OPINIÓN
Operación 30/100
La nueva política se parece al «municipalismo», esa especie de anarquismo llano que gobierna desde la cercanía, con el vecindario, sin lagartos besando el culo de los cargos electos.
«Aquí no vienen a robarnos la alegría», exclama Juana Emilia Herrera García, más conocida como la «Niña Emilia», en uno de los capítulos de la reciente y triunfal miniserie de Telecaribe que recrea la vida de la más rebelde exponente del bullerengue y autora del Coroncoro, un tema atemporal y pegajoso que bailan hasta los muertos. Con tantas malas noticias que vienen desde Bogotá, es chévere que en los territorios sucedan hechos que les bajen los humos a los monopolios privados de TV, detengan a los expoliadores de riquezas y le abran los ojos a la cascada de candidatos a la Presidencia que, tal como van las cosas, podrían caber en la cabeza de un alfiler.
Dos lances modélicos. Uno en la Costa Caribe y otro en Cajamarca. El canal público Telecaribe consiguió minar la hegemonía cultural impuesta a los telespectadores por las cadenas privadas. Los caribeños crearon la miniserie Déjala Morir, un rodaje con bajo presupuesto que alcanzó un histórico rating regional, hecho que dejó ver las costuras de los canales RCN y Caracol, cuya imaginación no vas más allá de la sobreexplotación de la subcultura del narcotráfico. Asimismo, la gente de Cajamarca dio una abrumadora lección a los mercachifles de la minería a gran escala que andan por el mundo «chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies», como escribió un amigo que luce una abundante barba de hípster.
Hace unos años era fácil echarle el cuento a la gente de la «provincia» desde Bogotá o meterles el dedo en la boca a los labriegos que andaban desconectados del mundo. Eso viene cambiando. Para algo han servido la educación universal, los celulares con cámara y datos, amén de los viajes al exterior de jóvenes de las capas medias y proletarias que les permiten ver otras cosas. Esa clase de políticos que aún piensan que el pueblo es un rebaño al que basta un perro para llevarlo hasta el corral y esquilmarles la lana, empiezan a perder musculatura. Ganan músculo, en cambio, esas ideas, expresiones y formas organizativas de naturalezas regional, local, veredal que defienden una visión vernácula del «buen vivir», que en nada se parecen a la que guardan los operadores políticos tradicionales.
Se equivocan quienes creen que para hacer una «nueva política» basta poner a rodar una mera ocurrencia como la lucha contra la corrupción o autoproclamarse candidato presidencial sin preguntarle a nadie. Eso ya lo hemos visto. Esas son formas viejas de hacer política. «Lo nuevo» es otra cosa. La nueva política está basada en una relación equilibrada entre el individuo y el planeta, tal como lo saben hacer nuestros antepasados desde antes de que Caín matara a Abel. La nueva política se parece al «municipalismo», esa especie de anarquismo llano que gobierna desde la cercanía, con el vecindario, sin lagartos besando el culo de los cargos electos. La nueva política no es una oposición entre lo público y lo privado, sino una apuesta por la eficacia y el bienestar. La nueva política tiene que ver con la descolonización de las ideas, rescatando de las ruinas las «vainas nuestras». La nueva política, parcero, no puede ser la vieja política.
La nueva política no puede estar basada en los caprichos. Requiere estrategia. Como el «viejo topo» de Shakespeare: trabajando rápido bajo tierra. No luce descabellada la idea de que las fuerzas del cambio obtengan el 30 % del Congreso en las elecciones del 2018. Es creíble que estas mismas fuerzas ganen 100 alcaldías en el 2019. Una estrategia dirigida a ganar peso en el centro y vertebración en los territorios. La mejor estrategia es la unidad de todas las fuerzas del cambio, pero como está no parece posible, se podría pensar en una operación política eficaz en la que cada uno sume por su cuenta hasta alcanzar el objetivo: 30/100. Es la única manera de que las fuerzas del cambio pueden ganar respeto y no los sigan matando. Para gobernar los destinos de la República de Colombia es menester tener músculo parlamentario y poder real en los territorios. Sin estas dos cosas, mi llavería, te acaban sin apenas tocar la pelota.
Remate: Eduardo Cunha, pastor evangélico y maquiavélico «verdugo» de la presidenta Dilma Rousseff, fue condenado a 15 años de prisión por un juez por cobrar 1, 5 millones de dólares en sobornos cuando ocupaba la presidencia de la Cámara de Diputados de Brasil.
Yezid Arteta Dávila
* Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: En el puente: a las seis es la cita