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MONOTONIA Y NOSTALGIA

Las dos notas sobresalientes de la FIAC 85.

18 de noviembre de 1985

Un torrente de arte moderno que logra concentrar las mayores y más vanguardistas tendencias del mercado y constituirse, a la vez, en un evento de dimensión única en el mundo, baña a París cada otoño desde 1973. Las cifras, en esta oportunidad, hablan por sí mismas: 2 mil obras, más de 80 artistas, 134 galerías y 19 países configuraron la décima segunda edición de esta muestra, convertida desde sus inicios en una de las tres ferias de arte más importantes de Occidente.
Instalada bajo la descomunal marquesina verde del Grand Palais, la FIAC 85 abrió sus puertas el 5 de octubre con un coctel que costó, para los no invitados, cien francos por persona. Desde entonces, largas colas de entusiasmados visitantes se forman bajo una pesada escultura en bronce, en homenaje a Picasso, del artista Cesar. Muy pronto los implacables comentaristas de la prensa tuvieron que admitir que el nivel de lo expuesto en la FIAC de este año, aunque un tanto monótono, es bueno y "carece de notas falsas", según expresión de un colaborador habitual de Le Monde.
Como en los años anteriores, Colombia estuvo representada allí, confirmando una vez más la hegemonía del arte nacional sobre las demás expresiones de América Latina. Tres óleos y un carboncillo de Luis Caballero -quien ha participado en el evento durante los últimos cuatro años- compartía con los pasteles del belga Weber Senet el stand de Fred Lanzeberg. En la galería de Claude Bernard estaban los autorretratos inacabados de Juan Cárdenas. Dos galerías colombianas, la Quintana y la Garcés y Velásquez exhibían la obra de otros dos artistas nuestros. En la primera estaban los paisajes insolados de Antonio Barrera. La segunda mostró paraguas de Santiago Cárdenas, "Relojes" de Bernardo Salcedo y cabezas de toro y un sillón como para sentar figuras de Botero, de Víctor Laignelet.
La ofensiva neorrealista de algunos de los colombianos, hacía juego de alguna manera con la muestra que trajo la galería Formi de Bolonia. Las desoladas estaciones de tren de Dino Boschi, los camiones de carretera de Giuseppe Barlolini y las naturalezas muertas abrazadas de luz neón de Luciano Ventrone, pusieron la nota hiperrealista de la FIAC 85, junto con los trabajos de los norteamericanos Neil Moore, Sheila Proctor, Sara Rossberg y Michael Schlosser, muy conocido este ultimo por sus jóvenes tendidos sobre trigales maduros.
La nota dominante de la feria la pondría, sin embargo, una tendencia distinta. El expresionismo abstracto parece haber regresado a paso firme. La galería Gervis, por ejemplo, montó una impresionante retrospectiva de Hans Hartung, en la cual fueron incluidas algunas aguadas y lápices de 1922, hasta los poderosos óleos de 1982 -una de las mejores fases del pintor alemán- culminando con los trabajos de 1985. Por otra parte, se encontraban piezas de extrema delicadeza del chino Zao Wou Ki en los stands de tres galerías: Protee, Trigamo y Krugier. En la galería sueca de Leif Stahle, colgaban amplias telas y tintas chinas de Oliver Debre, un pintor parisino de 65 años cuyo compromiso es captar la luz sobre las aguas de un río en invierno, lo que produce amplias superficies blancas con leves toques de color en los extremos del plano.
A su vez, la galería Yomiuri aportó 38 costosísimos óleos de Chuta Kimura, de trazos agitados e impecable composición, y la Ariel de París presentó los trabajos de este año de Jacques Doucet, fundador del movimiento Cobra de 1948.
Dentro del campo de los dedicados al ensamblaje no figurativo destacaban Jan Voss, quien fija sobre la tela cruda, cartones, papel y más tela, cubriéndolo todo con abundante color procedente de témperas y acrílicos espesos. Darío Villalba, de España, incorpora tralas fotográficas enormes, claramente gestuales, a la superficie coloreada e impregnada de materia bituminosa. Otros genios de la escuela, como Tapies y Sam Francis, llamaban la atención igualmente, en especial este ultimo, quien irrumpió de nuevo con sus habituales grandes superficies cruzadas de manchas, las cuales le permiten ahora al espacio en blanco desempeñar un papel en la obra. Menos impresionante estuvo Paul Jenkins, quien juega al lavado controlado de sus telas con pinturas líquidas.
Dos glorias del arte moderno, Picasso y Miró, planearon invisibles e invencibles sobre esta FIAC. Al primero se lo podía ver en siete galerías y del segundo se expuso, junto con varios óleos y dibujos, una serie de esculturas inéditas en el local de Maeght-Lelong. Entre las piezas raras había una acuarela de Cezanne, un óleo de Klee de 1925 y una tinta de Víctor Hugo.
El Dubuffet amargo de los últimos días (ya había dejado de pintar carritos) y el imprevisible Rauschenberg, al lado de Tinguely, Leger, Matta, Rothko y Arman, iluminaban la muestra, mientras Pollock brillaba por su ausencia y Bacon estaba representado en algún rincón con una pequeña tela poco convincente.
La nota de nostalgia por el surrealismo la encarnaron Dalí y Chirico, de los cuales se podían mirar unas escasas -no más de tres de cada uno- piezas, aunque la galería Minotauro de Caracas mostró la obra de una joven polaca de 32 años -que trabaja en Venezuela hace ocho- y que cuenta anécdotas extrañas con perros desollados y cuerpos flagelados que recuerdan la atmósfera de los poemas de Max Ernst.
No faltaron desde luego, los gordos muñecos en plástico de Niki Saint Phalle y el ensamblaje con trozos de loza rota (platos y pocillos) de Schnabel, ironizado hace pocos días por el caricaturista norteamericano, G.B. Trudeau, creador del famoso Doonesbury.
Al fin y al cabo, la FIAC es una fiesta, o mejor dicho un "asunto comercial con una dimensión cultural", como lo definió Henri Jobbe Duval, uno de los directivos más altos del evento. Un "asunto" que puede sacar de problemas o hundir definitivamente a las galerías pequeñas quienes deben pagar entre 20 mil y 100 mil francos por un local. Pero son más los que se benefician. No se olvide que exponer en el Grand Palais es, de todas formas, hacer un llamado a la buena suerte.