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Trump no estará presente en la posesión de su sucesor, Joe Biden.

Estados Unidos

Un melancólico adiós: el final de la era Trump en la Casa Blanca

Tras cuatro años caóticos, la presidencia de Donald Trump llega a su fin. Su controvertido mandato deja un legado difícil de olvidar.

16 de enero de 2021

Los últimos días de un mandato son una oportunidad para atar cabos, recoger lo cosechado y proteger el legado. En 2017, Barack Obama dedicó las últimas semanas de su presidencia a defender el Obamacare, la reforma a la salud que impulsó durante su gobierno, y antes de dejar la Casa Blanca se dirigió a los estadounidenses en su discurso de despedida. El 20 de enero ya había saldado las cuentas con la nación, y, como la ley manda, traspasó el poder a su sucesor, Donald Trump.

Cuatro años después, y luego de perder la posibilidad de ser reelegido, el magnate enfrenta el mismo destino. Pero no planea ceder el poder como corresponde, lo cual quedó claro con el asalto al Capitolio, en un hecho bochornoso que ya quedó para la historia. No irá a la ceremonia de investidura del presidente electo Joe Biden, aunque seguramente asistan varios miembros de su gabinete y quizás su hija Ivanka. En un ostracismo inevitable, Trump deja la Casa Blanca rompiendo con la norma no escrita de reconocer la derrota. A pesar de sus males, nadie duda de que el legado de Trump será difícil de borrar.

En 2016, la elección de Trump conmocionó a muchos, quienes ya veían venir el problema que tenían entre manos. “Siempre que piensa que las cosas no van como él quiere, Donald dice que todo está amañado en su contra”, sentenciaba Hillary Clinton en uno de sus debates presidenciales contra el magnate. Algunos en el público se reían, condescendientes con los ademanes burlescos de Trump; sin embargo, Clinton los retó: “Es divertido, pero también es problemático. Esta no es la manera como nuestra democracia funciona”. Cuatro años más tarde, millones de ciudadanos, sospechosos de la figura política de Clinton, ahora lamentan una decisión que le costó caro a toda la nación.

La vida de los norteamericanos siguió mejor o peor durante la era Trump; pero, viendo el mapa con cierta perspectiva, nadie pone en duda que el país que recibe Biden es otro comparado con el que dejó tras su periodo como vicepresidente de Obama.

Ahora, el mundo es escéptico sobre el liderazgo internacional de Estados Unidos. Trump abandonó el Acuerdo de París sin ningún fundamento, y más allá de la indignación que despertó su opinión, nadie logró que entrara en razón. También saboteó el acuerdo nuclear de Viena, provocando la retirada de Irán y poniendo en peligro la seguridad nuclear del planeta. Vio con buenos ojos el brexit y abandonó los diálogos diplomáticos con la Unión Europea. Más allá de mantener al margen a los enemigos de siempre, Trump aisló a su país. En efecto, puso en marcha la política nacionalista que prometió en campaña, y con ello entorpeció la posición de Estados Unidos ante el mundo.

Pero sus movimientos en materia internacional no acaban ahí. En sus últimos días en la Casa Blanca, volvió a incluir a Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, echando al traste años de negociaciones con la isla, que Obama selló con la normalización de las relaciones entre los dos países en 2014, tras 54 años de tensiones.

Así mismo, designó a los rebeldes hutíes como terroristas. La medida entrará en vigor en vísperas de la toma de posesión de Biden, y podría desatar una crisis humanitaria mayor en Yemen. Además de bloquear la ayuda humanitaria de la ONU, la decisión de Estados Unidos obstaculizará el proceso de negociaciones políticas en aras de resolver el conflicto en aquel territorio. El arrebato, criticado por la Unión Europea y diversas oenegés, también fue rebatido por la propia ONU, que suele ser cauta con sus manejos con Estados Unidos, su máximo contribuyente financiero, pero no le queda más remedio que denunciar los peligros de las decisiones del magnate. Los demócratas ya pidieron a Biden que revoque estas medidas tan pronto asuma el cargo, no obstante, el proceso podría tardar meses.

Los indultos también están a la orden del día. Aparte del indulto para Charles Kushner, el padre de su yerno, Trump también perdonó a quien fue presidente de su campaña de 2016, Paul Manafort, y a su aliado de toda la vida, Roger Stone. Ha indultado a decenas de acusados, e incluso ha conmutado la totalidad o parte de varias condenas.

Algunos, con clara ironía, creen que el mayor legado del magnate es haber desenmascarado abiertamente a los supremacistas, un problema profundo que ya no solo se evidencia en el mercado de las armas, en el racismo, la xenofobia y los tiroteos, sino que ahora, más que nunca, camina por sus anchas con un orgullo preocupante ante los ojos de la nación. Durante los primeros años de la era Trump, el FBI reconoció luego de varios tiroteos masivos que la extrema derecha representa un riesgo de terrorismo mucho más grande que el de los yihadistas islámicos.

Sin embargo, la policía no está preparada para un rejunte de seguidores del magnate, conspiracionistas QAnon y supremacistas blancos, como el de la tarde del Capitolio. Muchos legisladores han cultivado el apoyo de esas personas durante años, e incluso desconocían a Biden horas antes del incidente con el único propósito de ganar la colaboración de los fanáticos de Trump. Esta ayuda parásita de la clase política ha hecho difícil que sean considerados una amenaza al estilo del Estado Islámico. Adicionalmente, hay muchos grupos en un espectro muy amplio, desde divulgadores de teorías conspirativas hasta violentos neonazis. Pero ahora el papelón orquestado por la fanaticada del magnate ha puesto a la luz de todos un peligro que muchos preferirían no ver o despreciar. Como escribió Farhad Manjoo en The New York Times, “ahora que la multitud conspiranoica ha cometido tal asalto en la vida real, seríamos tontos si pensáramos que su apetito ha sido saciado y no tendrán hambre de más”.

Trump también deja una Corte Suprema más conservadora. Gracias a ello mantuvo su prohibición a los musulmanes y consiguió los fondos para construir el muro en la frontera con México, que el Congreso en su momento prohibió. Tras la muerte de la jueza progresista Ruth Bader Ginsburg, a tan solo meses de las elecciones, el magnate se movió rápidamente y otorgó un asiento más a los conservadores, con la nominación de Amy Coney Barrett. Los demócratas se opusieron, pero su minoría en el Senado les impidió hacer frente a la decisión, que resta equilibrio a una corte ya de por sí chapada a la antigua.

Luego de cuatro años de histeria, Trump se tomó unos días para reflexionar tras los incidentes del Capitolio. Dejó a un lado su celular (más por imposición que por voluntad propia) y salió por primera vez después del descalabro ocasionado por sus seguidores. Fue a El Álamo, Texas, en donde admiró un tramo de los más de 600 kilómetros de muro fronterizo que prometió construir al sur de Estados Unidos. Firmó una placa en una de las desabridas paredes y admiró su obra, que representa buena parte de su legado. Simboliza uno de sus primeros arrebatos populistas; es a la vez una promesa cumplida para sus seguidores y una muestra fehaciente del recelo que durante su mandato mostró por el extranjero.

A fin de cuentas, su mandato deja muchas lecciones que sus rivales políticos no deben olvidar. Su canto de cisne, consumado en el asalto al Capitolio, podrá alejarlo de la vida política para siempre, pero ha puesto a Estados Unidos ante un espejo en el que vio reflejado su peor rostro.