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El terror irrumpe en la campaña de EE.UU. antes del primer debate

La expectativa crece a medida que se acerca el primer debate este lunes. Trump llega fortalecido por las bombas que explotaron en Nueva York y le pisa los talones a Hillary en las encuestas.

24 de septiembre de 2016

El lunes por la mañana, Ahmad Rahami yacía esposado en el suelo de un parqueadero de Linden rodeado de policías. Algunas horas antes, un vecino de esa localidad de Nueva Jersey lo había visto durmiendo en la puerta de un bar. Tras notar su parecido con el principal sospechoso de la bomba que hirió a 30 personas en Manhattan la víspera, contactó a las autoridades, que acudieron al lugar para pedirle al sospechoso identificarse. Pero en vez de enseñarles sus papeles, Rahami sacó una pistola y abrió fuego.

Por fortuna solo un policía resultó herido, pues al verse acorralado Rahami disparó no solo contra los agentes, sino contra los carros que circulaban por ahí. Ese hombre de 28 años, nacido en Afganistán, no mató a nadie de milagro, pues en el fin de semana había dejado otras dos bombas en la región: una en otra calle de Manhattan (que no explotó) y otra más que estalló en una playa de Nueva Jersey antes de que pasara una carrera de beneficencia. A su vez, al allanar la vivienda de Rahami, las autoridades encontraron materiales para fabricar más explosivos y, en el momento de su captura, un cuaderno en el que afirmaba que “el sonido de las bombas se oirá en las calles”.

Aunque las autoridades no saben si Rahami actuó solo, ni conocen los objetivos contra los que quería atentar, las investigaciones preliminares apuntan a que Al Qaeda dirigió o por lo menos inspiró sus acciones. Y esa sospecha, sumada a que Rahami llegó a los 12 años de un país musulmán, se convirtió en agua para el molino electoral de Donald Trump, que desde el primer momento trató de sacarle provecho a los atentados. “Yo sabía que esto iba a pasar”, dijo el lunes en una entrevista con el canal Fox News, en la que también vaticinó un escenario apocalíptico para Estados Unidos. “Creo que esto va a repetirse una y otra vez por todo el país. Las cosas solo van a empeorar”, dijo.

Gasolina al fuego

Y aunque es claro que un atentado terrorista en las calles de Nueva York es un ataque contra la seguridad nacional, también lo es que Trump y su campaña le están echando gasolina al fuego de los odios sectarios al desdibujar las diferencias entre los yihadistas y los musulmanes del común. Así lo volvió a hacer esta semana en una entrevista con el comentarista conservador Bill O’Reilley, al proponer que las autoridades puedan detener a cualquier hombre por ser árabe o musulmán. Y así lo confirmó su hijo Donald Jr., al publicar un trino en el que compara aceptar a los refugiados sirios con echarse a la boca una manotada de Skittles (una marca de dulces de colores) de un plato en el que hay tres “que te matarán”.

Ese razonamiento, además de poner en la mira a todos los refugiados sirios por ser ‘terroristas en potencia’, puede ser contraproducente. Como dijo su contrincante demócrata, Hillary Clinton, “los terroristas, incluyendo a Estado Islámico (EI), han recogido una buena parte de la retórica de Donald Trump, porque ellos quieren precisamente hacer creer que esta es una guerra contra el islam”. Y en efecto, la estrategia de Trump es arriesgada, pues si sus comentarios racistas y apocalípticos le permitieron aterrorizar a los votantes republicanos y conquistar la nominación de su partido durante las primarias, en las elecciones generales esa estrategia es contraproducente, y el magnate lo sabe.

De hecho, bajo la influencia de su nueva jefa de campaña, Kellyanne Conway, ha adoptado una estrategia mixta en la que combina su estilo brutal e incendiario con discursos bien revisados que lee de un teleprómpter, dirigidos a un público mucho más amplio que el de las primarias. Como le dijo a SEMANA Susan Drucker, profesora de Periodismo de la Universidad de Hofstra, “la estrategia ya no es ‘dejen que Trump sea Trump’ sino ‘dejen que Trump sea Trump (pero con autocorrector)’”. Y en esa tarea ha tenido aliados inesperados como los presidentes de México y Egipto, que lo recibieron como a un jefe de Estado en sus respectivos palacios de gobierno.

Lo anterior no quiere decir que los escándalos hayan abandonado al candidato republicano. Tan solo esta semana The Washington Post denunció que se había gastado 258.000 dólares de donaciones caritativas para pagar un cuadro gigantesco con su imagen y para resolver sus líos con la Justicia. Hace 15 días, la Fiscalía de Nueva York le abrió una investigación a la Fundación Trump por haber corrompido en Florida a un fiscal que debía investigar el fraude de la Universidad Trump. Y a mediados de mes, el periodista Peter Dau publicó una entrevista en la que el magnate afirma que la mitad de los estadounidenses no quieren trabajar.

Sin embargo, esos comentarios no lo han debilitado en las encuestas. Como dijo en diálogo con esta revista Sean Theriault, profesor de Gobierno de la Universidad de Texas, “aunque Trump sigue haciendo y diciendo cosas que ningún otro candidato podría decir o hacer, en comparación con sus burlas contra los discapacitados o su ataque a una madre que perdió a su hijo en la guerra de Irak, sus comentarios más recientes parecen insignificantes”. En efecto, desde principios de septiembre el republicano le ha recortado varios puntos a Clinton en los sondeos y, a seis semanas del día de las elecciones, el portal Real Clear Politics muestra un empate técnico entre los dos candidatos, así como un repunte del magnate en estados clave como Ohio y Florida.

Esa situación no se explica únicamente por los aciertos de la campaña del magnate. Por un lado, desde principios de agosto, la candidata demócrata ha encadenado una serie de errores graves, que incluyen decir que la mitad de los seguidores de Trump son un “grupo de deplorables” y ocultar durante varios días la pulmonía que la hizo desmayarse el 11 de septiembre.

Pero por el otro, como dijo a SEMANA Darren Davis, “la manera en que los medios de comunicación le dieron una importancia desmedida a un asunto menor ha jugado un papel clave en la percepción que de ella tienen los votantes. De hecho, no se trata tanto de la neumonía ni de una supuesta debilidad física, sino de una combinación del cubrimiento mediático y de los estereotipos de género que han alimentado los propios medios de comunicación”.

El primer ‘round’

Este lunes, los candidatos se enfrentarán en un debate organizado por la Universidad de Hofstra, en Nueva York, que se espera sea el más visto de la historia.

Los debates presidenciales son una oportunidad dorada para cambiar el escenario electoral. Por eso, es previsible que este año ambos candidatos se jueguen el todo por el todo para lograr un avance en las encuestas que de otro modo difícilmente conseguirían de otro modo. Las fortalezas y debilidades de cada cual determinan diferentes riesgos y ganancias.

Por un lado, Clinton es una política experimentada, que en varias ocasiones ha estado sometida a presiones extremas en las que se ha desenvuelto con maestría. Sin embargo, su cultura geopolítica y su dominio de los detalles de la administración pública son un arma de doble filo, pues ella necesita proyectar naturalidad y sus conocimientos pueden fácilmente pasar por pedantería.

Por el otro, aunque Trump se formó en la televisión, conoce como ninguno las sutilezas de ese medio y ya tiene la experiencia de los debates de primarias, es claro que el magnate nunca ha sido confrontado por un contrincante como Clinton, que hará todo lo posible para que caiga en una de sus conocidas metidas de pata. Sin embargo, sumando y restando, el republicano la tiene más fácil, pues mientras que ella tiene que brillar, a él le basta con no embarrarla.