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| Foto: Alejandro Acosta

GLOBALIZACIÓN

¿Conducirá la guerra comercial a una recesión mundial?

A medida que se extiende la hostilidad comercial, aumenta el riesgo de una desaceleración global.

19 de julio de 2018

Los efectos de las escaramuzas comerciales entre Estados Unidos y China, Corea, Canadá, México y la Unión Europea parecen todavía de bajas proporciones, a pesar de que las hostilidades se expanden cada vez más. Hasta el momento, las medidas impuestas por Estados Unidos y la retaliación de los más afectados cubren cerca de US$2 billones (millones de millones) –uno de importaciones y otro de exportaciones– del comercio de los Estados Unidos, 10% de su PIB.

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Más allá de la inquietud de los mercados financieros al vaivén de los anuncios de las medidas y las respuestas, la actividad económica de los países involucrados todavía no ha resultado afectada, ni tampoco su inflación.

Los efectos estimados sobre la inflación no parecen de grandes proporciones. De acuerdo con los cálculos para Estados Unidos, el impacto de una tarifa de 10% sobre todas las importaciones incrementaría la inflación cuando mucho en cerca de un punto porcentual.

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Sin embargo, el efecto sobre la actividad económica podría ser de una mayor magnitud, si la incertidumbre, a medida que las escaramuzas se convierten en una guerra de grandes proporciones, genera un descenso pronunciado de la confianza de los inversionistas y los consumidores en las grandes economías envueltas. En ese caso, el consumo y la inversión se replegarían, lo cual podría llevarlas a una recesión.

Así, sería difícil que la economía mundial no entrara por lo menos en un estancamiento. Basta recordar, como hace Jim O’Neal, de la Universidad de Manchester, que la actividad económica global se origina cerca de 50% en China y 35% en Estados Unidos, que son justo los países entre los cuales se desencadenaría la guerra comercial con mayor intensidad.

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La recesión de esas economías se transmitiría al resto del mundo a través de un descenso del comercio, una caída de los precios de las materias primas y una reducción de los flujos de capital.

En el mediano plazo, además, como argumenta Barry Eichengreen, de la Universidad de California, los gravámenes a los insumos generarían ineficiencias y una reasignación de los recursos de los sectores de alta tecnología hacia la manufactura, lo cual frenaría la productividad. Con ello se desestimulará la inversión y se menoscabará la capacidad de crecimiento sostenido de las economías en el largo plazo.