O R D E N    <NOBR>P U B L I C O</NOBR>

La guerra silenciosa

Las Farc y el ELN han asesinado en los últimos meses a cerca de 60 soldados vestidos de civil y desarmados.

20 de diciembre de 1999

EL HECHO NO PUDO SER más siniestro. Ocurrió el 24 de septiembre del año pasado en la vereda Yunguillo, resguardo indígena de Mocoa, capital del Putumayo. Ese día fueron asesinados Juan Paul Becerra Evanjuanoy, su hermano Damacio Becerra Evanjuanoy y un amigo común, Marino Chingay. El primero de ellos era soldado activo del batallón de selva 49 y se encontraba en licencia; el segundo era reservista del Ejército y el tercero estaba haciendo diligencias para ingresar a la Policía. El día que los mataron ninguno estaba armado o vestía prendas militares.

Según testigos los tres hombres fueron sacados de sus casas por una docena de guerrilleros del frente 13 de las Farc, comandados por Hermes Capera Quesada, conocido como 'El Cuñado'. Al día siguiente del secuestro las cabezas de los hermanos Becerra Evanjuanoy fueron halladas tiradas en la carretera muy cerca de la vereda El Estero. Sus cuerpos aparecieron varios kilómetros más adelante de donde habían sido arrojadas sus cabezas. El de Juan Paul apareció en Puerto Limón y el de Damacio en el Bajo Yunguillo. El cuerpo de Marino nunca fue encontrado. Dicen algunos de sus paisanos que fue arrojado al río Caquetá, maniatado y con varios tiros en la cabeza.



El padre de los hermanos Becerra Evanjuanoy debió esperar varios días para poder sepultar a sus dos hijos. Debido a la presencia de los guerrilleros nadie en el pueblo se atrevió a denunciar el crimen de Juan Paul y Damacio. Por ello el levantamiento de los cadáveres sólo pudo practicarse cinco días después del asesinato. Ni siquiera el inspector de la Policía se atrevió a realizar la diligencia por miedo a la guerrilla, que también los tenía amenazados.



El caso de los indios Becerra Evanjuanoy no es único. La semana pasada fueron secuestrados y luego asesinados los soldados Eduard Germán González Castillo y Alexander Carrasco. Los dos pertenecían al grupo de caballería número 13 Ramón Arturo Rincón Quiñones y fueron secuestrados cuando viajaban de civil, desarmados e indefensos, en un bus intermunicipal entre Yacopí y La Palma, Cundinamarca. Las autoridades responsabilizan del hecho a alias 'César', comandante del frente 22 de las Farc.



El secuestro de los soldados González y Carrasco ocurrió el sábado 13 de noviembre en horas de la mañana. Sus cuerpos aparecieron al día siguiente a pocos kilómetros del sitio donde habían sido secuestrados. Sus rostros mostraban signos de tortura. María Mercedes Castillo, madre de Eduard Germán, dijo a SEMANA que "al comienzo cuando lo vi yo no podía creer que ese fuera mi hijo. Estaba irreconocible. Sólo lo distinguí por el cabello".



La vida de Eduard Germán González parece calcada a la de miles de colombianos que se ofrecen como voluntarios al Ejército con el fin de obtener una libreta militar de primera que les permita acceder a un trabajo digno para sostener a su familia. Tenía 20 años, había nacido en Bogotá y, ante las escasas perspectivas que le ofrecía su trabajo como conductor de un colectivo en Bogotá, decidió ingresar al Ejército en enero de este año.



La última vez que su familia supo de su suerte fue el pasado sábado, pocas horas antes de que la guerrilla lo secuestrara. Ese día llamó a su novia Maribel para decirle que gracias a su buen comportamiento lo habían escogido para que fuera a La Palma a comprar víveres para la tropa. "Mi amor, me tengo que despedir porque dentro de poco pasa el bus para Yacopí y no quiero que me deje", fue lo último que le dijo a su novia.



Eduard Germán era el único hombre de la casa pues su padre los abandonó cuando él estaba recién nacido. Tenía dos hermanas menores, quienes cursan estudios de primaria. Su padrastro, Luis Alfonso Rodríguez, fue hasta hace poco el conductor de la volqueta del municipio de San Antonio de Tequendama. La nueva administración municipal decidió darle el puesto a un militante de la corriente política del nuevo alcalde. "Desde entonces estoy sin hacer nada", dice Rodríguez, resignado.



Otro caso dramático es el de José Joaquín Reyes López. El militar fue secuestrado por las Farc el pasado 22 de septiembre cuando aprovechaba una licencia para visitar a su familia en Vista Hermosa, Meta. El soldado fue visto por sus propios familiares y transeúntes, aún con vida, maniatado y sujeto a un árbol a orillas del caño Acacías, a la entrada del municipio, ubicado en la zona de distensión, donde se realizan las conversaciones de paz con el gobierno.



Y esa práctica no es exclusiva de las Farc. También la lleva a cabo el ELN. Una semana antes del asesinato de los soldados González y Carrasco fue muerto en condiciones parecidas el cabo segundo del Ejército Rodrigo Rodríguez Sanabria. Su muerte ocurrió el 4 de noviembre en Arauca, llevada a cabo por las milicias urbanas de ese grupo subversivo. El suboficial se encontraba desarmado e indefenso. Su cuerpo fue encontrado con signos de tortura el 8 de noviembre en Panamá de Lipa, Arauca.



La frecuencia con que se han cometido este tipo de actos en los últimos meses ha hecho pensar a las autoridades que la subversión estaría utilizando una nueva modalidad terrorista dirigida no a secuestrar a los soldados, como había venido sucediendo, sino a asesinarlos. De acuerdo con las estadísticas de los organismos de seguridad han sido asesinados por la guerrilla cerca de 60 uniformados cuando se encontraban vestidos de civil y desarmados.



Esta serie de asesinatos llevaron al comandante del Ejército, general Jorge Mora Rangel, a denunciar ante la Fiscalía General de la Nación a los grupos subversivos de violar el Derecho Internacional Humanitario. La denuncia fue presentada el pasado 21 de octubre ante el fiscal general, Alfonso Gómez Méndez.



Pero mientras las autoridades investigan y toman decisiones, los casos denunciados por los organismos de seguridad sirven para demostrar la degradación a la que ha llegado el conflicto armado en el país. Mientras ello siga sucediendo, y el tema no sea considerado en la mesa de negociación, va a ser muy difícil que el conflicto armado logre los más mínimos niveles de humanización que reclama de manera justa la sociedad civil.