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Claudia Varela, columnista

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Influenciando

Las relaciones jerárquicas han cambiado y ahora es más exitoso quien comparte el liderazgo, las decisiones, las relaciones y los resultados.

Claudia Varela
24 de marzo de 2024

Conocí a Pablo hace un tiempo, un chico muy inteligente, con gran capacidad estratégica y una voz importante en los equipos donde había trabajado. Desde que inició su carrera, Pablo se preguntó por qué existían personas en puestos muy importantes, aunque parecían no ser tan brillantes. A su juicio, su nivel intelectual era bien promedio, igual que su conocimiento técnico, y muchas veces sus comentarios eran flojos.

Pablo entró a trabajar muy joven a una multinacional. Su historia académica y su ímpetu eran especiales. Estaba listo para comerse el mundo. Sus primeros jefes le parecieron increíblemente inteligentes, capaces, retadores. Claro, Pablo era joven y todo lo que conocía era novedoso.

Pablo empezó su carrera de manera exitosa y era reconocido por sus grandes ideas, capacidad de análisis y actitud. Era de esos personajes que todos los jefes quieren tener en su equipo. Pero como los cachorros, los humanos también crecen y corporativamente deben ajustarse a realidades más profundas dentro de las creencias y cultura de los grupos organizacionales. Lo que ahora se llama “fit cultural” o encajar.

Hace muchos años, las relaciones se basaban solamente en hacer caso al jefe. Si el jefe era bueno, era perfecto; pero si era malo, pues, también se andaba. Las cosas han cambiado. Con el paso del tiempo, Pablo encontró cuál era ese ingrediente para que personas que no fueran excepcionalmente inteligentes y con un conocimiento técnico sobresaliente pudieran llegar a cargos tan altos.

Estos personajes son excepcionalmente buenos influenciando, quizá no siempre son los de las mejores ideas, pero son los mejores navegando las aguas, de dar gusto y de no alzar la voz. Para Pablo, muchas veces eran “tibios”, ya que podían cambiar su opinión para ajustarse más a la situación, pero al final saben nadar muy bien en la pecera y, por tanto, terminan siendo máquinas del networking y se quedan con los mejores puestos, aunque no lo merezcan.

Pablo entendió, se ajustó y hoy es muy exitoso en una corporación. Le costó un poco, pero al final con su capacidad estratégica solo fue cuestión de entender en cuáles peleas no meterse.

El liderazgo que hoy es definitivamente mandatario es el de influencia. Las relaciones jerárquicas han cambiado y ahora es más exitoso quien comparte el liderazgo, las decisiones, las relaciones y los resultados. Si el liderazgo es compartido, definitivamente el mindset tiene que cambiar, ya no es lo que “yo digo” es lo que “todos definimos juntos”.

El liderazgo por influencia es aquel que permite entender la mirada del otro de una manera genuina, inteligente y a la vez intuitiva, porque debe leer los discursos implícitos, los verdaderos motivadores que hacen que mi contraparte se mueva.

Un líder realmente que quiera influir busca que los demás se convenzan de por qué llegar a un objetivo colectivo sin importar primero la individualidad. Es el que la gente sigue de manera real, el que genera compromiso, el que reconoce el esfuerzo y, por tanto, es inspirador.

Sin embargo, aclaremos que no se trata de no tener fondo. No hablamos de manejar una personalidad extrovertida y simpática. La verdadera influencia se basa en entender los motivadores de cada miembro del equipo, en escuchar más y hablar menos y en rodearse de gente diferente, pero con valores compartidos. No solamente en premiar a los que siento que se parecen más a nosotros.

Suena sencillo, pero la verdad es que en una cultura tan egocéntrica como la actual no es muy fácil que esto se produzca de manera natural. Hay que saber desarrollar esta mirada, hay que automotivarse a ver más allá del diario, vivir del número y hay que tener una inteligencia emocional y espiritual clara.

Es evidente que el conocimiento técnico tiene que estar bien. Un líder debe saber de qué está hablando. Sin embargo, tal como el caso de Pablo, he conocido muchos flojos que llegan a cargos altos porque son buenos, influyendo o aguantando. No podemos quedarnos solo en saber cómo se hace lo que se hace, sino en cómo vendemos nuestras ideas, potenciamos al equipo y al final logramos objetivos colectivos por encima de los individuales. Influenciar de manera genuina es un arte que todos los líderes deberían conocer.

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