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NO HAY PEOR SORDO...

El músico inglés Barry Cooper intenta reconstruir la que debió ser la décima sinfonía de Beethoven.

26 de diciembre de 1988


Nadie podía creerlo. La noticia tomó por sorpresa a los melómanos del mundo entero, que creían haber escuchado todo lo escrito por el gran maestro. Por eso, produjo verdadera conmoción en ciertos círculos musicales, el anuncio del estreno de la "Décima sinfonía" de Ludwig van Beethoven, presentación que estuvo a cargo de la Orquesta de Liverpool y lanzada como la gran noticia a través de los medios de comunicación de todo el mundo. Sin embargo, para los estudiosos de la obra de Beethoven, este trabajo apenas figura como una muy bien intencionada tarea, que poco o nada aportará al legado del gran sordo de Bonn.

Desde la muerte de Beethoven, se especuló sobre la existencia de algunos manuscritos dejados por el compositor relacionados con una supuesta décima sinfonía, tomando como base confidencias que el propio Beethoven le hiciera a su amigo Gerhard von Breuning y los testimonios de Karl Holz, secretario del compositor en sus últimos años, quien escribió en sus memorias: "La obra tenía una introducción en Mi bemol mayor, un -pasaje lento, y un allegro en Do menor". La composición, según Holz, la tenía Beethoven totalmente estructurada en la mente y las ideas eran tan precisas que inclusive se la escuchó tocar al piano. Hasta aquí testimonios de la época.

Los años pasaron, y la sinfonía quedó como un proyecto que Beethoven se llevó consigo a la tumba, hasta que el musicólogo británico, Barry Cooper, anunció haber descubierto en bibliotecas de Bonn y de Berlín Occidental, ocho mil apuntes que parecían corresponder a lo descrito por Holz, aunque dichos manuscritos, como todo lo escrito por Beethoven, estaban llenos de correcciones, manchones y tachones.

Cooper, comisionado por la Royal Philharmonic Society de Londres, se dio a la tarea de ordenar los documentos, analizarlos, imaginar la orquestación, llenar espacios en blanco y armar, en cinco años de exhaustivo trabajo, una partitura con apenas 15 minutos de música, que decidió presentar como la décima sinfonía de Beethoven.

¿Podría dársele a este rompecabezas el calificativo de sinfonía y aún más, la autoría de Beethoven? Más acertado sería presentar esta composición como la primera obra de Cooper, basada en fragmentarios y desordenados apuntes de Beethoven, o como una composición curiosa trabajada sobre esbozos de Beethoven, por una mente disciplinada y curiosa.

Completar obras inconclusas es disciplina reconocida como válida por los expertos, siempre y cuando sus autores hayan dejado algo más que ideas inconexas y dispersas.

La historia de la música ilustra con buen número de ejemplos estos trabajos, y ahí están, entre muchos, el "Réquiem" de Mozart completado por Süssmayer --discípulo del maestro--; la ópera de Von Weber, 'Die drei pintos, acabada por Gustav Mahler; "Lulú" de Alban Berg, terminada por Cerha en época reciente, o la "Atlántida" de don Manuel de Falla, a la cual Ernesto Halffter le puso punto final.

En materia de sinfonías, vale anotar cómo el número 10 se convirtió en fatídico. No pudo Beethoven llegar a la cifra. La décima de Franz Schubert fue completada por Brian Newbould y la de Gustav Mahler por Deryck Cooke. Sin embargo, algo va del trabajo realizado por Cooke al de Cooper con la décima de Beethoven, ya que de esta última no existía nada, mientras Mahler había dejado un adagio completo y bocetos muy precisos del resto de la obra.

Sobre este punto, han existido artistas profundamente respetuosos de los originales y se cuenta que Arnold Schonberg y Bruno Walter, cuando se les sugirió la posibilidad de completar la décima de Mahler, ambos se negaron por considerar tal posibilidad como un acto sacrílego. Y ese no es el único caso de rechazo a tales trabajos. Se recuerda el estreno de la ópera "Turandot", dejada inconclusa por Giaccomo Puccini. Cuando Arturo Toscanini la estrenó el 25 de abril de 1926, en el teatro Alla Scala de Milán, al llegar a la muerte de "Liu", última página escrita por el compositor, bajó la batuta, la orquesta se silenció y de cara al público con voz entrecortada, dijo: "Aquí se acaba la ópera del maestro. En esta página estaba cuando murió . Bajó el telón y la función terminó. Sólo a partir de la segunda representación, "Turandot" fue escuchada con las adiciones de Alfano.

Para los estudiosos existe una justificación en presentar una obra terminada por alguien diferente de su autor, cuando éste dejó suficientes elementos escritos, así la obra no sea tomada como auténtica. Pero al menos, se muestran cuáles eran las intenciones del compositor y qué ideas tenía en mente. Otra cosa es reunir manuscritos encontrados en diversos lugares, con anotaciones incompletas, las cuales se ignora si correspondían a una obra concreta como es el caso de esta supuesta décima de Beethoven, que para los expertos es un trabajo imaginativo pero apócrifo, que no vislumbra credibilidad alguna.

De no estrenar Beethoven en vida su novena sinfonía completa, y de haber dejado dichos manuscritos en desorden, ¿qué musicólogo habría sido capaz de imaginar que el fragmento coral pertenecía al último movimiento, si esta obra hasta el día de su estreno figuró como pieza única en su género? A lo mejor, hoy se estaría presentando la "Oda a la alegría" en contexto diferente al concebido por su autor. Eso pasa con los remiendos.

Lo anterior lleva a sospechar que esta décima de Beethoven, que no es ni mucho menos una sinfonía, es otra curiosidad más de las muchas que existen en la vasta literatura musical.-- María Teresa del Castillo