Plantación de café El Caney, cerca a Manizales.

1973

Summa de Maqroll el Gaviero, Álvaro Mutis

Consuelo Gaitán
24 de enero de 2014

Qué puede revelar un poeta como Álvaro Mutis sobre nuestro país y sobre su historia reciente, cuando ya es un lugar común recordar la socorrida frase en la que afirma que el último hecho histórico que despertó su interés fue la caída de Constantinopla? Tal vez muchísimo más de lo que él mismo admitió, aunque siempre reconoció que: “No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región del Tolima, en Colombia”.

Mutis nombró de una manera inédita y diáfana una atmósfera que comprende desde los páramos y las cordilleras hasta esa prodigio de esplendor que es la tierra caliente. Fijó de la manera más contundente y hermosa el lado luminoso del mundo, de este mundo: los alcances redentores de la naturaleza evocada a través de la palabra. La poesía de Álvaro Mutis puso un orden en el caos, nos enseñó a escuchar la música secreta de los “elementos del desastre”. Pues esa atmósfera exterior tiene su contrapartida en una atmósfera interior, en donde la naturaleza humana es el lado putrefacto, corroído por el miedo y la mentira. Y aquí aparece entre líneas todo lo que se puede decir de este país, de su gente, de su idiosincrasia, de su exuberancia geográfica y moral, de su capacidad de destrucción. Lo inmortalizó de manera inigualable: estamos en medio de una “fértil miseria”.

Sin embargo, y esto es lo prodigioso de la poesía en mayúscula, el universo poético de Mutis trasciende estas barreras geográficas e históricas y desvela aspectos de la naturaleza y del alma humana que no desconocerían los estoicos de la antigüedad y que fácilmente adoptarían Montaigne o Dostoievski. Pero, por fortuna, fue en este país y en la lengua en la que hablamos, que Álvaro Mutis fijó en poderosas imágenes sus aguas, su vegetación casi infinita, así como el paisaje moral de quienes lo habitan.

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