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Guido Tamayo. Cortesía Penguin Random House.

Entrevista

“Pienso que el mundo se construye a varias voces y en desorden”

Arcadia habló con el escritor Guido Tamayo sobre su nuevo libro, Juego de niños, un pequeño rompecabezas que retrata la vida de una familia de clase media para explorar los dilemas y la ingenuidad de la pubertad.

Christopher Tibble
26 de febrero de 2016

Fernando, el protagonista de Juego de niños, es un adolescente envejecido. No sale de la casa, tiene canas, pasa los días completando los crucigramas del periódico. Fernando también vive enfermo. Sufre de migrañas y le cuesta trabajo desplazarse. Su origen, durante buena parte de libro, se desconoce: un día llegó para quedarse inmiscuido dentro la dinámica de una familia bogotana de los años setenta. Tanto sus nuevos padres como sus nuevos hermanos solo saben que, más pronto que tarde, una tragedia ocurrirá.

Juego de niños no supera las 140 páginas. Está escrita como un coro de voces, todas girando en torno al delicado héroe. Se lee como una novela policiaca. Con el transcurrir de los capítulos –y de las voces– se empieza a develar la vida –y el misterio– de Fernando. Pero también se revela el día a día de la clase media bogotana de esa época, la vida de barrio, los dilemas caseros, los conflictos eróticos.

Juego de niños es la segunda novela de Guido Tamayo, hoy profesor catedrático de la Universidad Externado. El inquilino, la primera, ganó el Premio de Novela Corta de la Universidad Javeriana en 2010.

¿Cómo surgió la idea de escribir Juego de niños?

Llevaba encima la enorme figura de Fernando, el protagonista, sin darme cuenta. Su peso, su voz y sobre todo su existencia tan distinta a la de los niños de mi edad me intrigó desde pequeño. Ahora, ya mayor, quise conversar con mi infancia y él se tomó la palabra.

El libro parece una novela pero se lee como un cuento, donde todo parece pensado para llegar a la última frase. ¿Usted cómo lo describiría?

Me gusta eso que dice, creo que es un cuento de niños que se hizo novela corta, como si no deseara crecer más. Creo que estas formas breves son tan cercanas y coquetas que se prestan muchas cosas la una a la otra. Creo que solo el espacio que fue demandando Fernando y la necesidad de darles la voz a los otros niños hizo que su extensión se definiera.

La novela está estructurada como un rompecabezas, como un coro de voces. Todo se devela paulatinamente y a veces en desorden. ¿Por qué decidió usar esa fórmula?

Me inquieta mucho que las voces hablen, descreo de una voz imperial como descreo de las fórmulas literarias. Pienso que el mundo se construye a varias voces y en desorden. No me gusta que todo sea mecánico y aritmético, prefiero cierto desarreglo que de todas maneras lo dicta la escritura misma.

La obra transcurre en la Bogotá de los años setenta, con relatos de barrio y episodios que parecen recuerdos. ¿Cuánto de autobiográfico hay en la novela?

Lo suficiente como para recuperar ciertas emociones y personas que compartieron conmigo ese momento irrepetible. Pero también este ejercicio de recuperación significa aceptar la carga imaginaria con la que los traes al presente, y lo más importante, que sean maleables, listos a ser modificados por las exigencias de la ficción. En otras palabras: memoria y ficción negociando.

Al mismo tiempo, la gran mayoría de la trama transcurre dentro de un apartamento, que se siente a un tiempo enorme y opresivo. ¿Cómo logró construir ese espacio?

Fernando no puede visitar el afuera por sus limitaciones físicas a causa de una enfermedad de nacimiento; en consecuencia, su vida transcurre entre los pasillos y las habitaciones de ese apartamento que a veces es opresivo, diminuto, desesperante; y otras, extenso y diverso como una ciudad. Solo depende de las oscilaciones de su ánimo.

El personaje principal, Fernando, es una figura trágica: torpe, lento, sensible, minusválido, víctima de una serie de circunstancias que no controla. ¿De dónde viene? ¿Qué representa?

Representa de manera evidente e inicial la diferencia. También la amistad y la ternura. Pero poco a poco se va escapando para significar más cosas: la impotencia, por ejemplo; lo desconocido, la injusticia, alguna forma de la violencia, en fin, él mismo se va tornando en un enigma, un símbolo. Creo.

Juego de niños gira en torno a la adolescencia, al despertar del deseo. ¿Qué significa esa época para usted?

Hallar por primera vez tantas cosas y experimentarlas sin prejuicios, sin cálculos ni reservas morales. Sin saber qué significarán en el adulto. Esa disposición a la vida es después irrecuperable.

Un detalle curioso son los crucigramas, regados entre las páginas. ¿Se trata de una afición suya?

No, no hago crucigramas, se trata del juego de niño de Fernando, él no puede compartir los juegos callejeros y físicas de sus hermanos y primos y se ve avocado a dialogar con un diccionario que lleva a cuestas y a divertirse o sufrir con la solución de los crucigramas, que entre otras, el inicia para que el lector culmine y juegue con él.

Su libro anterior, El inquilino, salió en 2011. ¿Habrá que esperar cinco años más para su próxima novela?

No lo sé muy bien, soy extraordinariamente lento, me amaño corrigiendo.

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