Home

Gente

Artículo

investigacion

Del consultorio al museo

El médico colombiano Carlos Espinel desarrolló un método de diagnóstico que les ayuda a los médicos a identificar enfermedades a partir de las obras de arte.

2 de septiembre de 2002

Rembrandt Harmenszoon van Rijn tuvo una vida miserable. Al dolor provocado por las muertes de su esposa y tres de sus hijos se sumó un descalabro financiero que, además de dejarlo en la ruina, terminó por convertirlo en un hombre taciturno y apesadumbrado. Para comprobarlo sólo hay que observar los 90 autorretratos plasmados en dibujos, pinturas y grabados que evidencian la constante agonía del pintor holandés.

Uno de ellos en particular, pintado en 1659, cuando Rembrandt tenía 53 años, llamó la atención del médico colombiano Carlos Espinel, quien luego de estudiar el cuadro durante varios meses llegó a una conclusión que a los críticos de arte no se les había pasado por la cabeza: Rembrandt no sólo tenía aflicciones morales, también estaba enfermo.

Muy enfermo para ser exactos. Según Espinel, médico especialista graduado en medicina interna, nefrología y cardiología de la Emory University, del Medical College de Virginia y de la Universidad de Washington en St. Louis, Rembrandt sufría de envejecimiento prematuro, padecía una enfermedad en la piel llamada rosácea y además tenía endurecimiento de las arterias y el colesterol alto.

¿Cómo lo supo si no hay pruebas documentadas al respecto?

Muy sencillo. Observando detenidamente cada trazo y cada pincelada. Fijándose en las formas y contornos. Midiendo los contrastes de luz y sombra fue descubriendo poco a poco en el autorretrato de Rembrandt los síntomas de varias enfermedades.

El envejecimiento prematuro se refleja en la piel áspera llena de arrugas propias de personas de 80 años, la rosácea se hace evidente por los bulbos en la nariz y las manchas rojas en las mejillas, mientras que las líneas color crema, que se ven debajo del ojo izquierdo, apuntan a la presencia de depósitos grasos asociados con altos niveles de colesterol. Los vasos sanguíneos que sobresalen en la frente también sugieren que el pintor pudo haber sufrido ataques de artritis temporal, un mal reumático que se presenta comúnmente en las personas europeas de edad y que viene acompañada de dolores en la cabeza y las articulaciones.

Este diagnóstico postmortem, que reemplaza los exámenes de laboratorio y los rayos X por análisis de pinceladas y retoques, hace parte de un original método de observación diseñado por Carlos Espinel: el Artmedicine.

"Mi objetivo es la humanización de la medicina. La información sobre salud se enseña con estadísticas, diagramas y números. Los estudiantes aprenden los hechos, pasan los exámenes, se gradúan y muchas veces caen en una práctica fría e insensible. Fue esa deshumanización la que me impulsó a investigar la forma de integrar la compasión con la ciencia. Artmedicine integra arte, humanidades y ciencia. Esta disciplina es el resultado de años de investigación y de descubrimientos médicos que hice a partir del estudio científico del arte.", señala este investigador que enseña cardiología con el arte de Rembrandt, reumatología con la pintura de Caravaggio y neurociencia con las obras de Vermeer y Pollock.

Si bien la técnica puede parecer descabellada, Espinel ha logrado captar la atención de revistas especializadas, como The Lancet y Jama, que en varias oportunidades han publicado sus investigaciones, entre ellas la enfermedad de Rembrandt, la artritis reumatoidea del Cupido durmiente de Caravaggio, la deformidad facial en el arte chino de Chou Ch'en y la incidencia del Alzheimer en la obra de Willem de Kooning.

Pero los medios de comunicación especializados no son los únicos que se han interesado en su trabajo. Universidades de mucha trayectoria como la de Georgetown y la Johns Hopkins, han abierto sus puertas para que el médico colombiano les enseñe a los estudiantes una nueva forma de diagnosticar a los pacientes rescatando la importancia de la observación.

El método de Espinel está basado en cómo el cerebro ve las imágenes. La luz entra por los ojos y al llegar a la retina se convierte en una señal eléctrica que es transportada por el nervio óptico hasta el cerebro. En el proceso la imagen se separa en varios subsistemas distintos pues hay neuronas especializadas en ver la forma, otras en ver el color, otras el tamaño, otras en la profundidad, hasta que finalmente toda la información se recrea y el cerebro no sólo identifica la imagen sino que percibe un significado.

Al estudiar el arte con detenimiento se aprende a identificar los efectos visuales y se descubre que una obra conmueve o es comprensible cuando logra satisfacer los requerimientos del cerebro a la hora de percibir la realidad. "Estoy diseñando modelos computarizados para ampliar este método de observación y llevarlo a otras áreas, empezando por la educación elemental. Hay niños que no aprenden y se cree que no son inteligentes. Yo pienso que están incapacitados para ver con el cerebro. Mi aspiración es ayudar a los que, mirando, no ven", sostiene este médico nacido en Pamplona y graduado de la Universidad de Caldas, que en los años 60 se tuvo que ir de Colombia tras recibir amenazas contra su vida cuando trabajaba como galeno de El Playón, Santander.

Desde entonces su vida ha sido un periplo constante. "Llegué a Estados Unidos sin conocer a nadie, con 20 dólares y una servilleta en la que un amigo me escribió 'I don't speak English!'. Me fui huyendo de la violencia y mi sueño era especializarme. Trabajé como técnico en un hospital, aprendí inglés y validé mi título de médico. Una semana después recibí la notificación: o entraba al ejército o me iba de Estados Unidos. Era la guerra de Vietnam. Como capitán fui el cirujano del 'DMZ', establecido en la zona desmilitarizada de la frontera entre las dos Coreas. Traté heridos, emergencias de guerra y una epidemia de fiebre mongólica", recuerda.

El Artmedicine es su nueva batalla y, aunque algunos de sus colegas todavía ven con recelo la técnica, Carlos Espinel está convencido de que su investigación va por buen camino. A fin de cuentas una imagen vale más que mil palabras.