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Por qué no es Bolívar

El Libertador es el personaje más importante en la historia de Colombia, porque fundó la Nación y porque sus ideales marcaron el destino del país. Pero su figura supera toda clasificación y es de trascendencia continental.

11 de diciembre de 1980

No hay nadie mas influyente en la historia de Colombia que Simón Bolívar. Pero su nombre no fue tenido en cuenta en la escogencia del colombiano de todos los tiempos por dos razones. Una geográfica y circunstancial, pues el Libertador nació en Caracas. Segundo, porque su figura histórica trasciende con mucho las fronteras de nuestro país para proyectarse en el contexto continental, al punto que sería más propio llamarlo el latinoamericano de todos los tiempos. Más que un personaje de cualquiera de las cinco naciones que fundó, es un gigante de la historia universal.

Un pensamiento que nos marco

Las bases del proceso que definiría para siempre la identidad de nuestro país fueron establecidas por Simón Bolívar. Sus ideas políticas se nutrieron de la Ilustración francesa e inglesa, pero también recibió una fuerte influencia del romanticismo. Se habla de Bolívar como un pensador político conservador en la medida en que criticó constantemente el ala radical del liberalismo de la Ilustración, el jacobinismo, según el cual a partir de la libre confluencia de intereses individuales se llega al bien general (hoy en día los críticos de la globalización retoman su figura como ejemplo de crítica al liberalismo salvaje). En sus escritos se perciben constantemente, aunque reinterpretados, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

Así, la carta de Jamaica, además de poseer un supuesto carácter profético constantemente promulgado, es un claro grito de libertad en contra de la opresión española. Las ideas de igualdad y fraternidad, claves en el modelo de democracia pluralista que desde entonces los colombianos han buscado consolidar, también se perciben claramente en ella. Allí Bolívar habla, por ejemplo, de las diferentes razas del continente americano y concluye que "todos los hijos de la América española, de cualquier color o condición que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco que ninguna maquinación es capaz de alterar". Siguiendo esta línea Bolívar fue uno de los primeros americanos en oponerse a la esclavitud. Su experiencia del exilio en Haití, donde conoció de cerca el problema, sería decisiva en este sentido.

A Bolívar también le debemos, para bien o para mal, el sistema presidencialista de gobierno que ha caracterizado a nuestro hemisferio. Así, de su modelo para una Constitución de Bolivia siempre se ha criticado un autoritarismo que se hace evidente en la propuesta de una presidencia vitalicia, pero esta propuesta se puede entender también como un realismo político que atendía a las circunstancias propias de las naciones recién liberadas.

Lejos de ser un visionario que desde el comienzo previó cómo se desarrollaría la emancipación, Bolívar tuvo que vivir un largo aprendizaje a lo largo de su vida, aunque la historiografía tradicional se ha afanado en desconocer estas características al considerarlas una suerte de limitación a la figura mítica del héroe. Así se ve en los problemas que tuvo con los caudillos regionales, que primero se enfrentaron en una lucha interna que permitió la reconquista y luego desbarataron el sueño de integración regional. El asunto del caudillismo es clave para entender las dificultades que hoy vive el Estado colombiano en cuanto a clientelismo y formas de fuerza paraestatales a lo largo de buena parte del territorio nacional.

Al principio Bolívar culpa de la reconquista a los caudillos pero al poco tiempo comienza a entender que son un poder que hay que tener en cuenta. Así, en el Manifiesto de Capúrano, Bolívar dice que es imposible aplicar literalmente las ideas del liberalismo europeo a la realidad americana y que es necesario el apoyo de las masas y sus caudillos para triunfar. Este desencanto y reconocimiento de la realidad propia de las naciones liberadas explica la insistencia cada vez más rotunda en la necesidad de un poder centralizado y unitario que a menudo es referido como el autoritarismo de Bolívar, pero que se parece más bien al tipo de gobierno presidencialista que ha predominado en Colombia y en toda la región suramericana.

La vida del Libertador

Simón de la Trinidad Bolívar y Palacios nació en Caracas el 24 de julio de 1783 y murió en la quinta de San Pedro Alejandrino, en las cercanías de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Hijo de Juan Vicente Bolívar y María Concepción Palacios, miembros de ricas y linajudas familias criollas de Venezuela, entre sus primeros maestros y preceptores se contaron don Simón Rodríguez y don Andrés Bello. En 1801 viajó a España, donde contrajo matrimonio el 26 de mayo de 1802 con doña María Teresa Rodríguez del Toro, quien murió en Caracas, un año después, sin dejarle descendencia. De 1804 a 1807 viajó por Francia, Italia y Estados Unidos. En 1809 Bolívar regresa a Venezuela y comienza la lucha por la Independencia. En 1812 se traslada a la Nueva Granada y se pone a órdenes del Congreso. De 1813 a 1814 lleva la guerra a Venezuela, de donde regresa a Nueva Granada en 1815. Tras fracasos y decepciones se embarca para Jamaica y escribe allí su famosa Carta de Jamaica dirigida al ciudadano inglés Henry Cullen.

En 1817 desembarca de nuevo en Venezuela para iniciar la campaña libertadora que culminó con la victoria de Boyacá el 7 de agosto de 1819.

Regresa a Venezuela para asegurar su independencia tras una campaña que se cierra con la victoria de Carabobo el 24 de julio de 1821. El 6 de enero de 1819 reúne el Congreso de Angostura, donde queda fundada la República de Colombia, se le da el título de Libertador y se le elige Presidente, título que le confirma el Congreso de Cúcuta en 1821. En los años de 1822 a 1826 dirige la campaña libertadora de Ecuador, Perú y Bolivia. Se reúne con José de San Martín en la histórica entrevista de Guayaquil el 9 de diciembre de 1824. En 1827 regresa a Bogotá y es confirmado como Presidente por el Congreso. Convoca la asamblea Constituyente de Ocaña y ésta se reúne el 9 de abril de 1827 para dar una nueva constitución a la Gran Colombia. Clausurada la convención sin haberse logrado un acuerdo entre los diversos grupos que la componían, Bolívar asumió la dictadura el 27 de agosto de 1828.

El 25 de septiembre de ese año se produjo la conspiración contra su vida y su gobierno. En 1829 debió hacer frente a la invasión peruana en el sur, a levantamientos militares en el Cauca y al movimiento separatista de Venezuela. De regreso a Bogotá, convocó un nuevo congreso constituyente, que se reunió el 20 de enero de 1830. Producida la desintegración de la Gran Colombia, en medio de gran confusión política, Bolívar renunció a la Presidencia y se dispuso a viajar al exterior. Al llegar a Santa Marta, profundamente deprimido y enfermo, se alojó en la hacienda de San Pedro Alejandrino, donde murió el 17 de diciembre de 1830. Tenía entonces 47 años de edad.

Una America por hacer

¿Qué sería de América Latina sin Simón Bolívar? El es para el continente lo que Cervantes para España: el representante de lo más conmovedoramente humano y genuino de sus gentes. La fuerza emblemática de una libertad y de una lucha ante la adversidad y contra las injusticias. La tenacidad de un hombre solo contra un mundo. El mismo se definió como el Hombre de las Dificultades. No es casualidad que desde el siglo pasado casi todos los revolucionarios (desde los anarquistas rusos o franceses, hasta poetas como Byron y José Martí) buscaran identificar sus destinos con Bolívar.

Es que Bolívar encarna una tragedia, una derrota y un triunfo en medio de la interminable lucha por la justicia. Los campesinos sin tierra y los guerrilleros de América vocean su nombre. Los estudiantes lo llevan estampado en sus enseñas y banderas de protesta. Los patriotas de todas las tendencias lo evocan con reverencia. Allí está su mirada de dolorosa soledad en las escuelas, mirando a los niños harapientos o famélicos, como en un canto o un himno solemne: en todas partes como un dios cansado y vituperado, que cada día renace de sus fracasos. El sueño que nunca acaba. Una América que está todavía por hacer.