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R E T R O S P E C T I V A

Amigos y rivales

Una monumental exposición en la galería Tate Modern, de Londres, examina influencias mutuas, puntos de encuentro y contradicciones entre Pablo Picasso y Henri Matisse.

20 de mayo de 2002

Pocas veces en el mundo se ven exhibiciones de arte como la que presenta desde el pasado 11 de mayo la galería Tate Modern, de Londres. Se trata de un verdadero mano a mano entre dos de los grandes gigantes del arte del siglo XX y, de paso, se le rinde homenaje a la amistad —y rivalidad— que unió a Henri Matisse y Pablo Picasso entre 1906, cuando se conocieron, y 1954, año de la muerte de Matisse, quien era 12 años mayor que Picasso. Esta exposición, que por su gran trascendencia tiene conmocionado al mundo del arte, también se presentará en septiembre en París y en febrero de 2003 en Nueva York.

“Esta es una de las más importantes historias de amor de todos los tiempos”, señala el artista y experto en arte cubista John Golding cuando se refiere a la relación entre ambos creadores. “Eran totalmente complementarios y cada uno se dio cuenta instintivamente de la necesidad que tenía del otro”, señala en el ensayo que publicó en el catálogo de la exposición. Para Golding estos lazos entre ambos pintores salen a flote cuando se examina el diálogo entre ellos, la manera como se alimentaban mutuamente y también como reaccionaban el uno contra el otro.

Demostrar esta compleja interrelación es el objetivo de esta monumental muestra. Con el apoyo de más de 180 obras —casi todas pinturas— se descubren tanto paralelismos como diferencias entre ambos genios. Una amistad muy curiosa pues ambos eran de personalidades totalmente opuestas. Matisse era reservado y de buen trato, mientras que Picasso era egoísta, violento y soberbio, Picasso era comunista y Matisse, de estar vivo, seguramente habría votado por Jean Marie Le Pen en las pasadas elecciones francesas. Pero a ambos los unía su pasión por el arte, que era su principal y único vehículo para vivir, mirar y entender el mundo. Por ese motivo lograron mantener una comunicación fluida. Para referirse a ambos Françoise Gilot, pintora y compañera sentimental de Picasso, señaló: “Eran tan complementarios como el rojo y el verde, tan opuestos como el blanco y el negro. Conformaban los dos lados de una moneda”.

Los pintores se conocieron en 1906 en el estudio de Gertrude y Leo Stein, coleccionistas de arte. Matisse era el líder de los fauvistas, el movimiento que revolucionó el arte con su atrevido uso de los colores y Picasso, quien había llegado hacía dos años a París, comenzaba a llamar la atención de galeristas y coleccionistas. Fue un año definitivo para Picasso pues en el Salón de los Independientes, de París, Matisse presentó El gozo de vivir. Mujeres desnudas, colores vivos, una pincelada rotunda, era como si Matisse se hubiera vuelto a inventar la pintura. Picasso quedó conmovido y decidió responder yendo más lejos. El resultado, Las señoritas de Avignon.

Desde entonces se fortaleció esa combinación de amistad, rivalidad y mutuo estudio. “Picasso lo ve todo”, repetía Matisse. “Nadie ha mirado la pintura de Matisse con más detenimiento que yo, y nadie ha examinado mis cuadros con más detalle que Matisse”, se jactaba Picasso.

Y de eso trata la exposición Matisse Picasso, que arranca con dos autorretratos de 1906. Estas dos pinturas muestran técnicas opuestas y una muy diferente percepción del oficio. Pero no sólo hubo diferencias. Las señoritas de Avignon (1907), obra fundamental de Picasso y del arte del siglo XX, recibió una gran influencia de El gozo de vivir, de Matisse. Con el tiempo la admiración siguió creciendo. Compartieron exposiciones y agentes, e incluso diseñaron vestuarios para el ballet ruso de Diaghilev.

A Picasso, sin embargo, no le gustaba que lo pusieran en el mismo grupo que Matisse. Albert Skira los contrató al mismo tiempo para ilustrar un par de libros. A Matisse le encargó unos poemas de Mallarmé y a Picasso La metamorfosis, de Ovidio. Este último lo consideró una verdadera afrenta y, como señal de venganza, incluyó un pez dorado en su pecera, una imagen típica de la obra de Matisse.

Cuando Matisse murió Picasso mostró una vez más su afecto por el genio francés. Rehizo las serie Mujeres argelinas, de Delacroix, como un homenaje a su colega y dijo: “En el fondo, sólo existe Matisse”.