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La violenta reacción de la Otan para vengar la masacre del lunes en Sarajevo, es un viraje clave en la guerra de la antigua Yugoslavia.

2 de octubre de 1995

EL OBUS DE MORTERO DE 120 MILIMETROS estalló a menos de 100 metros del lugar donde, en 1994, otro ataque semejante mató a 68 personas e hirió a 200. Esta vez, el lunes 28 de agosto, la masacre en un mercado público de Sarajevo fue relativamente menor, pues murieron 37 personas y otras 80 lograron sobrevivir, la mayoría con graves heridas. Pero en esta ocasión, los cuerpos destrozados y los ríos de sangre que literalmente colmaban los desagues se convirtieron en el detonante de una reacción internacional sin precedentes contra los autores del hecho, las tropas serbio-bosnias emplazadas en los alrededores de la ciudad.
En 1994, la Organización del Tratado del Atlántico Norte -Otan- y la Organización de Naciones Unidas -ONU- se limitaron a amenazar a los serbios con atacarlos si se repetía una acción semejante. Y la semana pasada cumplieron su amenaza. Decenas de aviones de la Otan y la artillería de las fuerzas de reacción rápida de la ONU desencadenaron el mayor operativo militar de la historia de la alianza atlántica. Las aeronaves de combate atacaron radares, emplazamientos de misiles y centros de comunicación de los serbio-bosnios en todo el territorio de ese país, desde Tzla, en el norte, hasta Mostar, en el sur. En Sarajevo, mientras tanto, unidades de artillería de Gran Bretaña, Francia y Holanda lanzaron por lo menos 600 obuses contra las posiciones serbio-bosnias en los alrededores de la ciudad.
Lo cierto es que los serbio-bosnios se la estaban buscando desde el comienzo del año, y que el ataque del lunes pareció colmar la paciencia de los líderes mundiales. En efecto, la arrogancia de los serbio-bosnios (que luchan contra el gobierno bosnio por el establecimiento de una 'República Serbia de Bosnia') parecía no tener límites: en la primera mitad del año, las fuerzas del general Ratko Mladic tomaron como rehenes a varias decenas de cascos azules de la ONU, y los usaron como escudos humanos para evitar ataques, más tarde, los serbio-bosnios no tuvieron inconveniente en tomar a sangre y fuego las áreas de seguridad instauradas por la ONU en las ciudades de Zepa y Sbrenica. Para no mencionar el derribo de un avión norteamericano que participaba en la vigilancia del espacio aéreo bosnio.
En cualquier caso, el ataque criminal del lunes acabó por darles la razón a quienes de tiempo atrás han venido sosteniendo que la comunidad internacional debe asumir una actitud más agresiva para detener el conflicto civil de la antigua Yugoslavia. Tanto, que el propio secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, enemigo hasta la semana pasada de tomar medidas militares, sostuvo que "la ONU no está en guerra con los serbios, pero si persisten en sus ataques inaceptables a los civiles, Naciones Unidas continuará apoyando el uso de la fuerza por parte de la Otan". Boutros-Ghali puso tres condiciones para que los serbios eviten un castigo mayor que su artillería pesada sea retirada de una zona de exclusión de 20 kilómetros alrededor de Sarajevo, que cesen todas las hostilidades y que se abstengan de atacar las cuatro 'zonas de seguridad' que todavía están bajo protección de la ONU. La nueva masacre de Sarajevo le dio la oportunidad también a los aliados de presionar por la aceptación del plan de paz elaborado por los norteamericanos, que implica una partición del territorio de Bosnia en 51 por ciento a favor del gobierno mayoritariamente musulmán de Sarajevo y 49 por ciento para la autoproclamada 'república' de los serbio-bosnios.
Aunque la propuesta reconoce la integridad de Bosnia-Herzegovina, otorgaría a ambos territorios un estatuto cercano a la independencia y el derecho a federarse con repúblicas vecinas.
Aunque el plan resulta difícil de aceptar para los serbio-bosnios, que controlan el 70 por ciento del territorio, las últimas acciones de la guerra, en particular las derrotas de sus primos serbios de Croacia, que perdieron en unos cuantos días todo lo conquistado en ese país, parecen estar haciendo mella en los dirigentes serbio-bosnios. Al cierre de esta edición parecía que el general Mladic había cambiado su tozudez inicial y prometía retirar su artillería. De confirmarse esa actitud, y de resultar sinceras las manifestaciones del 'presidente' Radovan Karadzic, se confirmaría, al menos en Yugoslavia, que las guerras no se terminan a las buenas.