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Algunos piensan que a Biden lo favoreció la pandemia, pues le permitió abstenerse de realizar mítines presenciales.

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¿Es Joe Biden el candidato ideal para sacar a Donald Trump de la Casa Blanca?

A menos de dos meses de las elecciones, la candidatura de Joe Biden empieza a causar dudas. ¿Tiene lo que se necesita para ganarle a Trump?

12 de septiembre de 2020

Unos días después de recibir la candidatura del Partido Demócrata para las elecciones de noviembre, Joe Biden realizó su primer evento de campaña. Por culpa de la pandemia había cancelado los mítines presenciales, a diferencia de su rival, Donald Trump, quien incluso realizó actos de campaña en la mismísima Casa Blanca. Biden optó por aparecer por primera vez en Wilmington, Delaware, el estado que representó en el Senado durante 36 años. La expectativa era alta y no había tiempo que perder.

Tras una extensa carrera en la política norteamericana, Biden está ante su última chance para alcanzar la Presidencia. El cabello blanco y las manchas de la vejez lo delatan: de ganar, sería el presidente electo más viejo de la historia, con 77 años. Las consecuencias también están a la vista. Su energía y presencia escénica no son sus principales fortalezas, aunque las necesita para enfrentar una campaña llena de mentiras como la de Trump.

En la tarima, saluda y señala con gratitud a los asistentes, quienes lo reciben con aplausos. Pero mientras pasan los minutos, las prolongadas pausas entre ideas, su tono de voz envejecido y su pobre dominio del lenguaje corporal le juegan en contra. Es fácil perder el interés y el hilo de lo que dice, y no produce grandes titulares. De hecho, algunos piensan que le favoreció la pandemia en cuanto le permitió abstenerse de tanto mitin. Además porque se ha hecho famoso por sus salidas en falso, lo que por otro lado podría jugar en su contra en los debates. Ahora, a menos de dos meses de las elecciones y con la suerte ya echada, algunos demócratas se preguntan si Biden, perseguido también por su pasado, tiene lo necesario para sacar a Trump de la Casa Blanca.

Su imagen como vicepresidente de Barack Obama le ha dado seguidores de las minorías. Con Kamala Harris como fórmula, busca el apoyo de mujeres y progresistas.

Paradójicamente, su imagen plana le ayudó para unir a su partido en las primarias. Se enfrentó a auténticos revolucionarios, como Bernie Sanders y Elizabeth Warren, quienes lo aplastaron en los debates a punta de conocimiento y carisma. Sin embargo, su radicalismo los condenó a la derrota, ya que seguramente no habrían podido unir al partido. En medio de todo, Biden salió favorecido y sus otros rivales menores no dudaron en adherirse a su campaña. Como le dijo a SEMANA Gary Jacobson, profesor de Ciencia Política de la Universidad de California (San Diego), “ningún candidato es ideal, pero los demócratas creyeron, y aún lo creen, que es más probable que alguien del perfil Biden sea el indicado para derrotar a Trump. De todas formas, es evidente que sería mejor si fuese más joven y más articulado”. Además de su paso por el Senado, su etapa como vicepresidente de Barack Obama le ha valido el respeto dentro de su partido.

Biden está en una encrucijada. En buena medida, los demócratas lo eligieron porque su imagen discreta y conservadora podría atraer a los republicanos insatisfechos con Trump. Los indecisos lo podrían ver como un candidato continuista, que no traerá grandes reformas, pero que devolverá tranquilidad. En esos republicanos indecisos hay muchos blancos de los suburbios, que, como le explicó a SEMANA Laurie L. Rice, docente de Ciencia Política en la Southern Illinois University Edwardsville, podrían inclinar la balanza a favor del exvicepresidente: “Biden siempre les ha llegado a los votantes de la clase trabajadora, y su historia lo ayuda a conectarse con ellos. Está obteniendo buenos resultados con los votantes suburbanos blancos, un grupo que Trump se llevó en 2016. Lo ayuda ser moderado y tener un historial de trabajar hasta hacer realidad lo que propone”. Sin embargo, la experta añade que “algunas de esas mismas cualidades le hacen más difícil entusiasmar al ala progresista del Partido Demócrata. Una participación más baja entre este grupo podría perjudicar seriamente las aspiraciones de Biden”.

Gran parte del apoyo que pueda recibir de su partido vendrá por cuenta de los progresistas, que no lo apoyaron en las primarias, pero votarían por él solo para ganarle a Trump. En este sentido, le han pedido a Biden comprometerse con grandes reformas, pero este, titubeante siempre que se refiere a estos temas, no ha prometido nada al respecto.

Su agenda medioambiental tampoco ayuda. En sus cuatro años en la Casa Blanca, Trump dio un vuelco a la política ecológica. Retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París y le abrió las puertas a la industria extractiva, entre otras cosas con fracking. Pero Biden, acosado por el ala progresista, que constituye entre cinco y ocho millones de votantes, ha dado respuestas ambiguas. Descartó prohibir el fracking, aunque sí lo haría en el territorio público. Biden también es conocido como un moderado recalcitrante desde su etapa en el Senado. En 2019, en plenas primarias, solo él dijo apoyar la Enmienda Hyde, que prohíbe usar dinero público para hacer abortos. También lo acusan de haber afirmado en 1995 que “cuando hablo de congelar el gasto federal, me refiero también al Seguro Social”. Y lo persigue su apoyo a las guerras de Irak y Afganistán.

Las denuncias de acoso sexual de Tara Reade, su apoyo a las guerras de Irak y Afganistán y las mentiras de Trump son algunos de los problemas que enfrenta Biden.

Los demócratas han preferido enfilar su campaña contra los peligros de un nuevo mandato de Trump, en parte advertidos de que el currículum de Biden tiene lunares. La pandemia y la crisis económica condicionarán las elecciones, pero todo indica que la crisis social definirá el voto. Los disturbios civiles han cambiado el panorama, que en julio le daba a Biden una ventaja de diez puntos, mientras hoy algunas encuestas la reducen a dos o tres puntos. El estallido social ha polarizado al país y el miedo infundado de muchos ha hecho que se alineen tras la política de ‘la ley y el orden’ de Trump. Biden, como la mayoría de demócratas, ha rechazado enfrentar los disturbios con más violencia, pero con el miedo al acecho y mientras los republicanos señalan a los manifestantes de ‘terroristas’, muchos han comprado el discurso de Trump.

Paradójicamente, en 1994 el exvicepresidente representaba la política innegociable de Trump, cuando impulsó la Ley de Represión de los Delitos Violentos y Orden Público, conocida como la ‘Ley Biden contra el crimen’. Esa norma añadió 60 delitos con pena de muerte, como el tráfico de drogas, el terrorismo y el uso de armas de destrucción masiva. Biden se ha retractado de muchas decisiones. Renunció a su historial de votaciones centristas a la vieja usanza, como las duras sentencias de los narcotraficantes, la oposición al transporte escolar ordenado por la Corte, la oposición a la inmigración ilegal y el apoyo a las invasiones de Irak y Afganistán.

Alineado con la idea de limpiar su imagen, Biden optó por la senadora Kamala Harris como su fórmula. De ganar, Harris sería la primera mujer en alcanzar dicho puesto, un hito que dejaría en segundo plano las acusaciones de acoso sexual y conductas inapropiadas que pesan sobre Biden.

En el pasado también quedaron las investigaciones sobre los negocios de su hijo, Hunter Biden, en Ucrania. Trump trató de chantajear al Gobierno de ese país para que lo investigara, lo cual se convirtió en una de las causales del intento de impeachment en su contra. Pero para los republicanos, el fondo de ese asunto quedó en el limbo.

En 2016, Hillary Clinton y Donald Trump eran considerados los candidatos más impopulares en la historia de Estados Unidos. Joe Biden no está a la altura de esta poco envidiable denominación, pero su imagen poco arriesgada y el deseo de empatizar con todos y a la vez con nadie podrían condenarlo. En seis semanas el mundo tendrá la respuesta.