Especiales Semana

Jacqueline Nova

Murió a los 40 años, pero el tiempo le alcanzó para ser la primera en obtener un título de composición en Colombia y, sobre todo, para hacer música de avanzada.

Carlos Barreiro Ortiz*
3 de diciembre de 2005

La última aparición pública de Jacqueline Nova -nacida en Gand (Bélgica-1935)- tuvo lugar en febrero de 1975. En el auditorio León de Greiff se estrenaba la partitura Homenaje a Cátulo. El texto tenía el acento premonitorio de su inesperado desenlace. Murió cuatro meses después, víctima del cáncer que había labrado una figura delgada y vulnerable. Una breve y fecunda carrera musical dejaba como legado las huellas de un espíritu indeclinable y una decidida vocación por las corrientes estéticas de avanzada propias de la segunda mitad del siglo XX. El escenario de su formación musical fue el departamento de música de la Universidad Nacional, a donde llegó en 1958, desde Bucaramanga, con el propósito de convertirse en pianista de concierto. Sus primeras obras provienen de mediados de la década del 60: son canciones, música de cámara y piezas para piano en las cuales se percibe la intención de trascender postulados academicistas. Sucesivas becas obtenidas por concurso le ofrecen luego la oportunidad de estudiar en el Instituto Torcuato di Tella. Allí se estrena en 1968 la pieza Operación-Fusión, que ilustra un primer paso hacia el ejercicio electrónico como elemento decisivo en su expresión personal. En la capital argentina se había estrenado, también, Asimetrías, para la inusual combinación de flauta, timbales y tam-tam, que plantea en su desarrollo una rara atmósfera de inestabilidad tímbrica y aleatoria. Muy pronto, sus propuestas ganan espacio en el exterior. En 1966, Doce móviles para orquesta de cámara, obtiene el premio de su categoría en el Festival latinoamericano de Caracas. Allí se manifiestan sus vínculos con la estética de Alban Berg: énfasis expresivo de angustia existencial y estructuras breves que culminan en incisivos golpes de piano. Como ocurre siempre con aquellos creadores que rompen con una tradición y abren brecha hacia nuevas alternativas, la obra de Jacqueline Nova puede gozar con todo merecimiento del privilegio de haber sido en nuestro país la primera en varios frentes. Primera en obtener un título de composición de una institución académica nacional (Universidad Nacional, 1967), primera en comprometerse de manera sistemática con el serialismo y procesos aleatorios), primera en adoptar la sonoridad electroacústica con actitud experimental y como elemento formal en partituras de compleja actividad instrumental y vocal (Hiroshima, 1972), primera en emplear lenguas y grabaciones de cantos indígenas en piezas de elaborada disposición electroacústica que el músico uruguayo Coriún Aharonián resalta por su "autoexigencia ética" (Cantos de la creación de la tierra, 1972, se considera un clásico en ese género en América Latina). De otra parte, su relación creativa con artistas de otros frentes dio como resultado propuestas que todavía conservan su significación: el evento 'Luz, sonido y movimiento' presentado con la pintora Julia Acuña en Bogotá en el MAM en 1969 es, según Germán Rubiano, la primera obra de arte 'interactivo' realizada en el país . La recuperación de sus argumentos acerca del quehacer y del lenguaje musical, luego de un período de silencio de casi una década, ha convertido a esta compositora colombiana en el arquetipo del artista latinoamericano que es capaz de construir una visión de avanzada en un medio de opciones tecnológicas precarias y de indiferencia institucional y de público. Jacqueline Nova escribió en 1966: "La repulsión hacia el mundo inerte de las máquinas es una fijación sobre el pasado como medio de protección, es miedo al presente". *Crítico musical