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¡HORROR!

Más de 25 mil muertos, 20 mil heridos y 200 mil damnificados es el saldo trágico del peor desastre natural de la historia de Colombia

16 de diciembre de 1985

Todo sucedió como en el cuento del pastorcito mentiroso. De tiempo atrás se venía hablando de los graves peligros que entrañaban los indicios de actividad del cráter Arenas del Nevado del Ruiz. Sin embargo, después de tantas alarmas que no se traducían en hechos concretos, más de 200 mil personas ubicadas a lado y lado de la Cordillera Central en las zonas de alto riesgo, al sur de Caldas y al norte del Tolima, terminaron por acostumbrarse al olor azufrado del ambiente y a las lloviznas de ceniza. Finalmente, en la tarde del miércoles 13 de noviembre, a eso de las cinco, comenzó lo que se convertiría en la peor tragedia natural de la historia de Colombia, y en el desastre de mayores proporciones registrado este año en todo el mundo, superando incluso el terremoto de México.
El Ruiz había sido por mucho tiempo el mayor atractivo turístico del Parque Nacional de los Nevados, y los colombianos se habían habituado a sacarle tajada al exótico fenómeno de poder practicar deportes de invierno en plena zona tórrida. Muy pocos sabían que en febrero de 1845, el Ruiz había mostrado su cara feroz, al arrasar con 250 millones de toneladas de todo el valle del río Lagunillas, dejando como saldo trágico 1200 muertos, en una época en que Colombia contaba aproximadamente con 1.931.647 habitantes, según el censo de 1983.
El flujo de todo, científicamente conocido como lahar, se extendió unos 20 kilómetros a lo largo del valle con una velocidad aproximadamente de 30 kilómetros por hora y existe evidencia de que su fuerza destructora alcanzó a dejar huellas en el propio río Magdalena, 95 kilómetros al este del volcán. Paradójicamente, aunque las tierras afectadas quedaron inutilizadas para la agricultura durante más de una década después de esta erupción, el hecho es que durante la segunda mitad del siglo pasado, esta región se convirtió en un polo de desarrollo económico basado en la producción y exportación de tabaco.
La concentración de población en laderas volcánicas se explica en Colombia y el mundo porque, a excepción de los años inmediatos a las erupciones, el resto del tiempo las tierras son, sin lugar a dudas, las más fértiles. Los suelos volcánicos poseen un elevado porcentaje de potasio, favorable para la agricultura, lo que explica que en lugares tan disímiles como Indonesia, Centroamérica y Hawai, los agricultores busquen precisamente esas tierras. Basta analizar el mapa agrícola de Colombia para darse cuenta de que las tierras cercanas al Ruiz concentran la mayor producción de café e importantes zonas de cultivo de arroz, algodón, soya y sorgo.
UN AÑO DE ANUNCIOS
Difícil resultaba, pues, convencer a la gente de que una tierra pudiera reunir tantas virtudes y tantos riesgos. Por eso, a pesar de que el cráter Arenas reanudó su actividad desencadenando fumarolas a fines de noviembre del año pasado, las gentes pensaron que era una manifestación exótica más del lugar. Ni siquiera se preocuparon cuando a las 5:30 de la tarde del 22 de diciembre de ese año, los sismógrafos comenzaron a registrar leves temblores de 3 y 4 grados en la escala de Richter, y cuando emanaciones de gases y agua evidenciaban que dentro del volcán había comenzado la ebullición.
En todo el mundo empezaron a recibirse informaciones sobre este fenómeno y esa pequeña secta de los vulcanólogos también entró en erupción.
A principios de marzo de este año llegaron al país dos suizos, el sismólogo Dieter Mayer Rosa y el geólogo JeanJacque Wagner. El día 9 inspeccionaron el cráter y analizaron la columna de humo de 120 metros de altura que ascendía hacia las nubes. Tras interrogar largamente al propietario de El Refugio, el centro de mayor actividad turística del nevado, se enteraron de que los temblores no habían cesado desde diciembre y de que habían constantes emanaciones de ceniza, agua y gases, así como un preocupante aumento de la temperatura, en un lugar que solía estar bajo cero. El 15 de julio, con base en testimonios de otros vulcanólogos europeos y norteamericanos que habían visitado la zona, el gobierno, a través del Instituto Nacional de Investigaciones Geológico-Mineras, comenzó a efectuar un control sismológico del volcán. Para el 20 de julio, ya había concluido la instalación de la red sismológica que acopiaba información desde cuatro puntos claves: El Refugio, Campoalegre, Billar y Porvenir El 12 de agosto, los investigadores comenzaron a rascarse la cabeza. El director de Ingeominas, Alfonso López Reina, informó a Planeación Nacional: "Las cuatro estaciones sismológicas establecidas alrededor del nevado, permiten establecer que ésta atraviesa por una etapa de anormalidad. Uno de cada cuatro casos de esta naturaleza, termina en erupción volcánica". El 1° de septiembre, se registró un notable recalentamiento de la corteza terrestre de la zona volcánica. Del cráter Arenas salió agua azufrada, que fue a dar al rio Claro y a los afluentes del Azufrado, Lagunillas y Recio.
En las oficinas gubernamentales, lo mismo que en el volcán, la temperatura también aumentó. Se tomaron entonces tres medidas: la evacuación de familias ubicadas muy cerca de la zona, la prohibición del flujo turístico al parque y la destinación de 20 millones de pesos para que Ingeominas, en asocio de otras entidades regionales y nacionales como el Agustin Codazzi y la CHEC, continuara con las investigaciones. El 14 de septiembre, la altura de la fumarola superaba los dos kilómetros sobre la cresta del volcán y los glaciares manifestaron cambios en su estructura. El volcán estaba dando pasos de animal grande.
Durante la semana siguiente, el deshielo continuó y aumentaron los caudales de los rios, lo mismo que las lluvias de ceniza. Para ese entonces la Aeronáutica Civil había alertado a las aerolineas nacionales e internacionales para que no sobrevolaran el nevado, y la Defensa Civil había instruido a los habitantes de la región sobre la forma de atender una emergencia en caso de erupción.
Mientras se hacian llamados a la calma, los investigadores temían lo peor. Pero el 7 de octubre, después de una aparente disminución de los sintomas, en particular del deshielo, las autoridades respiraron tranquilas.
Los análisis iniciales parecian descartar la posibilidad de una erupción violenta. No se pensó entonces en que podría tratarse de la famosa calma chicha o de la engañosa recuperación de un paciente en agonía.
EL RIESGO DE LOS FLUJOS
Pero si bien los especialistas consideraban como altamente improbable la temida erupción, no sucedía lo mismo con riesgos diferentes. En el informe preliminar, entregado el 7 de octubre al gobierno por Ingeominas, se informaba que "la emisión de cenizas está acelerando el proceso de deshielo de algunos glaciares, lo que podría producir flujos de lodo esporádicos en algunos ríos como Azufrado, Guali y Lagunillas, especialmente".
En un anexo explicativo del informe, los investigadores anotaron: "la magnitud de esta clase de riesgo volcánico depende principalmente de la disponibilidad de agua y de material no consolidado en la parte alta del volcán... ". Y más adelante agregaron: "La posibilidad de ocurrencia de este tipo de evento, en los rios indicados en el Mapa de Riesgos Volcánicos Potenciales, es alta durantefases eruptivas de cualquier tipo, por lo tanto su probabilidad es de un 100%". Como puede verse, el informe, que en unas partes era concluyente, en otras se mostraba menos seguro. Mientras en la parte central del informe se hablaba de "flujos de lado esporádicos", en los anexos se advertia que en fases eruptivas de cualquier tipo, "la probabilidad es de un 100% " Esto podría explicarse porque, cuando se iniciaron las investigaciones, la actividad del volcán era más preocupante que cuando se redactaron las conclusiones del informe. De todos modos las gobernaciones de Caldas y Tolima tomaron algunas medidas entre las cuales se destacaron la advertencia a los habitantes de alejarse por lo menos unos 200 metros de las orillas de los rios y la recomendación de buscar las zonas altas en caso de arreciar las lluvias de cenizas.
RED DE ALARMAS
Pero las autoridades no se limitaron a eso. Iniciaron una vigilancia constante y a largo plazo que incluyó estudios de sismologia, inclinometria y geodesia, como herramientas para la predicción de una erupción importante. Diseñaron un plan de observaciones visuales periódicas para detectar cambios en las fumarolas, fracturas, glaciares y cualquier otra variación en el paisaje. Instalaron sistemas de alarmas que debían activarse desde la cumbre. Se iniciaron estudios de vientos y se hizo el perfeccionamiento de los mapas de riesgo que debían estar terminados a mediados de noviembre, y que permitirían a corto plazo una evacuación de las zonas de alto riesgo y a largo plazo la reubicación de siembras y asentamientos urbanos en toda la región. Paradójicamente, la tragedia le ganó por una cabeza a los investigadores que, pocas horas antes, se disponían a hacer entrega oficial de su trabajo.
Queda por establecer si hubo negligencia por parte del gobierno que prefirió esperar un informe más definitivo para tomar las más radicales medidas. ¿No era mejor curarse en salud? Hasta qué punto bastaba con alertar a la población, sin ofrecer paralelamente una logistica de evacuación. La mayoría de los damnificados y de las víctimas eran gentes de escasos recursos que en caso de querer abandonar la región necesitaban la ayuda directa del gobierno. Por otra parte, hay que tener en cuenta que se necesitaba, además, un gran poder depersuasión para convencer a más de 100 personas de que abandonaran lo único que tenían en la vida. En este caso pudo más la inercia y la esperanza de que no sucediera lo peor.

Esto explica en buena parte la actitud asumida por los habitantes de Armero y Chinchiná cuando se manifestaron los signos sobre los cuales habían sido advertidos. Según testimonios de los pocos sobrevivientes de Armero, cinco horas después de que se desatara la lluvia de cenizas, primero, y de arenas, luego, lo mismo que el aumento inusitado de la temperatura en plena noche, todavia la mayoria de los habitantes se resistían a abandonar el pueblo. Y aun aquellos que se decidieron a hacerlo, creyeron que tenían tiempo de empacar maletas y llevar consigo los enseres de valor.
Hacia las 5:30 de la tarde del miércoles las sombras de la tragedia comenzaron a perfilarse. Seis horas después, todo estaba consumado. Millones de toneladas de lodo y piedra, saturadas de elementos volcánicos, convirtieron en un inmenso playón de desolación y muerte lo que antes era una de las más ricas tierras de cultivo.
Otros destrozos, no por menos gigantescos menos dramáticos, se produjeron en los valles del Gualí y Recio en el Tolima y en las zonas más humildes de Chinchiná en Caldas.
Fue una noche de horror que el amanecer ni el paso de los días ha logrado mitigar. Así lo atestiguan los miles de imágenes y testimonios que por televisión y radio han sobrecogido a Colombia y el mundo, para cuya descripción ya no sirven las palabras y sólo queda el aliento de la inmensa solidaridad del pueblo colombiano para con los dolientes de 25 mil muertos, más de 20 mil heridos y cerca de 200 mil damnificados.-
EN MEDIO DE LA MUERTE, LA VIDA
La amputación de una pierna y el nacimiento de la niña fueron algunas de las experiencias vividas por Sylvia Martínez, enviada especial de SEMANA, en la zona de la tragedia.
A 13 kilómetros de Armero, en la plaza de Guayabal, se empezó a sentir la tragedia. Entramos a la plaza por el lado occidental y mientras caminábamos, encontramos decenas de cadáveres entrando ya en estado de descomposición. Todos estaban desnudos, con el fin de que la ropa que llevaban le sirviera a los pocos sobrevivientes que hasta esa hora de la madrugada, 5 a.m., hubieran sido rescatados. Irreconocibles por el barro que tenían sobre sus cuerpos de color mortecino, las familias trataban de acercarse con la esperanza de poder identificar a alguno. Pero en su empeño por guardar orden, jóvenes agentes de la Policía y muchachos militares hacían cadena alrededor de los cadáveres para evitar más tragedias.
Media hora más tarde nos encontrábamos en Armero. Desde el aire, se podía distinguir fácilmente uno que otro cadáver en la ladera de las colinas. Empezamos a limpiar la zona, para evitar infecciones o cualquier tipo de enfermedades. Simultáneamente el grupo de socorristas de la Cruz Roja, levantaba carpas donde se pudieran atender a los heridos sobrevivientes.
Varios helicópteros, 3 militares y 2 civiles, empezaron a sobrevolar la llanura de lodo en que quedó convertido Armero, con la esperanza de detectar cuerpos con vida. Cualquier movimiento de manos, piernas o cabezas, era motivo para que el aparato se acercara y el socorrista pudiera amarrar el cuerpo con una cuerda hasta tenerlo a salvo.
Aprovechando los bultos de café que se encontraban sobre el lodo, que en realidad era arena movediza, logramos caminar algunos kilómetros, por donde detectamos tanto cadáveres como sobrevivientes. Escuchamos el llanto de un pequeño, debajo de un palo de mango. Inmediatamente con la ayuda de socorristas y voluntarios, comenzamos a partir con peinillas y machetes las ramas del árbol, pero desconsolados nos encontramos con el tejado de una casa. De inmediato levantámos las tejas metálicas hasta poder oír con claridad el llanto desconsolado de la criatura. Enredado en unos brazos blancos e hinchados vimos a un pequeño niño de 3 años de edad que continuaba aferrándose al cadáver de su madre. Con la ayuda de un helicóptero, el pequeño fue enviado a la sede improvisada de la Cruz Roja.
Decenas de cuerpos eran dejados minuto tras minuto sobre las lonas que tenían los socorristas. Los médicos no daban abasto, y a esa hora, 7 a.m., ya se empezaba a ver en sus caras la tragedia del doloroso escenario.
Angustiados, viendo el desolado paisaje, continuamos tratando de ubicar al mayor número de sobrevivientes. No eran las 8 de la mañana, cuando oímos el doloroso lamento de una voz femenina. Nos acercamos y vimos que una mujer de 32 años estaba amputándose la pierna derecha con una peinilla, con el fin de poder salir con vida debajo de los troncos que la tenían apresada. Con la pierna ya infectada y casi desprendida, la subimos a un helicóptero, pensando, aunque sin decirlo, que sus posibilidades eran casi nulas.
En el campo de aterrizaje, donde se ubicaban las coloridas carpas, había llegado cerca de las 6 de la mañana una campesina de 35 años de edad, con una pequeña en hombros y otro de sus hijos de la mano. Ella estaba a punto de dar a luz, pero caminó 3 kilómetros desde el Alto de la Cruz para que los médicos la ayudaran. El trabajo del parto había empezado, y a eso de las 9:15 a.m. entre médicos y voluntarios pudimos presenciar el nacimiento de una hermosa niña. Era increíble sentir el ambiente de alegría que reinó durante algunos momentos por el nacimiento de un nuevo ser, mientras que miles de personas habían perdido la vida, incluyendo al padre y hermanos que Consuelo nunca podrá conocer.
El olor putrefacto del barro, azufre y cadáveres en descomposición, obligaba a que muchas personas se amarraran pañuelos alrededor de la nariz y boca, con el fin de poder respirar y evitar infecciones. Los zancudos y moscas ya empezaban a colonizar el lugar, lo que hacía molesto el ambiente para los sobrevivientes enfermos que esperaban desesperadamente los helicópteros que los llevarían a hospitales y centros de curación.
Se oían llantos y quejidos, pero hasta último momento logramos mantener una aparente tranquilidad. El desespero de sentir que el tiempo pasaba y cada vez se localizaban enterrados en el lodo cantidades de sobrevivientes que no se podían rescatar, creaba un ambiente tenso con fingidas sonrisas en la cara, tratando de aparentar algo que no se sentía.
A mediodía, había llegado más gente, entre periodistas extranjeros y voluntarios que durante casi 3 horas no pararon de caminar desde Guayabal.
Cada periodista trataba de esmerarse en su trabajo, pero era interrumpido periódicamente cuando divisaba algún movimiento, o cuando veía llegar gente en estado crítico. "En esos momentos a uno se le olvida lo que debe hacer. Algo lo impulsa a uno a ayudar... y más en este caso. Yo había visto tragedias --afirma Bernard Diederich, de la revista americana Time--pero nunca algo como esto, es impresionante, en realidad hay que estar acá para saber lo que es. Lo que uno trate de comunicar Y describir es poco para esta realidad".
Entrando ya la tarde, el movimiento de los socorristas era mayor. Los pilotos de los helicópteros no cesaban de trabajar. Estaba llegando la hora critica, cuando la luz natural empieza a hacer falta y el rescate de los sobrevivientes se complica más. Sabíamos que entre el lodazal había cantidades de personas que de una u otra manera seguian con vida, pero de nuevo los fenómenos de la naturaleza estaban presentes, haciendo sentir al ser humano impotente ante cualquier situación .
Nos queda el impresionante recuerdo de personas amputadas con serrucho por falta de implementos médicos, otros gravemente heridos, algunos niños huérfanos que no hacían sino llamar a sus padres, y cadáveres degollados y en mal estado, que por falta de formol y DDT, se convirtieron en focos de infección para la poca población que sobrevivió a la tragedia del Tolima.