Especiales Semana

Vicky Hernández

Una mujer de fuerte personalidad que llenó con su impresionante presencia escénica el panorama del teatro, la televisión y el cine del país, en la segunda mitad del siglo XX.

Mauricio Sáenz*
3 de diciembre de 2005

En el somnoliento Cali del año 50 se gestaba una generación de inconformes. En esa camada nació Vicky Hernández Salcedo, una actriz de carácter que marca un hito en las artes escénicas de Colombia. Cuando la niña tenía 3 años, su mamá, tras enviudar, se trasladó con sus dos hijas a Bogotá. Cecilia Salcedo, licenciada en literatura, era una mujer de avanzada que procuró para sus hijas una formación intelectual. Las matriculó en el colegio de José Agustín Pulido, en el que Vicky se vio rodeada de cultura. Tenía menos de 6 años cuando entró al 'Grupo Escénico Infantil'. La televisión comenzaba en Colombia y la niña Vicky ya estaba en su pantalla. Con su hermana participó en El Mundo del niño, Ábrete Sésamo y Música para niños, y en los papeles infantiles de Telediacto e Historia de los grandes hombres. También hacía parte del radioteatro para niños de la Radiodifusora Nacional. Muy joven participó en la creación del Teatro Arte Popular con Carlos José Reyes, Celmira Yepes, Carlos Perozzo, entre otros, y luego en la de la Casa de la Cultura, hoy Teatro La Candelaria. A los 13 años estaba inmersa en las densidades del Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle Inclán, como Raposa, una septuagenaria. Cumplió 15 años haciendo Marat Sade, de Peter Weiss. Y la lista de sus participaciones es interminable, desde Ricardo III, de Shakespeare; El burgués gentilhombre, de Moliere, y Un tranvía llamado deseo, de Williams, hasta Los siete pecados capitales, de Brecht o la Casa de Muñecas, de Ibsen. Su obra más reciente fue Con el corazón abierto, de Humberto Dorado. En 1968 volvió a Cali, pero regresó en 1976 a la capital tras haber sido, con escasos 20 y tantos años, profesora de teatro en el Instituto Popular, en Bellas Artes y en el colegio Jorge Isaacs. Se unió de nuevo a La Candelaria y luego al Teatro Popular de Bogotá. Volvió a la televisión cuando el TPB produjo obras de teatro para la pequeña pantalla. Así comenzó su consagración en el medio masivo. El Coleccionista, en el que impresionó con el monólogo de 13 minutos en un solo plano de una mujer dipsómana, fue uno de sus primeros sucesos. Y los éxitos se sucedieron: Azúcar, Romeo y Buseta, La Casa de las dos palmas, La Intrusa... Debutó en el cine en 1982 con Paradiso del trópico, dirigida por Christian Bricault, y siguió con Las cuatro edades del amor, Carne de tu carne, La Estrategia del caracol, Crónica de una muerte anunciada, Proof Of Life, para nombrar algunos de los 24 títulos que la hacen, de lejos, la actriz colombiana de mayor participación en la pantalla grande. Vicky Hernández ha hecho historia con su presencia escénica y su voz atronadora muy acorde con su personalidad. Pero, aunque no lo confiesa, en algunas producciones de televisión ha sufrido porque no están siempre a la altura de su sólida formación intelectual. Es una actriz al ciento por ciento, 24 horas al día y siete días a la semana. Su franqueza y su perfeccionismo le han ganado la fama de ser el monstruo amable al que temen todos cuando alguna estupidez, pero sobre todo alguna injusticia, desata su ira santa. Pero es antes que nada un buen ser humano. Gran amiga, solidaria ante todo, es muy cariñosa. Una excelente madre de sus hijos, Mateo y Juan Sebastián. Vicky Hernández ha sido de todo, desde costeña hasta bogotana, desde monja hasta prostituta. Con su visión inmensa en los horizontes y minuciosa en los detalles, es una figura indispensable para entender a la mujer colombiana del siglo XX. Jefe de redacción de SEMANA*