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En busca de un papa

Juan Pablo II no ceja en su actividad pero sus días se acortan. Por primera vez se habla de América Latina en su sucesión

14 de agosto de 2000

La semana pasada el papa Juan Pablo II se convirtió en centro de una polémica por sus fuertes críticas a los desfiles de homosexuales que celebran cada año el orgullo gay. Nada parece detener al anciano líder espiritual del catolicismo. Karol Wojtyla está siempre en su puesto, bromea con su edad y dice que no está viejo y a pesar del mal de Parkinson que lo aflige hace proyectos. Pero en Roma es un secreto a voces que la campaña electoral para elegir al hombre que conducirá la Iglesia Católica después de Juan Pablo II, el sucesor número 264 de Pedro, el guía espiritual de 1.000 millones de creyentes, empezó en pleno.

Los rumores sobre una posible renuncia del Sumo Pontífice no dan tregua. Muchos sostienen que no fue gratuito que el propio Juan Pablo II hace tres años introdujera reglas que le permitieran al Papa renunciar. Y cuando viajó a Fátima medios italianos aseguraron que sería el último viaje papal.

El tema comenzó cuando monseñor Karl Lehmann, obispo de Mainz, rompió una tradición según la cual los altos prelados no hablan de la sucesión papal. En una entrevista radial a la Deutschlandfunk trató dos importantes aspectos: “Si el Papa llegara a pensar que no está en condiciones para guiar la Iglesia tendría la fuerza para decir: no puedo llevar adelante mi misión”. “En Roma se mira a América Latina, pero se aprecia también la importancia de la Iglesia italiana ”.



Papa latinoamericano

Estas declaraciones aceleraron los pronósticos. Desde tiempo atrás los observadores anotan la importancia de América Latina para la Iglesia. Sus 500 millones de católicos son un tesoro. Un posible papa latinoamericano, según dijo a SEMANA el vaticanólogo y autor Marco Politi, “tendría el apoyo del ‘bloque ibérico’, de una buena parte de la Curia y de quienes quisieran seguir la línea de internacionalización de la Iglesia”.

Para la gran mayoría de los observadores sobresalen tres nombres. El cardenal Lucas Moreira Neves, dominicano de 74 años, arzobispo de Sao Salvador da Bahia, está en Roma como guía de la Congregación Vaticana para los Obispos. Este cardenal de piel oscura —su abuelo materno era hijo de esclavos africanos— ha sido uno de los grandes favoritos. Sus patrocinadores son el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.

Otro que suena es el cardenal Norberto Rivera Carrera, de 57 años, arzobispo de Ciudad de México. Tiene buenos vínculos con los Legionarios de Cristo. De gran estatura, le gusta la natación pero tiene a ojos de los expertos poca formación teológica. Y también se menciona al cardenal cubano Jaime Ortega, de 63 años, artífice de la visita del papa Juan Pablo II a su país en 1998.

Algunas simpatías despierta el colombiano Darío Castrillón Hoyos, nacido en Medellín hace 70 años, presidente de la Congregación del Clero. En la sala de prensa del Vaticano se sabe que despierta entusiasmo en el Opus Dei y entre los Legionarios de Cristo (en noviembre condenó a Rousseau, Kant, Marx y Freud por haber difundido una visión equivocada del pecado original). Pero su handicap es su cercanía ideológica con el Pontífice porque históricamente con un nuevo papa se pretende también un cambio de ruta.



El papa italiano

El experto Giancarlo Zizola, autor de varios libros sobre el papado, manifestó a SEMANA que, “a pesar de que gran parte del colegio de cardenales ha sido escogido por Juan Pablo II éste no eligirá necesariamente un clon que continúe la línea de hierro”. Sobre todo ahora que se reclama una apertura a reformas democráticas.

Cuando el obispo de Mainz manifiesta que Roma ha recordado cuánto significa la Iglesia italiana está diciendo, según Politi, que muchos cardenales extranjeros empiezan a considerar la ventaja de un papa italiano porque los italianos son respetados por su capacidad de mediación. Por esto, a pesar de que de los 106 purpurados que tendrían derecho al voto en cónclave sólo 17 son italianos, la cifra más baja de la historia, un papa made in Italy no es una fantasía.

Los italianos aparecen con dos candidatos de excepción: el arzobispo de Milán, Carlo María Martini, y el vicario de Roma, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Camillo Ruini. El jesuita Martini, de 73 años, es el líder del ala liberal del Sacro Colegio. En el último sínodo habló sin dificultades de los problemas más arduos que la Iglesia tendrá que enfrentar: el papel de la mujer, la sexualidad, la participación de los laicos y la exigencia de mayor democracia.

Martini podrá contar con unos 40 votos entre los purpurados de América, Francia y Africa, según dijo a SEMANA Marco Damilano, el vaticanólogo del prestigioso cotidiano Il Corriere della Sera. El cardenal Ruini , alter ego del Papa en todas las celebraciones jubilares, lúcida mente política, es también conocido por su interés en las relaciones entre Iglesia y cultura moderna. El pasado 31 de diciembre Juan Pablo II desde su cátedra de San Pedro citó la campaña de reevangelización impulsada en Roma por Ruini. El Pontífice auguró que la iniciativa “se convierta en el nuevo siglo forma y modelo de vida y de pastoral de la Iglesia en Roma”. Los intérpretes leyeron un mensaje en código al colegio cardenalicio: “He aquí mi hijo predilecto”.

Otro de los hombres del Papa que pasa de prefecto a papabile es el arzobispo de Génova, Dionigi Tettamanzi, en un tiempo brazo derecho de Ruini en la Conferencia Episcopal Italiana. De 66 años, Tettamanzi posee gran preparación teológica, condena el “excesivo pesimismo” que se respira en la Iglesia, asegura que “es necesario devolver esperanza y hablar con esperanza” y tiene óptimas relaciones con el Opus Dei. Quienes han seguido de cerca su carrera aseguran que es desde inicios de los años 80 que Tettamanzi estudia para papa.



Los demás

Los bookmakers dan pocas posibilidades a otros ilustres prelados: el belga Danneels, el cardenal de París Lustiger, el español Rouco Varela. Una mención especial merece el cardenal de Nigeria, Francis Arinze, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Hijo de un jefe de tribu y de 68 años, Arinze entró en la lista de papabili en la solemne concelebración que concluía el sínodo africano el 10 de mayo de 1994. Su candidatura sería posible si se optara por una “solución sorprendente por fuera de los esquemas euro-céntricos”, señalan los expertos vaticanistas. ¿Está la Iglesia preparada para un papa negro? No por ahora, dicen los mismos.

Recién llegados al abanico de los papabili son Christoph Schonborn, arzobispo de Viena, y Pierre Eyt, arzobispo de Bordeaux. Schonborn, dominicano, de 55 años, como pastor de la Iglesia austríaca ha tenido que enfrentar el escándalo que provocaron las acusaciones de pedofilia sobre su antecesor. Por su lado Pierre Eyt, de 65 años, por su apertura a los divorciados casados en segundas nupcias y por su franca condena del antisemitismo, ganó fama de liberal.

En la lista de papabili no podría faltar el cardenal Joseph Ratzinger, alemán, de 73 años, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El guardián de la ortodoxia católica ha dirigido sus últimas intervenciones en contra de las “burocracias eclesiales” que “como una armadura sobre la vida nos impiden caminar”. Atrae simpatías porque no hace parte de ninguna camarilla: frecuenta el Opus Dei pero mantiene su independencia.



Papa de transición

Muchos pronostican un cónclave difícil. “Quien entra papa sale cardenal”, dice una vieja frase romana. Podría pasar que los purpurados electores se decidieran por un papa de transición. Las estadísticas dicen que a un pontificado largo le sigue uno breve. Existe una ley no escrita que sugiere la elección de papas jóvenes o de papas ancianos alternativamente. En cualquier caso, se mantenga la tradición o no, los 120 electores buscarán candidatos que estén dispuestos a adelantar una democratización de la Iglesia y que posean una personalidad carismática que les permita actuar en el escenario internacional.

En el futuro se espera que muchas decisiones sobre el gobierno de la Iglesia sean ‘colegiadas’, es decir, en las que los obispos tengan participación. Politi asegura que collegialitá es el lema que está cobrando en el mundo católico la misma importancia que perestroika tuvo en la URSS de Gorbachov. ¿Qué significa? Una verdadera reforma del poder monárquico absoluto del Pontífice, para Zizola y Politi.

Al mismo tiempo se espera que el futuro papa recoja la herencia más importante de Juan Pablo II: el pontificado como defensor de los derechos universales más allá de fronteras de religión, geográficas o étnicas.