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Grafiti de Toni Morrison en Vitoria-Gasteiz, España. Crédito: WikiCommons.

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El estigma del color negro

La más reciente novela de la premio Nobel Toni Morrison, ‘La noche de los niños’, recurre a varias voces para explorar el color de la piel, el duelo por la pérdida y la ardua tarea de vivir con el pasado.

José Londoño
18 de noviembre de 2016

Todo comienza como una defensa. Sweetness, una mujer que viene de una familia que generación tras generación ha tratado de blanquearse, da luz a una hija. Lula Ann nace negra, negrísima, azabache, mucho más negra que Sweetness, que ha pretendido pasar por blanca en las calles y las tiendas, comprando cosas de blancos. Esto se torna en un gran problema. Sweetness dice no tener la culpa (como si fuera algo de culpas): jura que no se acostó con otra persona. Juzga a los antepasados de su esposo. Les echa la culpa. Concebir un hijo negro en un país segregado como Estados Unidos se ve como un error. El matrimonio se le derrumba. La infancia de Lula Ann se ve marcada por un padre inexistente, una madre que le tiene asco y el estigma del color. “Ese color de piel es una cruz con la que tendrá que cargar toda la vida. Pero no es mi culpa. No es mi culpa. No”, dice Sweetness.

Este año, la Editorial Lumen la tradujo al español La noche de los niños, la nueva novela de la estadounidense Toni Morrison. La autora es una de las voces políticas y literarias más oídas de su país. Con su obra ha hecho visible que su país nunca ha sido un paraíso. Más bien, ha sido un campo de apartheids internos, de exclusiones íntimas y públicas, de sueños truncados, y de una esclavitud todavía presente en las actuales relaciones de poder. La situación negra en Estados Unidos se muestra, por ejemplo, con el hecho de que el 40% de los presos son negros, población que representa el 13% de la población, y con el hecho de que la pobreza, el desempleo y el abuso policial se arrastran racialmente, discriminando. En respuesta de esto han nacido movimientos como Black Lives Matter y voces como las de ella, Cornell West, Bell Hooks, Angela Davis, Ta-Nehisi Coates y el presidente Barack Obama.

La novela, sin embargo, no es plenamente racial. Es en especial sobre el trauma y el abuso de menores. Lula Ann se vuelve una mujer hermosísima, y adinerada hasta el punto de conducir un Jaguar. Su manera de vestir es particular: siempre de blanco. Trabaja en una compañía de cosméticos y es la imagen de la belleza y de la disciplina. Para escaparse del pasado escogió cambiarse de nombre. Se nombró Bride y conserva con su madre una relación apenas monetaria. El presente exitoso que vive, empero, está ofuscado por una deuda con el pasado. Para ganarse el cariño de su madre, en su niñez causa, mintiendo, el señalamiento a una profesora que acaba presa.  

Cuando esta persona, Sofia, sale de la cárcel, Bride trata de devolverle la vida. Le ofrece 5.000 dólares, cosméticos y un tiquete de vuelo. Cargada de odio, Sofia ataca a Bride al poco tiempo de reconocerla. Termina destrozada. “¿Cómo va a convencer a las mujeres para ponerse guapas con productos que a ella no le servirían de nada? No hay base de maquillaje suficiente en todo el mundo para tapar las cicatrices de un ojo, una nariz rota y una cara rosa, con la piel arrancada hasta dejar al aire la hipodermis”, piensa su mejor amiga, Brooklyn. Afortunadamente, se recupera luego de perderse.

Así, la novela tiene este evento y otros en los que volver hacia atrás es imposible y desfigurador. Bride cada vez que trata de volver al pasado, para rehacerlo, sufre un accidente y se pierde. Volver, en cierto modo, es más bien un ir de otra manera hacia adelante, pues todo ejercicio de sumersión en el pasado ocurre en el presente. En sus intentos de retorno y enmiendo, Bride se deshace y depende de otros adultos para que la cuiden; vuelve a ser como niña otra vez, en el sentido de la dependencia. Durante un mes, por ejemplo, sus senos, que son exuberantes, se le aplanan poco después de reocnocer que ya no tiene vello púbico que afeitar, y que se sabe vestida con prendas que parecieran no pertenecerle. En esos momentos es mirada y apelada constantemente como negra, como ser que carga una cruz.

Un poco la solución que resuelve Bride consiste en saberse aligerar de la carga del pasado, que más que pasado es un estado difícil del presente: una encarnación en el cuerpo y una amenaza en la percepción de la propia existencia. Este, como plasta, como masa en la espalda, como cruz, se convierte en un perpetuo dolor que no la deja vivir, ni a los otros personajes, como Booker, su novio. Lanzarnos hacia atrás, en gran medida, es tocar heridas todavía abiertas y vulnerables, es ponernos rocas encima, comprende la protagonista. La mejor manera de vivirlo, tal vez, está en utilizarlo para iluminar, para hacer más ligeros los tiempos por venir.

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