Gonzalo Mallarino, escritor. | Foto: Esteban Vega

Opinión

“Nada de otros países me hace falta, nada me ata”: Gonzalo Mallarino

Eso afirma el escritor bogotano, quien dedica este artículo a la Colombia que ya conoce y a la que aún no ha recorrido; a ese país que le da sentido a su vida.

Gonzalo Mallarino*
14 de junio de 2020

No se tiene una idea verdadera de lo que es Colombia sino en las regiones. Toda mi vida he tratado de recorrer mi país, de que no se me quede un solo departamento sin haber puesto en él mis pies. Es como un imperativo vital. Tengo que conocerlo porque está muy mal que no sea así, porque de otra manera caería en una forma espúrea de ser colombiano.

Si me fuera dado el don de poder caminar, oler, ver, sentir mi país, daría en retorno cualquier viaje a otro mundo. Cualquier viaje al exterior. Es decir, si el destino me da la garantía de que hoy y hasta mi muerte voy a poder contar con mis piernas, mis pulmones y mis ojos para ver a Colombia, a cambio de no volver nunca a viajar al extranjero, lo acepto inmediatamente. Lo firmo ya. No tengo problema con no volver a viajar jamás. Nada de otros países me hace falta, nada me ata, nada me abraza como una nodriza. Tal como el paisaje nuestro, como la luz nuestra en cada región.

Oyendo a un vaquero del llano, a un pescador del Golfo de Morrosquillo, a un labriego en los campos de millo del Tolima, a una mujer envuelta en su rebozo al pie de las sementeras en Boyacá, a un hombre ya mayor, de cabeza entre cana, que mira el fuego mientras las mujeres danzan alrededor de la hoguera en una playa de Sapzurro o La Guajira, a una niña rubia en una fonda del Quindío, de Antioquia, de Nariño, a un joven con los ojos brillantes y fijos en medio de una maloca en el Amazonas, a una estudiante de pies hermosos calzados con sandalias, en una universidad en Santander; oyéndolos a todos, a cada uno, siento qué es Colombia, cómo son las líneas de su cara, las líneas de su mano como decía el entrañable Cardoza y Aragón.

Veo la frente, las cejas, el gesto de Colombia. Nítido, verdadero, puro, aun cuando los ojos estén llenos de lágrimas por el dolor. O quizá más, cuando los ojos se llenan de llanto por el dolor. Y por supuesto, también cuando la risa le pinta de flores la cara.

Del mar a las montañas, del desierto a la verde frontera o a la neblina, en todos los sitios quiero oír la voz, la canción de las voces colombianas en nuestras regiones. Eso me da paz y un sentido de la vida. De mi vida simple, personal, en este mundo. No hablo de nada más.

*Escritor

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