Vigilancia en la frontera
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Vigilancia en la frontera

El límite entre Estados Unidos y México está cerrado porque la administración de Donald Trump cercó la zona con alta tecnología para evitar el cruce irregular de migrantes. Reportaje desde el nuevo muro que construye la Casa Blanca.

Redacción Semana
15 de noviembre de 2025
Estados Unidos amplía el muro en la frontera con México para frenar la migración

La administración de Donald Trump está reforzando las barreras que construyó en la frontera con México para detener el paso de migrantes. La Casa Blanca quiere que ninguna persona entre al país de manera irregular.

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El muro que separa la frontera de Estados Unidos con México es tan grande que se necesitaría juntar a seis adultos de estatura promedio para llegar a la parte más elevada de la barrera de acero que comenzó a construir ese país en 1991 para frenar la migración irregular. Está hecho de bloques de acero y hormigón y entre los paredones edificados de forma vertical, uno frente al otro como una fila militar, solo cabe el brazo de una persona. Cruzarlo, al menos en tierra, es imposible porque el cuerpo se atasca. Los más osados han cargado consigo una escalera para trepar hasta el otro lado y luego arrojarse nueve metros en caída libre, en un descenso que pocas veces es letal y que, en cambio, suele dejarles algunas heridas para continuar su tránsito por el desierto, hasta encontrar un pedazo de carretera en el que puedan dar con un transporte al interior del país

La vieja barrera lleva 25 años y cada vez es más extensa. Durante su primera administración, el presidente Donald Trump prometió ampliarlo y hasta instó a su contraparte del Gobierno mexicano a pagar por él. Ahora, con un segundo periodo en la Casa Blanca, Trump planea financiarlo con fondos federales, parte de ellos producto del incremento que aplicó a las visas de quienes pretenden visitar el país: una nueva política antimigración irregular financiada con recargos para ajustar las normas de ingreso al país.

"Cerrada a los migrantes", así está la frontera de Estados Unidos con México

La administración de Donald Trump busca reducir a cero el ingreso de migrantes irregulares. La Casa Blanca insiste en que la migración es “ilegal”.

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Esa barrera, contrario a los tiempos de George H. W. Bush y Bill Clinton en la década de los 90, ya no es solo física, sino que se armó con tecnología de guerra para controlar los cruces por los 3.185 kilómetros que en el pasado solo estuvieron delimitados por el río, el desierto y las montañas.

Hay todo tipo de aparatos: drones monitoreados desde tierra, helicópteros y aviones tripulados, puestos instalados en medio del arenoso suelo que detectan los movimientos que se hagan en el lugar, y que pueden identificar si ese tránsito corresponde a un animal, a un migrante o a un deportista haciendo trekking; también controles de agentes en las zonas de tránsito de personas y cámaras de calor capaces de reconocer si los camiones, buses y carros que van por la carretera transportan a migrantes escondidos, y hasta binomios integrados por agentes con sus caballos y perros entrenados para rastrear personas.

Los muertos de la frontera: miles de migrantes han fallecido intentando cruzar de México a EE.UU.

Al menos 4.000 migrantes fallecieron entre el 2000 y el 2024 en su intento de pasar de México a Estados Unidos de forma irregular. En una morgue de Arizona se acumulan cadáveres que no han sido identificados.

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La vigilancia es digna de una guerra porque la zona está custodiada por la Patrulla Fronteriza (US Border Patrol) –la fuerza policial que recibe la orden de detectar a los migrantes irregulares y llevarlos ante los jueces para iniciar un proceso que casi siempre termina en su salida del país–, hasta soldados del Ejército que también vigilan. “Nuestra presencia aquí no es simbólica, es operacional”, relata el teniente coronel a cargo del Primer Batallón de la Duodécima Unidad de Infantería del Ejército, Daniel Harrison.

El despliegue de uniformados y tecnología tiene un objetivo final: que los cruces de personas lleguen a cero. SEMANA recorrió el borde entre ambos países en dos de los cuatro estados fronterizos, Arizona y Texas, y evidenció el despliegue de las autoridades estadounidenses para interceptar a las personas que intentan migrar sin papeles.

Los muertos de la frontera

El sacerdote Ray Riding lidera una organización católica que se encarga de apoyar a los migrantes durante su paso por el desierto de Arizona, en la zona de la ciudad de Tucson, para evitar que más de ellos mueran por las condiciones ambientales del terreno. Su organización de misioneros instala puestos dispensadores de agua por la reserva indígena que une a los dos países y tiene puestos de apoyo ubicados en zonas clave de la vía, a donde los desplazados internacionales arriban buscando un apoyo que los salve de morir en el desierto.

El temor a perder la vida es una realidad. En esa zona se han rescatado 4.032 cuerpos sin vida de migrantes entre 2000 y 2024, de los que al menos 1.502 corresponden a personas que fallecieron por las condiciones ambientales: olas de calor intensas que superan los 48 grados centígrados en el día, temperaturas del desierto que llegan a 0 en las noches, heridas en sus piernas producto de las cortadas con las espinas de los cactus que adornan el paisaje, y hasta cuerpos que fueron hallados sin vida producto de las caídas.

En inglés responde al nombre de Ray, pero está acostumbrado a que los latinos le llamen Ramón. “Sabemos que van a entrar y van a cruzar. Tenemos pruebas: miles de muertes en el desierto. Hay diferentes cálculos, pueden ser más de 4.500. Nosotros no queremos que nadie muera y sabemos que, si no tienen agua, van a fallecer. Ellos no están acá para hacer daño, están buscando una vida”, dice.

Despliegue en la frontera

Riding camina por Tucson vistiendo una camisa blanca que lo identifica como salvador de vidas, la misma que permitió que un agente de la Patrulla Fronteriza lo reconociera en la calle para darle las gracias porque el jarrón de agua que había dejado en el desierto le salvó de morir por deshidratación, una tarde en la que el calor era tan elevado que ni los más experimentados uniformados pudieron domar las condiciones del terreno. No solo los misioneros ponen jarrones con agua, los mismos agentes desplegaron puntos de hidratación ubicados en dispositivos de control, en los que basta con oprimir un botón para que lleguen los uniformados a rescatar a las personas. Cuando una persona pide allí ayuda, los oficiales llegan a auxiliarlo, pero también a retenerlo.

No se sabe cuántos caminantes han fallecido en toda la frontera. A falta de una estadística nacional, los números que se tienen son datos a cuentagotas de las ciudades fronterizas o de las organizaciones de Derechos Humanos. En el recorrido aparecen piezas de un viejo celular enterrado en la tierra color bronce, un recipiente oxidado y botellones oscuros que alguna vez tuvieron agua. Quienes por allí cruzan eligen portar termos negros para que el plástico transparente no genere reflejos que les permitan identificarlos, también optan por las noches de luna llena para pasar porque estas les permiten tener más luz para ver el camino.

En esa zona hay un muro de 368 kilómetros y otros 50 están en construcción. Pese a la barrera, las autoridades identifican a diez niños migrantes a la semana, la mayoría no acompañados; en lo que va de 2025 se ha detenido a un promedio de 1.700 personas al mes y se han efectuado 28.000 rescates de quienes quedaron varados. En esa estadística está la historia de una niña de 3 años que entró llevando en brazos a su hermana de 7 meses de nacida y que pudo ser identificada por las cámaras de seguridad. Esos relatos son apenas los sucesos que alcanzan a documentarse.

Arizona, entre el desierto y el muro
Cerrada para todos

El paso de México a Estados Unidos se comercializa en grupos de Facebook y cadenas de WhatsApp en las que los coyotes cobran 5.000 dólares (18 millones de pesos colombianos) para transitar hacia el otro lado. Ese, sin embargo, puede ser un precio mínimo porque en el camino por México pueden encontrarse con carteles narcotraficantes que les obliguen a pagar “peajes” o “cuotas” para continuar su tránsito, también que roben sus pertenencias. Por eso, en las prendas que vestían los fallecidos que ha inspeccionado el patólogo forense Gregory Hess encontraron bolsillos secretos tejidos a la ropa, con dinero en su interior, identificaciones falsas, números de teléfono escritos en hojas desgastadas e imágenes del Sagrado Corazón de Jesús.

La cuestión de los carteles marca la política de cerco a la migración que se vive en la zona. Varios agentes contaron fuera de micrófonos que la aprehensión de cada persona significa un golpe a los narcotraficantes porque son ellos quienes controlan a los coyotes (o polleros, como les dicen los uniformados de origen latino) y terminan viéndose beneficiados por la migración irregular. Se trazaron un objetivo claro: tener cero aprehensiones.

El jefe de la Patrulla Fronteriza en el sector de Big Bend (Texas), Lloyd Easterling, hace hincapié en que “es evidente que ha habido un decrecimiento en la migración. Cada vez vemos menos personas porque el mensaje es claro: la frontera está cerrada y serás enjuiciado y regresado a tu país”.

En la sierra de Presidio, Texas, cerca de la frontera con Ojinaga, Chihuahua, en México, soldados del Ejército aprovechan un mirador cercano al río Bravo para inspeccionar la frontera que delimita el afluente. Junto a ellos, una decena de uniformados exhiben un vehículo militar con cámaras que les permiten ver varios kilómetros al otro lado, aunque no especifican de cuánto es el alcance porque aseguran que ese dato es un asunto de seguridad nacional. ¿Qué hace un uniformado, entrenado para la guerra, si se detecta a un migrante cruzando por la zona? El soldado raso Chieftain, quien lleva cinco meses al servicio en ese lugar, responde que su única misión allí es reportarlo a la Patrulla Fronteriza.

Los agentes saben que no son los únicos hombres de uniforme en la zona. Durante la visita de SEMANA lideraron un operativo “espejo” con la Guardia Nacional mexicana en el que bordearon en río Bravo, cada fuerza a un costado del afluente, con camionetas ocupadas por agentes que empuñaban sus armas. El vehículo de México es color tierra para camuflarse en el desierto. El estadounidense es tan blanco que a su paso genera destellos producidos por los rayos del sol. Pese a ser de países con lenguas diferentes, entre ambos se comunican en español y la línea imaginaria que divide a los países es tan mínima que se escuchan las voces de un territorio a otro.

Al borde del río que no se puede transitar

Ese “espejo” de sujetos armados bordeando el río se teje con la imagen del alambre de púas instalado en la frontera, de un color plateado tan brillante como la luna llena que ilumina las noches para el tránsito de personas. La barrera metalizada brilla porque acaba de ser instalada como un obstáculo más para el cruce de personas y, aunque podría fácilmente destruirse con un alicate, hacerlo no da garantía de ingreso porque el camino desde allí hasta la carretera es extenso y vigilado.

“Los migrantes tienen su propia astucia, gracias a Dios, y ellos buscan los lugares que están más dados al paso. Por desgracia, los menos vigilados son los más peligrosos porque la naturaleza tiene sus riesgos, como el río o vivir en el monte. Cuando una persona en su lugar de origen ya no encontró caminos para sacar adelante a su familia, busca lo que sea. El problema no es resolver la migración acá, sino que esta es una situación de solidaridad entre las naciones”, relata el sacerdote Pepe Valdés, quien gestiona casas para los migrantes que llegan hasta el lado mexicano esperando cruzar.

El terreno no es seguro para las organizaciones de Derechos Humanos. En la carretera aledaña a la frontera, en el lado estadounidense, se han presentado casos en los que sujetos con un inglés fluido se acercan a las organizaciones para pedir ayuda. “Help me, help me”, exclaman desde sus vehículos. Sin embargo, los defensores de Derechos Humanos no acuden a sus llamados porque temen que son supremacistas blancos que quieren interceptar a aquellos que ayudan a los migrantes que han llegado al país.

Es tan compleja la situación que esas organizaciones se negaron a permitir que los desplazados internacionales que ellos protegen compartieran sus relatos porque ya ningún extranjero indocumentado está seguro en Estados Unidos. Esta semana, por ejemplo, la misma fuerza policial que custodia el borde estuvo haciendo redadas en ciudades del interior, como Chicago, para identificar a los indocumentados.

Al menos en la frontera, quienes reciben la orden de ejecutar esa misma labor llevan en sus uniformes apellidos latinos y entienden español, otros tantos lo hablan por su ascendencia, tal vez sus abuelos o bisabuelos cruzaron ese mismo borde que ellos ahora vigilan para que los migrantes no entren.