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Así luce Armero 40 años después de la tragedia: siete historias impactantes del pueblo que se borró del mapa
SEMANA recorrió Armero cuatro décadas después de la tragedia que lo borró del mapa. Las heridas y los reclamos al Estado siguen intactos.
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Se cumplen cuatro décadas de la erupción del volcán Nevado del Ruiz que sepultó a Armero y dejó a 25.000 personas sin vida. Cada 13 de noviembre, las familias de las víctimas se reúnen en el pueblo para llorar a sus seres queridos, mientras cientos de feligreses llegan a orar por los difuntos y otros usan el campo santo para la brujería. SEMANA recorrió el sector 40 años después y documentó las heridas que siguen abiertas.
Los intensos rayos del sol, la humedad y la incomodidad por los bichos siguen siendo los mismos de aquel 14 de noviembre, cuando, pocas horas después de la avalancha, los organismos de socorro llegaron a salvar lo que la naturaleza no se llevó. Ahí estaba Benjamín Herrera, luchando contra la fuerza del pantano, para tratar de ubicar a su esposa e hijo que dormían mientras él trabajaba a varios metros del municipio.

“Yo me ubiqué en Lérida. Armaron un helipuerto donde traían los cadáveres por bultos, los llevaban al cementerio y me pasaba revisando cada uno para mirar si eran mis familiares. Cuando no los identificaban, abrían huecos con máquinas en la tierra y tiraban los cadáveres en tandas de diez, en fosas comunes. Había dos entierros colectivos en el día, uno por la mañana y otro por la tarde”, recordó la víctima.
Cecilia López recibió el amanecer de ese 14 de noviembre sobre un techo y rodeada de muertos. Sus ojos alcanzaron a observar un gigantesco lodazal, en sus oídos seguían haciendo eco los llantos de los niños y abuelos que agonizaron en la madrugada y por su mente solo pasaba un pensamiento: “Se acabó el mundo”. Cuatro décadas después, sigue conservando las mismas escenas con dolor.
De los 34 barrios que tenía Armero, solo tres pudieron mantenerse de pie. A pesar de que las estructuras sobrevivieron a la emergencia, sus propietarios las abandonaron por el miedo de que se repitiera la historia. Ahora es un pueblo fantasma cuyo relato está en manos de Gustavo, un guía cultural, que narra desde hace 35 años, durante cinco veces por día, los detalles de la peor tragedia natural ocurrida en Colombia.
Él recibe a los turistas que llegan a las ruinas buscando las memorias de esa fatídica noche y recita lo acontecido como si estuviera leyendo un libro con una historia de terror: “Lo que bajó por el río, desde el Nevado del Ruiz, desapareció a todo el pueblo. Los muertos se contaban por montones y los heridos, también. Las pocas personas que sobrevivieron salieron corriendo, despavoridas, porque se podía volver a despertar el volcán”.

La tumba de Omayra Sánchez es el sector más visitado de lo que quedó de Armero. Allí agonizó por tres días y su historia de vida atrae a miles de feligreses que buscan sus milagros, pues le atribuyen sanaciones de menores de edad y de mujeres en gestación. Es un espacio de silencio donde las personas le dedican padrenuestros, piden por las ánimas del purgatorio y claman por favores personales.
A un extremo de ese lugar, hay un espacio que Gustavo no recomienda visitar, pero que la tentación lleva a las personas hacia él: “Allá es donde hacen la brujería, no vayan por allá”, afirmó el guía. Los comerciantes de la zona describieron que grupos de personas se reúnen en esa zona para “atraer al mal”. Alertan que, sin control, sacan partes de cadáveres bajo tierra y se sumergen bajo rituales que les causan escalofríos.

El desastre sigue intacto, aunque las matas y árboles que se levantan dentro de los escombros tratan de borrarlos. Son incalculables las heridas y problemas que siguen vigentes. La defensora del Pueblo, Iris Marín, denunció que el Estado no ha restituido algunos de los derechos fundamentales de las víctimas y que enfrentan problemas con la pensión, la vivienda y el acceso a los servicios básicos.
“A las pérdidas materiales, con más de 10.000 predios destruidos y el colapso total de una economía agrícola y comercial próspera, se suman secuelas que aún perduran, afectaciones en salud mental, desarraigo, ruptura del tejido social, discapacidades, pérdida de la memoria cultural y condiciones de vulnerabilidad”, dijo la funcionaria desde el municipio de Honda, donde se recordó la tragedia.
Cada 13 de noviembre, además de desempolvar un dolor inolvidable, también ha servido para los reencuentros impensables de familias que fueron separadas por la emergencia que causó el Nevado del Ruiz. Jenifer de la Rosa, después de décadas, conoció a su hermana, Ángela Rendón, cuya madre las entregó a socorristas de la Cruz Roja y las dos tomaron destinos diferentes bajo la administración estatal de la época.
Jenifer fue adoptada por españoles, desde pequeña fue consciente de sus raíces y siempre tenía presente una postal de Armero, de la avalancha. Ángela permaneció en Colombia y fue más cercana a su historia. Gracias a un proyecto de la fundación Armando Armero, y con la toma de muestras de ADN, se confirmó su lazo familiar: “Fue muy duro, fuerte, volver a Armero. Llegar allí, ver todo en ruinas y escuchar los testimonios. Yo he encontrado una hermana gracias a internet, no gracias al ICBF”, dijo De la Rosa.

Ella forma parte de los 583 niños reportados como desaparecidos después de la tragedia. En memoria de los pequeños se construyeron el mismo número de barcas con las fotografías de los menores y fueron lanzadas sobre el río en Honda. Los padres que siguen esperando su regreso las pusieron en el agua; también los hermanos, tíos y primos que reclaman a sus allegados después de cuatro décadas de la emergencia.
Benjamín Herrera sigue con la fe intacta en la búsqueda de su pequeño hijo. Aunque no tiene pruebas que den cuenta de su posible supervivencia, dice tener un instinto activo desde noviembre de 1985 que le señala que está vivo y que debe buscarlo. Del pequeño conserva solo una fotografía que estampó en camisetas. Los demás momentos que vivieron juntos, como su nacimiento, solo los conserva en su memoria.

De Armero quedan las ruinas, los recuerdos amargos y largos textos que cuentan en primera, segunda y tercera persona lo ocurrido. Los reclamos también siguen intactos: “¿Quién falló? ¿Por qué el ICBF entregó a nuestros hijos? ¿Quién los entregó sin nuestra autorización? ¿Dónde están los desaparecidos? ¿Por qué el Estado no nos cumple lo prometido, lo ordenado por la ley? ¿Por qué el ICBF no nos ha dado explicaciones y ha guardado silencio frente a lo ocurrido? Falta mucho por aclarar”, cuestionaron varias víctimas, en una sola voz, en los encuentros de este 12 y 13 de noviembre en Honda y Armero que sirvieron para conmemorar los 40 años de la peor tragedia natural vivida en el país.


