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LA RESURRECCION DEL CHE

El revolucionario cubano-argentino Ernesto 'Che' Guevara regresa a la mitología popular por la revelación del paradero de su cadáver.

25 de diciembre de 1995

"DISPARE COBARDE, QUE usted va a matar a un hombre". Con esas palabras murió Ernesto 'Che' Guevara el 9 de octubre de 1967, prisionero del ejército boliviano en una escuela de piso de tierra del villorrio de La Higuera, a unos 50 kilómetros de Vallegrande, en Bolivia. El hoy general retirado Mario Vargas Salinas, testigo del asesinato, recordó esa frase la semana pasada en Santacruz, a tiempo que revelaba el lugar donde, bajo la pista de aterrizaje de esa remota población, están enterrados los restos del Che.
Publicado la semana pasada por el diario boliviano La Razón y por el norteamericano The New York Times, el relato de Vargas ha causado un revuelo internacional sólo explicable por el hecho de que el Che, reverenciado en Cuba como uno de los íconos de su revolución, sigue 28 años después de su muerte siendo un mito en toda Latinoamérica, un santo popular cuyos despojos perdidos añadían un toque de misterio a su leyenda.
La revelación desencadenó reacciones divergentes entre las autoridades civiles y militares de Bolivia. Para las primeras, la devolución del cadáver a Cuba se convirtió en cuestión vital. "Corresponde emprender una política de Estado con el objeto de entregar los restos mortales de este hombre, que luchó y murió por sus ideales, a sus familiares en Cuba", dijo el presidente de la Cámara de diputados, Guillermo Bedregal. En cambio un confundido general Reynaldo Cáceres, comandante de las fuerzas armadas, sólo atinó a decir que "se trata de una noticia alegre, sin fundamento". Una posición explicable, porque en el tema de los desaparecidos los militares bolivianos tienen la misma mala fama que la mayor parte de sus colegas de Latinoamérica. Tan mal recibido fue el asunto entre los uniformados que el propio Vargas, aun a despecho de las grabaciones de los periodistas, resolvió retractarse.
Pero el mal estaba hecho, pues Vargas tenía por qué saberlo todo ya que fue él quien comandó la emboscada que dio el golpe mortal a la guerrilla de Guevara, y un día después de su captura fue testigo presencial de su asesinato a manos de un sargento y por órdenes directas del presidente René Barrientos.
La revelación de Vargas trajo a primer plano los recuerdos de la compleja vida de Ernesto Guevara, un médico argentino que inició al comienzo de los años 50 un viaje en moto por Latinoamérica que le convencería de la necesidad de redimir a los desposeídos del continente. Se unió en México al pequeño equipo de revolucionarios de Fidel Castro, que intentaba derrocar al dictador Fulgencio Batista en Cuba, y luego del viaje en el yate Granma se convirtió en el primer comandante del ejército revolucionario.
Tras la victoria contra Batista en enero de 1959, el Che fue el segundo hombre más poderoso de Cuba. Marxista-leninista convencido, hay quienes dicen que fue Guevara quien influenció a Fidel para abrazar la colaboración soviética frente a la actitud agresiva de Estados Unidos.
Pero para Guevara el triunfo en la Perla del Caribe era apenas el comienzo. Después de ser presidente del Banco Central de Cuba y lanzar una fallida expedición a Argentina, Guevara desapareció de la escena pública y en 1965 viajó al entonces Congo Belga (hoy Zaire) para apoyar un movimiento guerrillero. Fracasado allí también, regresó a La Habana para prepararse para su gran empresa: lanzar desde Bolivia la revolución latinoamericana.
Guevara entró a ese país del altiplano en noviembre de 1966 disfrazado de economista uruguayo. Allí se reunió con unos 50 hombres procedentes de Cuba, Bolivia, Argentina y Perú (y una mujer, la alemana 'Tania'). Su idea era entrenar un ejército revolucionario en el sureste boliviano, con la mente puesta en 'liberar' todo el continente.
Pero pronto comenzaron los problemas. El gobierno norteamericano, enterado de la presencia de Guevara en Bolivia, envió 'asesores' para entrenar un batallón contraguerrillero y varios agentes de la CIA para labores de inteligencia. El partido comunista boliviano le quitó su apoyo y, con él, toda esperanza de recibir suministros. Comenzaron las deserciones, las traiciones de los lugareños y la captura de hombres claves. La empresa se encaminaba fatalmente al desastre.
Y el desastre finalmente llegó. El 31 de agosto el general Vargas, por entonces un capitán de 35 años, dirigió una emboscada en Vado del Yeso, un sitio del río Masucurí, a donde había sido llevada la columna guerrillera del comandante 'Joaquín' por la traición de su guía lugareño Honorato Rojas. "Cuando ya todos estaban en el agua, hice el primer disparo y se generalizó el fuego. Caían unos, otros se quitaban las mochilas, en el turbión no se podía distinguir, el agua lo arrastraba todo". Siete guerrilleros, incluida 'Tania', cayeron mientras cruzaban el río, y Vargas ganó el título de 'León de Masucurí'.
Esa acción, que privó a Guevara de un personal indispensable, fue el comienzo del fin. El 8 de octubre, el hoy general retirado Gary Prado Salmón dirigió el combate final, en el que fue herido el Che en una pantorrilla. En su obra La guerrilla inmolada, una especie de testimonio histórico sobre su actuación, Prado describe al Che en el momento de capturarlo: "Tenía una mirada impresionante, unos ojos claros, una melena casi pelirroja y barba bastante crecida. Llevaba una boina negra... uniforme de soldado completamente sucio, una chamarra azul con capucha y el pecho casi desnudo, pues la blusa no tenía botones. Sostenía en la mano derecha una carabina. ¿Quién es usted? pregunté. Soy el Che Guevara, respondió en voz baja".
Al día siguiente, en la misma escuela donde pasó la noche, fue asesinado el Che. Su cuerpo se mantuvo en exhibición pública en la lavandería del hospital de Vallegrande donde, según el diario The New York Times, las mujeres guardaban reliquias de su pelo de tanto que les recordaba a Jesús.
Para evitar que el sitio de entierro se convirtiera en un santuario popular, los militares bolivianos resolvieron desaparecer el cadáver, no sin antes cortarle las manos y hacer una mascarilla mortuoria para demostrar su muerte. Vargas fue el encargado de incinerar los restos, pero los medios en esa remota región eran insuficientes, y por ello resolvieron enterrarlo, junto con sus camaradas, bajo la pista de aterrízaje. Vargas contó al periódico norteamericano que un individuo conocido sólo como 'Ticona' se encargó de traer un tractor, hacer el hoyo y lanzar los cadáveres desde un volquete. "Luego aplanó el suelo", concluye Vargas.
A pesar de la sospechosa retractación del ex oficial, el gobierno boliviano de Gonzalo Sánchez de Losada anunció haber ordenado al general Cáceres, el mismo que había descalificado las revelaciones, disponer la localización de los restos para darles 'cristiana sepultura'. Y el humilde alcalde de Vallegrande, Ever Cabrera, anunció que no permitiría la salida de los restos porque su pueblo piensa construir, en el lugar donde sean localizados los despojos, un mausoleo a la memoria de Ernesto Che Guevara.