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El dragón enfermo

La crisis ambiental china desafía al gobierno comunista y amenaza con acabar con el 'milagro' económico del siglo.

12 de febrero de 2006

El gobierno chino ha prometido que para 2008, cuando va a recibir los Juegos Olímpicos, Beijing va a tener cielos azules. Pero la promesa parece imposible de cumplir si se tiene en cuenta que hace un par de semanas la sede de las olimpíadas ganó otra nominación: la capital mundial de la contaminación. De acuerdo con la Agencia Espacial Europea, basada en imágenes satelitales, Beijing tiene los peores niveles de dióxido de nitrógeno en el planeta. Cuando no hay brisa, la contaminación hace ver rascacielos a un par de cuadras de distancia como sombras fantasmales e incluso las vallas que prometen unos olímpicos 'verdes' están cubiertas por una cáscara de hollín. No es un caso aislado. Es sólo una de las 16 ciudades chinas en el listado de las 20 con más polución en el mundo, según un reporte del Banco Mundial. Cerca de 400.000 personas mueren prematuramente por enfermedades respiratorias cada año. Y ese es sólo uno de los síntomas. El 'milagro económico' de los últimos años que ha acaparado los titulares de la prensa mundial -con un crecimiento de más del 8 por ciento anual durante dos décadas- ha producido un desastre ambiental de dimensiones proporcionales al tamaño y la población del gigante asiático. Una bomba de tiempo que estalla de a poco, como lo recordaron dos eventos de las últimas semanas. La explosión de una planta química en la ciudad de Jilin, el 13 de noviembre, produjo una mancha de benceno altamente tóxico de 80 kilómetros que se extendió por el río Songhua. En un principio el gobierno restó importancia al derrame, pero la amenaza de su llegada a territorio ruso reveló la magnitud del desastre ecológico y en Harbin el gobierno chino suspendió el suministro de agua para evitar envenenamientos masivos. De hecho, aun sin este tipo de accidentes, una tercera parte del agua en China no sirve ni siquiera para propósitos agrícolas, por no hablar del consumo humano. Y en la misma provincia afectada por el derrame, Heilongjiang, la explosión de una mina de carbón el domingo pasado causó la muerte a por lo menos 134 personas. Los mineros chinos trabajan a menudo en condiciones precarias, por la gran demanda energética generada por el acelerado crecimiento industrial. Según las cifras oficiales ,6.000 mineros mueren cada año en accidentes, pero cálculos independientes elevan el número a 20.000. El carbón es el principal recurso energético, lo que produce elevadas emisiones de dióxido de azufre. La filosofía para el desarrollo chino de los últimos tiempos indica que todo lo que acelera la producción es bueno, y lo que la retrasa -como por ejemplo la tecnología que previene accidentes industriales- es malo. Los resultados son las tragedias que estallan en los titulares de prensa. El modelo ambiental chino hace agua por todos los frentes. Los autos consumen el combustible más sucio del mundo. La deforestación contribuye a las inundaciones de cada año y más de un cuarto del territorio es árido. "El 'boom' económico terminará pronto porque el medio ambiente ya no puede seguir el paso. La lluvia ácida está cayendo en un tercio del territorio, la mitad del agua en nuestros siete ríos más largos es completamente inservible, mientras un cuarto de nuestros ciudadanos no tiene acceso a agua potable. Un tercio de la población urbana está respirando aire contaminado y menos del 20 por ciento de la basura en las ciudades es tratada y procesada de un modo ambientalmente sostenible", aseguraba en marzo de este año Pan Yue, el ministro delegado de la agencia ambiental del gobierno, Sepa, en una entrevista con Der Spiegel. Desde cuando Mao Zedong sentenció, con el tradicional talante comunista ante el medio ambiente, que el hombre "debe conquistar la naturaleza y así lograr liberarse de la naturaleza", los gobernantes chinos han tratado de dominarla a cualquier costo en vez de convivir con ella. Ignorados por décadas, los problemas ambientales podrían poner al país de rodillas. Sólo en el plano económico, la contaminación le cuesta a China entre 8 y 12 por ciento de su producto interno bruto, según el Banco Mundial. Muchas regiones ya no toleran gente viviendo allí y se calcula que China tendrá en pocos años 150 millones de 'refugiados ambientales'. Lo aterrador del escenario ha producido un cambio de mentalidad en el gobierno central de Hu Jintao para tratar de enfrentar el problema: ha trasladado las fábricas afuera de las ciudades y redactado leyes ambientales. Sin embargo, estas han terminado como letra muerta. "Las áreas ricas, que pueden invertir en el medio ambiente, posiblemente alcanzarán los estándares internacionales. Pero en el resto del país la situación se deteriorará. Es evidente que los funcionarios locales han fracasado para implementar las regulaciones", explicó a SEMANA Elizabeth C. Economy, autora del libro The River runs black (El río fluye negro) sobre la polución en China. En la burocracia de la República Popular, como antaño en el bloque soviético, las carreras de los funcionarios están atadas al éxito económico y no al aire fresco o el agua limpia. Muchas veces las fábricas prefieren pagar las multas que instalar los filtros o tratamientos necesarios. El avance es lento, y la degradación, acelerada. Y en cuanto a los Olímpicos de 2008, seguramente los atletas serán un poco menos saludables después de respirar el aire de Beijing.