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El aumento de las disidencias no se reduce al control de las rentas ilícitas sino también a la incertidumbre y falta de garantías

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Dónde están, cuántos son y qué tan peligrosos son los disidentes

Hay 18 brotes de disidencias de las Farc. Aunque no amenazan la seguridad nacional, tienen capacidad para hacer daño regional y desestabilizar el acuerdo.

5 de mayo de 2018

la paloma de la paz la reemplaza –por estos días– el gesto de miles de colombianos que cruzan los dedos. Pocas veces, desde que se firmaron los acuerdos, el país había visto con tanta incertidumbre el futuro que intenta construir después de 50 años de violencia. Al escándalo por narcotráfico en el que terminó envuelto Jesús Santrich, los malos manejos de la chequera del posconflicto y la demora del Estado por recuperar el control de los territorios, se sumó otro preocupante ingrediente: el crecimiento de las disidencias de las Farc.

De nuevo el país rural se convierte en el botín de guerra de un naciente grupo armado similar a las bandas criminales que el Estado no ha logrado doblegar en una década. Hostigamientos, reclutamientos, emboscadas, homicidios, extorsiones y amenazas hacen parte del menú que ya ofrecen 18 estructuras en 13 departamentos. El rostro más crudo de la problemática es el de Guacho en Tumaco.

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En varias regiones se levanta un puñado de hombres y mujeres que, aunque todavía no amenazan la seguridad nacional, han demostrado que pueden hacer daño y que no les importa atravesarse en la implementación de los acuerdos. No solo han asesinado civiles como ocurrió con los tres periodistas ecuatorianos en la frontera, sino también policías e infantes de marina como sucedió la semana pasada en Guaviare, y excombatientes que hasta hace unos meses compartían sus filas.

Siempre se dijo que las Farc no llegarían completas a la dejación de armas. Aunque en parte esa teoría se desinfló en agosto pasado, en cuestión de meses volvió a tomar vuelo. El fenómeno cambió de nombre, pero la problemática sigue igual. No todos son disidentes, sino reincidentes. Al primer grupo pertenecen aquellos que se desmarcaron antes de la firma del acuerdo. Al segundo correspondende quienes firmaron la paz y se bajaron del bus. Estos ahora nutren a las disidencias.

Así como ocurrió con los paramilitares y con grupos residuales que quedaron del M-19 y el EPL hace décadas, la cohesión que mostró la guerrilla en seis años comenzó a desmoronarse. Aunque estas facciones conservan parte de su esencia, no son una fiel copia de la antigua organización ni alcanzan la envergadura de un bloque de las Farc. Pero el escenario no se puede descartar. Tienen capacidad para alterar la seguridad tanto en zonas rurales como urbanas; también se dinamizan con las economías criminales, dan puntadas políticas, pero carecen de un proyecto político nacional.

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De ahí que sea casi imposible equiparar las disidencias que comanda Iván Mordisco en Guaviare, Vaupés y Guainía, con las que encabeza Gentil Duarte en el Meta; y menos con las lideradas por Guacho en Nariño y las que se robustecen en el Catatumbo. No son harina del mismo costal. Cada facción se descarriló en una etapa distinta en el tránsito de las Farc a la vida política. Por eso, varios expertos creen que el fenómeno tiende a acentuarse en tiempos de paz cuando se transforman los objetivos de la organización y la forma de alcanzarlos. “Esto genera incertidumbre, temor y desconfianza entre sus integrantes, quienes generalmente son personas con identidades, creencias, costumbres, intereses y ambiciones distintas. La confluencia de estas condiciones hace que estos grupos sean susceptibles de fragmentaciones, detalló la Fundación Ideas para la Paz (FIP) en su informe Trayectorias y dinámicas territoriales de las disidencias de las Farc.

Es imposible conocer con exactitud cuántas personas alimentan las nuevas estructuras, y perfilar a aquellos que dejaron su reincorporación a medias para volver a delinquir. Aun así, las estimaciones de las autoridades y la academia apuntan a una cifra de alrededor de 1.300 personas. El problema tiene tal envergadura que es imposible rastrear cada uno de los procesos. Múltiples trayectorias siguieron los exguerrilleros, las milicias y el movimiento clandestino. Por eso, ante este escenario muchos creen que ahora se trata de un enemigo con barba de revolucionario, alma de terrorista, bolsillo de narco y un brazalete de las Farc en su brazo izquierdo y de paramilitar en el otro.

¿Violencia para rato?

Al menos 147 hechos atribuidos a la disidencia se han presentado en Guaviare, Nariño, Cauca, Caquetá y Meta en los últimos 21 meses. Solo entre enero y marzo se presentaron 46 acciones violentas más, comparadas con el mismo periodo del año pasado. Antioquia es el último departamento en aparecer en los radares. Allí se vienen organizando las disidencias de los frentes 18 y 36 en veredas y cabeceras de Briceño, Ituango y Yarumal, al mando de Cabuyo y Carnitas.

Pese a que las cifras van en ascenso, nadie se atreve a hablar de una desbandada, pero sí advierten que el fenómeno tiende a empeorar. ¿La razón?, este es el resultado de no haber proyectado la reincorporación de los mandos medios. El interés que debía prestárseles apenas se despertó cuando se dijo que Romaña y el Paisa habían abandonado sus respectivas zonas.

Las dudas sobre su ubicación despertaron una ola de pánico. Aunque la marea bajó cuando el fiscal Néstor Humberto Martínez informó que Romaña está cultivando maíz en La Julia (Meta).quedó el sinsabor de la decisión del Paisa que sí abandonó su residencia en Miravalle (Caquetá) y condicionó su regreso a la excarcelación de Jesús Santrich. Su paradero es un misterio al igual que el de Fabián Ramírez, que perdió contacto con varios de sus compañeros. Si bien es cierto que los excombatientes tienen libertad para moverse, con el escenario que enfrenta el proceso hasta a las Farc les angustia perderles el rastro.

Como pasó en Irlanda del Norte, Burundi y República Democrática del Congo, la reincorporación sobre todo beneficia al combatiente raso porque le acerca las oportunidades que no tuvo antes ni durante la guerra: estudiar, trabajar o rehacer su vida. A los miembros de la cúpula los beneficia también porque pasan a la política, mantienen cierta cuota de poder y un nivel de vida aceptable al que probablemente también accederá su círculo más cercano. Sin embargo, el panorama no es halagüeño para los mandos medios a los que se les desdibujó el poder militar que tenían en las regiones, donde habían sido ley y lo único que sabían era acumular dinero de manera ilegal.

Aunque no hay muchas posibilidades de que estas disidencias hasta ahora desarticuladas sobrevivan, también es cierto que el Estado no ha podido doblegar los grupos que resurgieron tras la desmovilización de las autodefensas. En el caso de las Farc, el tema tiene hondo calado si se tiene en cuenta que aunque siempre se habló de estructuras criminalizadas, las últimas investigaciones apuntan a que las rentas ilícitas no son el único incentivo. De hecho, de acuerdo con la FIP, en casos como el de Gentil Duarte hubo y hay una fuerte presión social para continuar en armas.

Para sorpresa de los expertos, un porcentaje de estos grupos armados están fortaleciendo sus vínculos con la comunidad. Entre otras cosas porque siempre ha existido un temor en la zona limítrofe entre Guaviare y Meta  de que avancen los grupos que quedaron en el oriente  de la región desde la incursión de las AUC.

Las disidencias están haciendo uso de las redes de apoyo de las antiguas Farc que no eran orgánicas a la exguerrilla y que quedaron sueltas con la firma de la paz. Aun así, también es importante el porcentaje de quienes creen que, por más fusiles que tengan, difícilmente podrán resistir una guerra en las condiciones actuales y menos aún con todo el esfuerzo militar del Estado en su contra.

Con 63.000 efectivos de la fuerza pública desplegados en 67 municipios priorizados a través del Plan Horus, el Ejército encara desde hace varios meses el reto. Pero a la fecha los operativos dejan triunfos pírricos que realmente no muestran próxima la desaparición de las estructuras.

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Promesas gaseosas

El resurgimiento de las disidencias obedece a varias razones. Primero, en todas las negociaciones hay quienes sienten miedo al cambio o se sienten como perdedores en el nuevo contexto y prefieren huir. Segundo, que las Farc tuvieron estructuras dedicadas exclusivamente a capturar rentas ilegales y allí se vienen presentando las tasas más altas de reinserción, como ocurre con los frentes 1, 6, 7, 10, 14, 15, 16, 18, 27, 29, 30, 36, 40, 48, 62 y 63, además de las columnas móviles Acacio Medina, Daniel Aldana, Mariscal Sucre, Miller Perdomo y Jacobo Arenas.

Para los expertos consultados por SEMANA, resulta equívoco pensar que este fenómeno corresponde netamente al enriquecimiento ilícito. Factores como cambios de liderazgo, el temor y la incertidumbre por el ritmo de la reincorporación y las garantías de seguridad también juegan en contra. Pero el fenómeno se está volviendo una bomba de tiempo a la que hay que desactivar con la mayor prontitud.

Colombia parece haber pisado un hormiguero. No hay control, dios, ni ley y sí un aumento indiscriminado de grupos armados. Es tal el nivel de descontrol que en zonas como Arauca, Nariño y Guaviare las disidencias han atacado a sus antiguos compañeros de guerra. Pero no se trata de una acción homogénea. En los Llanos del Yarí se está presentado una situación aún más inquietante. En la práctica, parte de la disidencia que opera en la zona convive con sus compañeros en proceso de reincorporación en el mismo espacio. Hay una especie de coexistencia pacífica bajo el amparo, según ellos, de la familiaridad que alguna vez hubo. Esto, sin embargo, no los blinda de pagarles vacuna a sus antiguos camaradas por estar en el territorio.

Pero ese no es el único factor. La incertidumbre y el desconocimiento de los excombatientes también empezaron a ahogar sus decisiones. No saben cómo funcionará la Jurisdicción Especial para la Paz y eso les preocupa mucho. Los procesos que adelantan con la Fiscalía para conocer los expedientes que tienen en su contra les despertó a muchos el pánico. “A cada uno nos están mostrando caso por caso. La gente no sabe eso cómo se va a evacuar y se quedan con la idea de que todos son crímenes de lesa humanidad”, le dijo a SEMANA un miembro del partido que nació de las Farc tras la dejación de armas.

El salvavidas para rescatar la salida negociada del conflicto con las Farc tiene que cubrir varios frentes. No solo uno que focalice a los mandos medios que volvieron a alzarse en armas, sino también que disuelva esas nuevas estructuras. A la par, el Estado tiene que ponerse las pilas para aclararles el futuro a los más de 3.500 excombatientes que todavía quedan en las zonas de reincorporación. La complejidad de la paz no es menor que la de la guerra. De ahí que es necesario actuar con menos pasión y más eficacia para demostrar que, al menos una parte de lo que se pactó, es posible.