Especial Norte de Santander
Descubra la riqueza histórica y cultural de Norte de Santander: Seis lugares imperdibles
Bienvenido a este pedacito de Norte de Santander en donde terminan los Andes y Venezuela se siente muy cerca. Aquí vivirá una aventura extraordinaria.
Villa del Rosario
En su templo histórico se redactó la primera Constitución Política de Colombia hace más de 200 años. Aunque el edificio sufrió con el terremoto de 1875, al igual que otras construcciones coloniales, tras su reconstrucción quedó con un encanto particular. Muy cerca del tamarindo, un árbol emblemático que sirvió de tertuliadero a los próceres y fue testigo de las intrigas que le dieron forma política a todo Suramérica.
Otro de los lugares insignia es el edificio de La Bagatela, donde finalmente nunca se imprimió el periódico que llevaba su nombre, fundado por Antonio Nariño. Era un proyecto intelectual que fortaleció los cimientos contra la monarquía española, pero que al final se rebautizó para homenajear su carácter revolucionario. Aquí también funcionó el Palacio de Gobierno de la Gran Colombia y el Congreso, un colegio e incluso una tienda. Hoy se conserva en buen estado.
En Villa del Rosario también vale la pena pasarse por la Casa Museo General Santander, en donde reposan varias obras dedicadas a los próceres. Aquí fue donde nació el Hombre de las Leyes y hoy es un lugar que permite entender mejor el contexto local que dio paso a la independencia de Colombia.
Chinácota
A menos de una hora de Cúcuta, pasando por haciendas cafeteras, se llega a un municipio conocido como La Casa Bonita de Norte de Santander, en donde la altura y las montañas crean un aire acogedor. Aquí, ríos y pozos le dan vida a un escenario perfecto para el senderismo o el ciclismo de aventura en la vereda Iscalá o el páramo de Mejué. Con una amplia oferta turística, la zona rural de Chinácota se ha convertido en un atractivo para toda la familia.
Tendencias
Además de sus paisajes y fauna, Chinácota también tiene historia. Aquí se firmó el tratado que acabó con la Guerra de los Mil Días y se construyeron edificios que han visto los devenires de Colombia, como sus iglesias y, recientemente, murales hechos por artistas urbanos de todo el mundo. Una buena época para conocer el pueblo es a mediados de agosto, cuando se celebran las Ferias de San Nicolás.
Pamplona
Durante la Semana Santa se vive un tiempo especial en la ciudad. No solo por sus majestuosos templos, como el Santuario del Señor del Humilladero, que en esta época se sienten aún más solemnes, sino por las procesiones de nazarenos y la música sacra que exaltan el fervor católico.
Aquí también gritó la independencia Águeda Gallardo de Villamizar, una de las mujeres independentistas de Colombia, incluso días antes del florero que se quebró en Bogotá. Un hecho histórico que se recuerda en museos y edificios donde se puede conocer cómo se formó la nación.
En Pamplona también nació Enrique Ramírez Villamizar, uno de los pioneros del arte moderno en Colombia. El museo que lleva su nombre también permite entender las expresiones artísticas del siglo XX en el país.
La joya de la corona está a cuatro horas de la ciudad: el Parque Nacional Natural Tamá, que incluye varios páramos y preserva una flora y fauna únicas.
Cácota de Velasco
Este pueblo parece que lo hubieran dibujado entre las montañas. Si le gusta caminar, aquí puede pasar al menos un fin de semana. Si prefiere la comodidad de un carro, páguele el pasaje a un jeep clásico para sentirse como un caficultor de verdad.
En medio de postes pintados, las calles del pueblo calientan el espíritu. Un lugar imperdible es la laguna del Cacique de Cácota, un espejo de agua que hace parte del páramo de Santurbán, donde uno se queda sin aliento tanto por la altura como por el paisaje sublime.
Como símbolo turístico se construyeron unas alas de cóndor con vista a la laguna. La idea es que los visitantes posen como si fueran aves andinas.
Si les tiene miedo a los espantos, cuídese de los que vigilan algunos caminos reales de Cácota. Fueron construidos para evocar mitos locales, pero protegen a la laguna de las manos malintencionadas.
A veces no hay espacio ni tiempo para llenarse de souvenirs, pero aquí vale la pena llevarse alguna pieza de alfarería –o tiesto, como le dicen los locales–, pero que no sea de las moyas gigantescas que adornan la plaza principal. Eso sí, ni por error se vaya sin probar los duraznos.
La Playa de Belén
Pocos lugares de Colombia tienen un urbanismo tan estricto como este pueblo, que se encuentra a menos de una hora de Ocaña y ofrece opciones turísticas para todo el mundo.
Aunque el municipio se fundó después de la colonia, se esmera por conservar un estilo colonial en sus fachadas. No importa si las construyen en pleno siglo XXI.
Sus tres calles empedradas sirven para aprender técnicas arquitectónicas sostenibles, como la tapia pisada. El cementerio permite tener una panorámica de 360 grados de la zona. Si les teme a los muertos, puede subir a Los Pinos, en otra loma. Desde ambos cerros se ve el pueblito que parece de juguete, las montañas en las que se practica canopy y los Estoraques.
El tesoro de este municipio es el Área Natural Única Los Estoraques, un pequeño desierto generado por la erosión milenaria de las rocas, que parece diseñado para una película o simplemente para que la gente recorra sus laberintos.
El Catatumbo
A diferencia de los otros lugares de esta lista, el Catatumbo no es un municipio sino una región, que incluye poblaciones como Ocaña, Ábrego, Tibú y Playa de Belén, entre otros. Debido al conflicto armado, la zona ganó fama de insegura y peligrosa, pero ofrece planes para familias y mochileros avezados.
Hay proyectos gubernamentales que buscan facilitar la movilidad por tramos de carreteras venezolanas, que harían más cortos algunos trayectos. También se anunció la reactivación del aeropuerto de Ocaña para que el Catatumbo se conecte mejor con el turismo, pero ya es posible recorrerlo, desde Santander o desde el sur del Cesar.
Un lugar recomendado es el Parque Nacional Natural Catatumbo Barí, que requiere más tiempo y disposición de aventura para disfrutar de sus ríos en lancha, hacer senderismo por sus cañones y acampar respetando los ecosistemas y pueblos indígenas. Quienes lo han visitado en los últimos años, aseguran que han visto volar cóndores, una experiencia casi imposible de vivir en otros lugares del país.
Ocaña es la segunda ciudad del departamento. Tiene su propio acento –un ‘vos’ diferente al caleño o al paisa– y un papel preponderante en el origen de la democracia que vivimos hoy. El gentilicio ocañero se aplica a una gastronomía particular: el pan, los frijolitos (así, en diminutivo), las arepas y las cebollas encurtidas que son muy diferentes a estos productos en otras regiones del país y del mundo. Viaje y pruébelos para que sepa lo que es bueno.