho más fácil enfrentar el mercado entre varios que uno solo. Pero eso aún no pasa en el campo colombiano. Tan solo 30 por ciento de los agricultores colombianos ha tenido alguna experiencia de asociatividad. El 70 por ciento restante las desconoce. Estamos en la obligación de usar la información y hacérsela llegar a los campesinos.
«No hay un incentivo que motive a los agricultores a producir más. La política colombiana ha sido paternalista: ayudémosle al campesino pero no para desarrollarse sino para que no se quiebre»
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Santiago Tobón participó en la Gran Cumbre Colombia Rural. ©Jhon Barros
¿Cómo aumentar ese porcentaje?
No es fácil hacerlo. Hay programas que organizan la asociatividad por medio de cooperativas u organizaciones y les dan algunos incentivos a los campesinos. Pero cuando estos llegan a su fin, el esquema asociativo se acaba. Colombia ha perdido mucha plata en alianzas productivas y asociatividades que no siguen por falta de incentivos. Hace falta es orientar la asociatividad a la cadena de valor, ya que si no da plata no funciona. Hay que meterla en el negocio y contar con unas reglas de juego claras. El comprador debe informarle al productor cuánto y cómo le va a comprar al campesino, para que así los productores se motiven a asociarse, produzcan y generen beneficios. Sin esas reglas nada funciona.
¿Qué cultivos tienen esas reglas claras?
Son pocos los productos en que las reglas están claras entre el vendedor y comprador, como en la caña y café. Los molinos del arroz nunca definen los precios a los arroceros y los palmeros no han logrado tener un sistema contractual. El gobierno debería regular lo mínimo que debe tener una asociatividad para el emprendimiento y el negocio. Bavaria, con el rescate de la cebada en Cundinamarca y Boyacá, lo logró: les dijo a los campesinos cuánto les iba a pagar por cosecha. La caña es el cultivo más avanzado. Desde que se siembra una semilla en el Valle del Cauca ya se sabe cuánto van a pagar. Todo está en el contrato. Es un programa de riesgo compartido.
¿Qué rol juegan las políticas del gobierno?
Es necesario consolidar un crédito asociativo, mecanismo que en muchos países ha sido definitivo para que la gente se asocie. Si yo me junto con alguien para sacar adelante un negocio, lo primero que hay que hacer es ir al banco a pedir un crédito que establezca los plazos para pagar, la financiación de la producción y los tiempos de cosecha. Pero si ese crédito no existe, como en Colombia, donde es bastante marginal, no hay forma de hacerlo. Los países que lo han hecho conformaron paquetes que incluyen esa claridad en las relaciones entre los compradores y el socio comercial. Un buen proceso asociativo desata poderosas cadenas de cooperación local.
El gobierno ha consolidado 1.444 alianzas productivas con los campesinos. ¿Cómo ve estos mecanismos?
Estas alianzas son muy puntuales y pequeñas. No producen un gran impacto en la productividad del campo colombiano. Una de las recomendaciones del Banco Mundial es que estas alianzas no sigan siendo microscópicas, sino que el gobierno empiece a generar una masa crítica de productores y mercado. Puede que las 10 personas de cada alianza ganen más recursos, pero eso no va a impactar la situación del campo.
«Tan solo 30 por ciento de los agricultores colombianos ha tenido alguna experiencia de asociatividad. El 70 por ciento restante las desconoce. Estamos en la obligación de usar la información y hacérsela llegar a los campesinos»
La caña de azúcar del Valle del Cauca es uno de los cuatro cultivos en Colombia que han mejorado su productividad. ©Jhon Barros
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¿Cómo puede aportar la Gran Cumbre Colombia Rural a resolver los inconvenientes en la asociatividad y las alianzas productivas?
Algo que podría producir este encuentro es que las experiencias exitosas de las empresas privadas sirvan de ejemplo para que el sector público consolide estrategias o políticas que beneficien la productividad y al campesino. Estos foros dan la oportunidad de conocer lo bueno y lo malo y permiten replicar estos ejercicios a nivel nacional. El gobierno bota mucha plata en cosas que no funcionan, cuando podría invertir en iniciativas que ya demostraron ser exitosas.
La tierra en Colombia está concentrada en pocas manos. ¿A qué se debe ese flagelo?
Existen varias explicaciones. Primero hay que aclarar que la estructura de la tenencia de la tierra en Colombia es el resultado de unas decisiones individuales y de la política nacional. Por ejemplo, la frontera agrícola cuenta con más de 40 millones de hectáreas, de las cuales 22 millones de hectáreas han sido intermediadas por el Estado por medio de baldíos titulados, programas de reasignación, expropiación y compra de tierra para entregárselas a los más pobres. Meta lo explica claramente: es el departamento donde más tierras han repartido y a su vez registra la concentración y tenencia más alta. Esto indica que el proceso de administración de tierras por parte del Estado ha dado como resultado una mayor concentración de la propiedad.
¿Esto está relacionado con los inconvenientes por el valor de la tierra en el país?
Claro. El segundo factor que incide de la concentración y la tenencia en Colombia es que el mercado de tierras aún no se ha desarrollado. No contamos con un buen mercado; es decir, no se sabe realmente cuánto vale un terreno, o los que están a la venta son demasiado caros para lo que producen. No encontramos sitios con una oferta y demanda establecidas, sino que dependen de lo que proponga el cliente para sacar mayor provecho. Como el mercado y la propiedad no son transparentes, las transacciones son contadas y están concentradas en muy pocos compradores. Los mercados de tierra son pequeños y muy poco transparentes.
«Meta es el departamento donde el gobierno ha repartido más tierras y a su vez registra la concentración y tenencia más alta. Esto indica que el proceso de administración del Estado ha dado como resultado una mayor concentración de la propiedad»
¿Qué papel juega la política en este panorama?
La tierra siempre ha sido un factor de poder. Cuando uno mira cómo se forma la estructura política en los partidos y cómo llegan al Congreso, casi todo está asociado con el poder que se genera en la tierra. Para quienes hemos intentado pasar leyes en el Congreso que reviertan la propiedad de la tierra, sacarlas a flote es casi imposible. La estructura de poder política está montada y es muy difícil cambiarla.
¿Cómo visualiza el campo colombiano ideal?
Lo primero es que en Colombia no debería haber agricultores que no trabajen por mejorar la productividad. Yo borraría todos los instrumentos actuales y los volvería a armar: dar crédito a cambio de incrementar la productividad. Lo segundo es cerrar las brechas de los modelos de educación y salud: no hay un solo peso para escuelas en zonas de población dispersa. Lo que hacen es darles bicicletas a los niños para que anden más de una hora por trochas. La educación rural en Colombia no existe, y la salud va por la misma senda: 80 por ciento de los hospitales municipales están cerrados. Por último, el Estado debería pagar una preinversión a los campesinos, un primer ladrillo para que puedan poner en marcha sus proyectos.