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Samuel Lizarralde presenta en Böjo el alter ego solista
Samuel Lizarralde presenta en Böjo el alter ego solista | Foto: Nicolás Acuña

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Böjo: la unión de dos mundos más cercanos de lo que aparentan

Fundador de Moügli, integrante de Cimarrón, productor y compositor, Samuel Lizarralde presenta en Böjo el alter ego solista que construye entre la música de piano clásica y la electrónica. Hablamos con él al respecto.

Ignacio Mayorga
13 de octubre de 2020

Por años, Samuel Lizarralde ha trabajado y figurado en el campo de la música latinoamericana. Lo hizo primero como miembro fundador del proyecto de electrónica selvática Moügli, y luego como productor de artistas de renombre internacional como Pedrina, Carlos Sadness o Bajofondo. Prolífico y joven, el productor y compositor se las ha arreglado para trabajar simultáneamente en la banda sonora de películas y telenovelas (como Ley Secreta, Mentiras perfectas, y El cartel de la papa, entre otras), comandar como director invitado la reinauguración de la Cinemateca Distrital de Bogotá en 2019 y ser nominado al Grammy latino por su trabajo en Orinoco de Cimarrón, agrupación de nueva música llanera colombiana.

Por eso no debería sorprender que, en medio de tanta actividad, el bogotano se haya enfrascado por meses en darle forma a su proyecto más ambicioso a la fecha: Böjo, el alter ego solista con el que ha construido entre dos mundos, el de la música de piano clásica y el de la electrónica.

Samuel Lizarralde presenta en Böjo el alter ego solista
Samuel Lizarralde presenta en Böjo el alter ego solista | Foto: Nicolás Acuña

Influenciado por una gran variedad de artistas (de Claude Debussy hasta Nicolas Jaar) y por la simetría de la arquitectura (del brutalismo hasta la corriente futurista), Böjo rescata y envuelve con estos elementos presentes desde la infancia de su creador. De estos se sirvió para construir su personalidad artística y crear una atmósfera novedosa que reconcilia a la electrónica y a la música clásica y desdibuja las fronteras sobre los espacios en los que cada una se presenta y se consume.

Böjo parte de una exploración desde el piano clásico y, paulatinamente, cada nuevo lanzamiento marca una evolución musical a la que va añadiendo elementos, como una búsqueda del tesoro, que desemboca en una obra redonda, compleja y siempre en evolución. Así, desde “Solo Op. 1: No. 1”, una pieza de piano a la manera de Debussy, hasta “Coda Op. 1: No. 4”, en la que el piano se convierte en una caja de percusión y ruido y se transmuta en un beat electrónico, Opus 1. de Böjo ofrece un viaje por una nueva dimensión del sonido. La obra construye un paisaje reflexivo, emocionante e hipnótico que bebe de los viejos maestros para entregar una propuesta única, un proyecto fascinante de factura precisa y delicada.




¿Cómo nace Böjo? ¿Cómo se desliga y se complementa con sus demás proyectos?

Böjo es la necesidad de expresar mi lado más íntimo y explorar sonidos y mundos que antes no me atrevía a atravesar, de manera interna y externa. Es una serie de reinterpretaciones, de todo tipo, un espacio para revivir mis recuerdos más profundos y entenderlos de una manera diferente. Es volver a abrir ese libro que todos cargamos pero casi nunca leemos sobre nosotros mismos, y qué mejor manera de vivirlo que recordando la música que estaba con nosotros en ese momento y crear un homenaje para ambos. Es, por ende, una catarsis, un camino y un viaje que espero no termine pronto.


Opus 1. plantea un sonido ascendente que va añadiendo elementos de sonidos electrónicos a la propuesta. En ese sentido, ¿es un viaje hacia la música electrónica desde cero?

Sí, totalmente. Esa es la definición perfecta de este EP. Opus 1 es una obertura que nos lleva desde la intimidad e interpretación clásica de un piano, “Solo”, al paisaje sonoro del ambient, del downtempo y de los beats experimentales que cierran el EP con “Coda”. Todos estos sonidos son sacados de experimentaciones sonoras con el mismo piano que se grabó solo. Cada una de las canciones de este EP no es otra cosa que una reinterpretación de la anterior, grabada con el mismo instrumento y añadiendo, cada vez, detalles más análogos, cada vez más voltaje, literalmente.


El EP me hace pensar en el trabajo de Wendy Carlos, la pionera de los sintetizadores. ¿Cuáles son las influencias principales del proyecto?

Desde el impresionismo de Debussy al techno ambiental de Jon Hopkins, las influencias de este EP siempre han mantenido algo en común: el piano. Es un instrumento que tiene 12 notas, 7 blancas y 5 negras, repetidas en octavas y cada día me resulta más mágico pensar que esas pocas teclas han creado siglos y siglos de música. Por esto decidí ponerlo en el centro de Opus 1, de este viaje de la música clásica a la electrónica.

Wendy Carlos fue un pilar clave en esta construcción, ella fue la primera que llevó realmente la música clásica al mundo de los sintetizadores con su obra Switched-On Bach, una reinterpretacion de las obras de Bach con sintetizadores modulares Moog.


Nombra los cortes del álbum con la nomenclatura de la música clásica, ¿siente que hay una relación menos explorada entre el lenguaje del piano clásico y el de ritmos como el techno o el house?

Al hacer el remix de “Solari Yacumenza” aprendí de Gustavo Santaolalla que “la música electrónica va en conjunción con la negra”. La misma negra (figura musical) que está presente en todas las partituras clasicas, la misma negra que rige las orquestas y marca el pulso de muchísimas composiciones clasicas, la misma negra que dibujaba Bach en sus corales y la misma que marca el beat de toda la electrónica. Al final, ninguna obra moderna ha inventado figuras musicales nuevas o concebido escalas diferentes, ni ritmos nuevos: la innovación se ha dado más que todo en términos sonoros. Siento, por ende, que aún existen millones de ritmos, de melodías, de combinaciones de notas que están presentes en la música clásica que se pueden traer a la modernidad. Solo hay que prestar atención y leer entre las líneas de las partituras: ya todo está escrito.


También existe una preocupación por la arquitectura. Más allá del tema de la acústica, ¿cómo relaciona su música con el brutalismo y otras tendencias arquitectónicas?

El mundo de los planos, de las vistas topográficas, de las escalas, las modulaciones y los espacios impregnó mi vida musical desde pequeño. Al lado de los discos que escuchaba a escondidas de mis padres, siempre había libros y revistas de arquitectura que terminaba ojeando luego de prender el equipo de sonido (al cual estaba prohibido acercarse). Pronto entendí que ambas materias no solo compartían términos como “Escala”, “Modulación”, “Transposición” y “Acústica”, sino también conceptos como el “Ritmo” y la “Repetición”, la importancia del espacio, el juego entre lo lleno y lo vacío, entre el ruido y el silencio. Al final, el regaño también era compartido, por desordenar los libros y prender el equipo, lo que solo me daba más ganas de volver a abrirlos y aprender a manejarlos.

La corriente brutalista es la que más se asemeja visualmente a la forma en como diseño mis obras, pero son muchas las corrientes que siento que, de alguna manera, representan mi camino musical: tratar de mantener el ritmo rompiendo las formas perfectas y haciéndolo de manera cruda, pero no improvisada.



En Opus 1. la música está construida de una manera precisa, pero la música es también el silencio entre dos notas, y en el EP la propuesta respira con los tiempos. Después de seis meses de confinamiento, ¿cómo ve hoy el sonido?

El sonido y este EP probablemente me salvaron de la locura en el confinamiento. El sonido es para mi un maestro de vida. Pasar días enteros con el piano, redescubriéndolo y componiendo de manera totalmente cuidadosa y detallada, me permitió generar infinidad de metáforas y lecciones sobre la música y mi propia vida. Para mí, el sonido en este momento es el mayor maestro de vida que he tenido. Nuestra vida, al final, es como una obra musical: para algunos increíble y a otros nos pasa desapercibida. Si nos dejamos llevar, nos la gozamos. Pero, si no le ponemos atención, se vuelve casi ruido y nos desespera. Si nos enfocamos, en el momento ideal, podemos inspirarnos, pero también deprimirnos y los mejores momentos los descubrimos cuando menos nos los imaginamos. Finalmente, también como una canción, toda vida se acaba y casi siempre quedamos con ganas de más. Su música creció rápidamente en varios listados de relajación en plataformas digitales.


¿Cree que los artistas están viéndose forzados a componer para estados de ánimo antes que para crear un mensaje en cada uno de sus lanzamientos?

No sé qué tanto los artistas están componiendo para playlists y estados de ánimo, pero prefiero mil veces la música compuesta para generar un determinado sentimiento e impulsar a sentirnos algo que la música impulsada por las opiniones de un ejecutivo de la industria musical que direcciona a un artista según los trending topics del momento y la moda. Aunque se componga para listas de reproducción, se sigue componiendo para sentir, y eso es básicamente lo que hace la música para cine: componer para hacernos sentir un determinado estado de ánimo de una escena. Yo creo que la música se debe componer de corazón y luego ver si eso encaja en algún sitio, pero la motivación no puede ser nunca la cabeza, en ese momento deja de ser arte y se vuelve un producto pensado y diseñado con un fin.


Pese a ello, su música no es una música de fondo: requiere de una escucha auténtica para captar cada uno de los detalles. ¿Cómo llega a las decisiones de integrar sonidos de la NASA o relojes casi mudos para hablar del inescapable paso del tiempo?

Creo que, a veces, las decisiones artísticas más arriesgadas, extrañas y aparentemente complicadas nacen de todo menos de una lógica exacta o un concepto calculado. En mi caso, siempre lucho por tener momentos de aleatoriedad y de azar en mi obra. Intento sentirme como cuando era niño y jugaba con cosas que no entendía del todo. En ese momento llegan las mejores ideas, las mejores notas y los mejores sonidos. El caso de la NASA y los relojes, por más de que son parte fundamental de la canción, se dan gracias a momentos totalmente aleatorios, a decisiones no pensadas, a respuestas casi inconscientes al momento de crear. Para mí, la música y la composición son eso: una conversación constante, a veces hermosa y a veces dolorosa, con nuestro subconsciente, con lo que se encuentra más en el fondo de nosotros mismos.