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La Mona Lisa holandesa

Tracy Chevalier le da vida en esta novela a la desconocida modelo del famoso cuadro de Johannes Vermeer, 'La joven de la perla'.

Luis Fernando Afanador
24 de marzo de 2003

La joven de la perla
Tracy Chevalier
Alfaguara, 2001
309 paginas

Hace unas semanas, en este oficio grato e interminable de buscar novedades en las librerías, me encontré con un título que no había visto: La joven de la perla, de Tracy Chevalier. Llevaba varios meses en los anaqueles pero nunca lo había visto. Nadie, que yo supiera, lo había comentado. Escondido entre otros cientos de libros, acaso ya empezaba su tránsito hacia el anonimato cuando un providencial librero decidió ese día darle una nueva oportunidad colocándolo en la mesa de las novedades. Por fortuna, los libros tienen más vidas y más oportunidades que los gatos.

La joven de la perla: una novela sobre la bella y misteriosa muchacha adornada con un turbante y un pendiente de perla que inmortalizó Johannes Vermeer, el pintor holandés del siglo XVII, en un cuadro con el mismo nombre. Imposible, al menos para mí, dejar de leerla. Años atrás, contemplando la pintura de Vermeer, Mujer con aguamanil, tuve la experiencia más intensa que me haya dado jamás el arte: una epifanía. La mujer de ese cuadro estaba viva para siempre, Vermeer había alcanzado esa utopía que desesperadamente persiguen todos los artistas: detener el tiempo. Ahí entendí porqué Proust no exageraba cuando al ver Vista de Delft, dijo: "He visto el cuadro más hermoso del mundo", y porqué decidió que su personaje Bergotte muriera frente a él.

Además de Proust, otros escritores han sentido la fascinación de Vermeer: la escritora inglesa Deborah Moggach se inspiró en la figura de este pintor para su novela Por amor a Sofía, una historia de amor bajo la influencia de sus retratos; "hechizada por su luminosidad", en su libro de ensayos En lontananza Siri Hustevedt explora también el cuadro La joven de la perla; en La mujer de ninguna parte, Javier García Sánchez, busca en la luz de Vermeer "el camino para huir de su enfermedad mental"; Susan Vreeland en La joven de azul jacinto, escribe una historia en la cual el poseedor de un Vermeer, retrocediendo en el tiempo, llega "al origen de la misteriosa atracción de la obra". Y desde otros campos artísticos, el director de cine Peter Greenaway hizo una ópera multimedia, Writing to Vermeer, sobre la que dijo: "Vermeer se adelantó al modo de filmar hoy en día".

Como se ve, era un camino bastante transitado. Sin embargo, Tracy Chevalier sale muy bien librada en su audaz propuesta de poner a hablar a la modelo de la famosa obra. Recrea con rigor y minuciosidad la vida familiar de Vermeer, el contexto social y político de la Delft del siglo XVII. Algo meritorio, pero hasta ahí nada sorprendente: esa es la tarea del simple erudito, del buen historiador. El novelista tiene que dar un paso más allá: debe ser capaz de imaginar allí un relato convincente, vital. Es lo que hace Chevalier al darle una biografía a esa inquietante muchacha que nos interroga desde la pintura.

Poco se sabe de ella. ¿Tiene 13 ó 20 años? Puede ser una hija del pintor o de algún vecino. No obstante, hay algo seductor en su actitud, un vago erotismo en su mirada. ¿Fue acaso una criada de la numerosa y burguesa familia, llamada Griet, con la que tuvo una relación secreta? Es posible: poco sabemos de la vida de Vermeer. En forma inteligente y cuidadosa la novelista va llenando los espacios en blanco, las sombras y las ambigüedades que ha dejado la historia real.

Detrás del arte siempre se esconden pequeñas miserias. Una suegra ambiciosa, una esposa malgeniada, un fanfarrón rico y libidinoso; opresión, injusticia, violencia. Chevalier muestra todo esto y hasta cierto punto equipara a Griet a esas mujeres sensibles y talentosas sacrificadas para que se produzca un gran artista, como Camille Claudel o Suzanne Valadon. Su obra desmitifica pero, lo que resulta más interesante, hace también el camino de regreso: nos devuelve otra vez al misterio de la personalidad de Vermeer. Y nos hace ver, con renovados ojos, lo único que en verdad importa: su inigualable pintura.