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El poeta norteamericano Langston Hughes. Foto por Fred Stein/Getty Images

ARCADIA TRADUCE

'Historia', un poema de Langston Hughes

Después de que se le negara el permiso para traducir una intervención poética de Zoe Leonard, el filósofo colombiano Felipe Botero, encargado de la sección Arcadia traduce, nos comparte un breve poema de Langston Hughes.

Felipe Botero
8 de junio de 2018

Esto no era lo que tenía planeado para este mes de elecciones. Desde hace tiempo, desde antes de abrir esta sección en ARCADIA (podría decirse incluso que fue una de las razones que me llevó a abrirla), soñaba con compartir en épocas electorales una obra de arte que me impresionó mucho desde la primera vez que la encontré investigando para hacer un trabajo durante mi maestría. Me refiero a I want a president, de la artista y activista estadounidense Zoe Leonard. Su poderoso mensaje parecía capturar de manera concisa los deseos de cambio de una gran parte de mi generación, así como la rabia y la amargura que produce observar las dinámicas políticas tradicionales que impiden ese cambio. La obra de Leonard parecía capturar también los graves defectos de nuestro sistema político, esos que posibilitan la perpetuación de injusticias insostenibles como la discriminación de minorías, la marginación socioeconómica de un gran sector de la población o la exclusión de los sectores más vulnerables de nuestro país de la participación política que es suya por derecho.

Sin embargo, hace un mes, cuando le escribí a la artista Zoe Leonard a través de su galería para pedirle permiso de publicar mi traducción de su obra, recibí un “no” como respuesta. Leonard alegaba: “no es posible traducir este texto directamente: muchas de las palabras/historias/instituciones tienen referencias intrínsecamente estadounidenses (...) que no resuenan de la misma manera en otras lenguas”. Confieso que me dolió muchísimo: les respondí a los representantes de la artista señalando que mi traducción no pretendía una fidelidad imposible con el original, sino que justamente adaptaba el mensaje de su poderosa obra a las condiciones históricas y socioeconómicas de nuestro país, que así resonaría entre el público colombiano por las coyunturas actuales. Pero su decisión permaneció intacta. Y yo quedé con una profunda decepción ante la determinación de una artista a quien admiraba y la amargura de saber que no había nada que pudiera hacer.

Por momentos, mi amargura me llevó a cuestionarme acerca del concepto de propiedad privada en el arte, acerca de la pertenencia de piezas destinadas a provocar reflexión o pensamiento crítico a quienes las pensaron por primera vez. Creo firmemente, como le dije a Zoe Leonard, que las obras de arte viven de las reinterpretaciones, de las reapropiaciones de quienes las aprecian y no solo del impulso originario de quien las crea. Creo también que las obras de arte adquieren nuevos y diversos significados en el tiempo, que las reapropiaciones las mantienen vigentes y relevantes en distintos contextos culturales e históricos.

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Por momentos llegué a desistir de mencionar la obra de Leonard en esta sección, negándole la difusión que estoy haciéndole a la artista y a la galería que, en mi opinión, de manera poco inteligente, se opusieron al reconocimiento que hubiera implicado una traducción. Pero, más allá de que creo que la relevancia y el inmenso valor de su obra están por encima de la mezquindad de su autora (o lo que, para mí, es mezquindad), después de los resultados electorales de la primera vuelta creo que todo este suceso revela otros fenómenos que vale la pena revisar.

Con la autofagia en la que incurrimos quienes deseamos un cambio en el mundo, peleándonos, devorándonos, dividiéndonos, estamos asegurando el triunfo de las dinámicas políticas tradicionales que, por inercia o por astucia, logran mantener unida y cohesionada a la élite política que ha gobernado tradicionalmente. Eso lo ha reforzado la primacía vanidosa del ego sobre la comunidad, como en la que, a mi parecer, incurrió uno de los candidatos al negarse a hacer alianzas con sectores afines a su candidatura por miedo a perderla (no hay necesidad de nombres acá). Todo esgrimiendo una supuesta pureza ideológica o moral que, a la hora de la verdad, no revela sino una intransigencia y una arrogancia que no pueden sino perjudicar a quien la esgrime y a quien ellos representan.

Todo lo anterior para decir que este mes no podremos compartir acá la maravillosa e importante obra de arte de Zoe Leonard I want a president como teníamos planeado, sino que tendremos que contentarnos con un pequeño, pequeñísimo poema del inmenso Langston Hughes (1901-1967) que, en sus cortas cuatro líneas, logra evocar un mensaje tan poderoso e importante como el del poema que no pudimos traducir.


Historia

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De sangre y tristeza.

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