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CON RABO DE PAJA

Bush se propone renovar la CIA. Pero su candidato podría ser rechazado por el Congreso.

17 de junio de 1991


LA RENUNCIA DE WILLIAM Webster, director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, era una cuestión de tiempo desde hace varias semanas. Pero las preguntas sobre la CIA estaban latentes desde 1989. En ese año, la caída del comunismo en Europa y el acercamiento de la URSS, dejaron sin piso la estructura de la inteligencia norteamericana, que hasta entonces dedicaba la mayor parte de sus recursos a enfrentar la amenaza comunista.

Fue el pobre desempeño de la CIA en la crisis del golfo Pérsico, lo que puso de presente que los servicios de inteligencia merecían un remezón. En las arenas del Medio Oriente, ese contingente de sovietólogos pareció lamentablemente fuera de onda. Tanto, que la CIA fue incapaz de dilucidar las verdaderas intenciones de Saddam Hussein, y pocos días antes de la invasión a Kuwait, se empeñaba en sostener que las amenazas del dictador iraquí no pasaban de ser eso, amenazas.

Pero no solamente ese pobre desempeño ha puesto a la CIA en la mira de la opinión pública norteamericana desde hace algunos años. Son múltiples los escándalos -reales y supuestos- que gravitan sobre la imagen pública de la Central. Desde el asesinato de John Kennedy, las especulaciones han hablado de actuaciones de la Agencia que, por lo menos, estarían en el límite de la legalidad. Contactos con la mafia, implicaciones en el desastre de ahorros y préstamos, negocios con narcotraficantes en Costa Rica, contactos con el hombre fuerte de Panamá, Manuel Antonio Noriega, todo coronado por el problema de la venta de armas al Irán del Ayatollah Khomeini, para brindar fondos a los contras de Nicaragua, -cuando ambas operaciones estaban específicamente prohibidas por el Congreso. Semejante récord parecía indicar la necesidad de caras nuevas en una dependencia que le cuesta 30 mil millones de dólares anuales al consumidor norteamericano.

Sin embargo, el sucesor propuesto por el presidente George Bush, y que deberá ser ratificado por el Congreso a mediados de junio, no parece ser la persona más adecuada para hacer borrón y cuenta nueva. Se trata de Robert Gates, de 47 años (20 más joven que su predecesor), quien tiene más de 25 años de trabajo en el sector gubernamental, y específicamente en la CIA, donde hizo carrera como analista de inteligencia.

Quienes critican la candidatura de Gates, se apoyan en dos hechos: por una parte, se trata precisamente de un sovietólogo, incluso con grado universitario sobre el tema, obtenido en la Universidad de Georgetown. Por la otra, que es la más decisiva, se critica a Gates su posible participación en el escándalo Irán-Contras, que tuvo lugar cuando el candidato era subdirector, bajo la jefatura del difunto William Casey.

Esa es la razón para que algunos duden sobre si el Congreso estaría dispuesto a ratificar el nombramiento. En su contra juega un antecedente de peso pesado: en 1987, tras la muerte de Casey, el entonces presidente Ronald Reagan propuso a Gates para reemplazarlo, pero el propio funcionario retiró su candidatura, luego de que en las audiencias ante el Congreso, se le acusara de conocer las maniobras fraudulentas de Casey y sus cómplices.

Pero Gates