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De príncipe a sapo

Los recientes escándalos protagonizados por el príncipe Ernst de Hannover demuestran que la realeza también es plebeya.

7 de agosto de 2000

En los cuentos de hadas un beso es suficiente para que los sapos se conviertan en príncipes. En la vida real algunos príncipes son los que se transforman en criaturas repulsivas. Puede que no se vuelvan verdes ni verrugosos, que no vivan en estanques ni que secreten una leche pestilente pero su sola presencia es capaz de generar rechazo en los altos círculos sociales. El príncipe Ernst de Hannover, jefe de la casa real de Alemania y esposo de la princesa Carolina de Mónaco, es el mejor ejemplo de esas transmutaciones.

La última gracia del hombre de 46 años tuvo como escenario la Expo 2000 de Hannover, evento al que asistió en visita oficial con su familia política. Después de ver la exhibición el príncipe no aguantó las ganas de ir al baño y no encontró mejor lugar para desahogarse que la pared trasera del pabellón de Turquía. Pero Ernst no contaba con la astucia de los fotógrafos del periódico Bild, que capturaron el momento en una serie de vistosas fotografías que ocuparon la primera página del diario. Al saberse descubierto el príncipe decidió vengarse y llamó a la editora de Bild, a quien insultó durante varios minutos. Cuando la mujer le reclamó por usar un lenguaje soez Ernst le confesó que esa era la forma en la que él trataba a las personas que se inmiscuían en su vida privada. Una vez más el príncipe se dejó atrapar mal parado y los periodistas aprovecharon sus continuas llamadas para grabar los insultos y publicarlos al día siguiente.

En Estambul, entretanto, la prensa expresó su indignación al calificar el hecho como un ataque al honor patrio. El gobierno turco tomó cartas en el asunto y su delegación diplomática le exigió a Alemania una disculpa por el comportamiento infantil de Ernst. La respuesta oficial de Berlín fue contundente: de ahora en adelante la casa de Hannover no actuará como representante oficial del pueblo alemán.

El gobierno no es el único avergonzado. El carácter violento y los malos modales del príncipe también irritan a la realeza europea que, si bien está acostumbrada a los continuos escándalos de los nobles, no soporta que las maneras plebeyas de uno de sus miembros afecte la imagen de la institución monárquica.

El repudio fue tan grande que el propio príncipe Rainiero, suegro del implicado, quiso evitar el escándalo y emitió un comunicado de prensa en el que declaraba que los hechos ocurridos durante la visita real a la Expo 2000 no tenían nada que ver con el principado de Mónaco y que sólo le incumbían a la familia Hannover. La reina Isabel II de Inglaterra se unió a la cruzada y declaró a Ernst persona non grata en el Reino Unido.

La drástica sanción ha causado sorpresa ya que el autor de los desmanes pertenece a unas de las dinastías más importantes del Viejo Continente. La casa de Hannover se remonta al siglo XI y durante más de un siglo (1714–1837) reinó en Gran Bretaña. De no haber sido porque allí no se impuso la ley sálica, que prohíbe a las mujeres acceder al trono, Ernest sería actualmente el rey de Inglaterra.

Sin embargo su refinada sangre azul se tiñe constantemente de un rojo brutal. Desde niño era problemático y se cree que la falta de atención y cariño de sus padres afianzaron en él un espíritu violento. Las peleas en el hogar de los Hannover eran tan dramáticas que en una ocasión el padre encerró a la madre en una de las torres del castillo de Marienburg. En la adolescencia las cosas no mejoraron y el joven príncipe organizó una pandilla llamada “‘Los Angeles Salvajes’, entre cuyas hazañas se recuerda la quema de pollos y el ataque a guardias civiles.

Por ese entonces la prensa local ya comenzaba a interesarse en las travesuras del biznieto del káiser Guillermo II y, ante las primeras críticas, la familia respondió que se trataba de simples locuras de juventud. Pero las locuras se acrecentaron con los años, sobre todo desde que inició su relación con Carolina de Mónaco. La pareja contrajo matrimonio el 23 de enero de 1999 luego de un tórrido romance —Ernst estaba casado con una de las mejores amigas de Carolina— y desde entonces el príncipe ha participado en varios disturbios que han ensombrecido la imagen de la princesa ante su pueblo.

Hace año y medio Ernst golpeó salvajemente con un paraguas a un paparazzo que intentaba tomarle una foto a Carolina y en diciembre del año pasado fue acusado de atacar al dueño de una discoteca en la isla de Lamu, en Kenia. En su defensa Ernst aseguró que el volumen de la música era muy alto y por eso tenía que darle una lección. La golpiza fue tan severa que el hombre tuvo que ser llevado a un hospital.

La situación en el hogar Hannover-Grimaldi se ha vuelto insostenible. Ernst lleva un par de semanas internado en una clínica de desintoxicación para alcohólicos y mientras tanto lucha para que el gobierno ruso le devuelva unas propiedades que le fueron confiscadas a su familia después de la Segunda Guerra Mundial luego de que se comprobara que varios miembros de los Hannover tenían vínculos con los nazis.

Carolina, por su parte, trata de mantener el matrimonio a flote por el bien de su pequeña hija Alexandra y cada vez que sucede un hecho violento ella sale a escena para calmar los ánimos con su encanto. Por eso no es de extrañar que a la pareja ya se le conozca en la monarquía como la bella y la bestia.