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De izquierda a derecha: Fidel Castro, Julio Londoño, Constanza de Londoño y el vicepresidente de Cuba, Carlos Lage Dávila. | Foto: Archivo particular

CUBA

"Fidel Castro, el comandante que conocí"

El excanciller Julio Londoño, embajador en Cuba por 12 años, relata anécdotas con el líder de la revolución. Dice que estuvo presto a ayudar a la paz con las Farc.

Julio Londoño Paredes (*)
26 de noviembre de 2016

Fidel Castro, blanco de tremendos odios e incondicionales amigos, fue uno de los grandes líderes mundiales de las últimas décadas. Se salió del ámbito de la isla y proyectó a Cuba en el mundo; fue protagonista de hechos fundamentales de la política mundial; impuso en su país el socialismo que no pudo exportar a América Latina, no obstante que durante 50 años estuvo bajo el asedio de Estados Unidos, hasta que finalmente el presidente Obama decidió doblar la hoja.

Un día, a mediados de 1985, siendo embajador en Panamá, el canciller Ramírez Ocampo me pidió que saliera al aeropuerto para que lo acompañara a un viaje “con rumbo desconocido”. Me recogió en el avión presidencial: el destino era La Habana. En el aeropuerto nos esperaba Fidel Castro: el objeto era hablar de la crisis centroamericana y sobre Colombia, lo que nos tomó desde las 5 de la tarde hasta las 6 de la mañana del otro día. Castro insomne, hablaba indefinidamente. Entretanto su vicepresidente, Carlos Rafael Rodríguez, así como Augusto Ramírez y yo, luchábamos para estar despiertos. De allí el comandante nos acompañó al aeropuerto.

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Durante el gobierno de Virgilio Barco, la relación se hizo mucho más fluida. Sin embargo, cuando se adelantaron consultas con las cabezas de las diferentes corrientes políticas para restablecer las relaciones, todos lo desaconsejaron: la reapertura la hizo el presidente Gaviria. La relación cordial continuó y viajé a La Habana a pedir la ayuda de Fidel durante el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado por el M-19. Estuvimos todo un día en la casa de Gabriel García Márquez, donde el comandante, con una habilidad culinaria desconocida, preparó su especialidad: pescado a la sal.

Tiempo después, estando en la embajada en Cuba, donde muchas veces dialogué con él, un día el comandante me llamó personalmente a eso de la una y media de la mañana. De entrada me dijo: “Habla Fidel, ¿ya comiste?” Naturalmente le contesté que no y salí para palacio inmediatamente. Fidel estaba con el vicepresidente Carlos Lage y el canciller Felipe Pérez, que hacían esfuerzos por mantenerse despiertos. Se atravesaba entre Colombia y Venezuela una de las tantas tensiones que se afrontaron durante la era chavista.

Me dijo el comandante que lo había llamado Hugo Chávez y le había pedido que lo ayudara ya que algunos en Venezuela estaban tratando de fraguar una inminente crisis con Colombia. Que como tenía el teléfono interceptado “por los yanquis”, hablara con el presidente Pastrana para que se pusiera en contacto de inmediato con el mandatario venezolano. Llame a palacio en Bogotá, pero tanto el conmutador como el edecán de servicio señalaron que no podían interrumpir al presidente “porque estaba reposando”. Llamé entonces al canciller Fernández de Soto a su casa y aunque también “estaba reposando”, a primera hora salió para palacio. Pastrana llamó a Chávez y este lo invitó a Venezuela: la grave situación fue superada.

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En otra ocasión, nuevamente fue una llamada a las 12 de la noche. Era el canciller Felipe Pérez: me dijo que el Comandante quería hablar urgentemente conmigo en el centro de convenciones, que queda muy cerca de la residencia de la embajada. La situación me fue comunicada antes que llegaran otros embajadores. El presidente Hugo Chávez había sido víctima de un golpe militar y el comandante, que tenía contacto telefónico permanente con él, le había recomendado que de ninguna manera renunciara y que más bien lo recibiría “como huésped” mientras se conjuraba la crisis. Le agregó que enviaría de inmediato un avión con algunos embajadores para que lo acompañaran del palacio de Miraflores al aeropuerto y de allí a La Habana.

A pesar de que era una operación de ejecución inmediata, la mayoría de los colegas expresaron que tenían que consultar a sus cancillerías. Yo señalé que creía que el gobierno de Colombia me tenía en Cuba por que confiaba en mis actuaciones y que por lo tanto estaba listo para salir inmediatamente. Regresé a la casa a recoger útiles de aseo y me llamó Felipe Pérez otra vez y me dijo que Chávez, siguiendo las recomendaciones de Fidel, había resuelto no viajar. Posteriormente el comandante, conocedor que la decisión había tenido el apoyo del Gobierno, fue a mi casa a agradecer el gesto de Colombia.

Más adelante, cuando todo indicaba que llegaríamos a un acuerdo con el ELN, en un multitudinario evento celebrado en La Habana con colombianos de diferentes estamentos, Fidel Castro expresó públicamente que estaba convencido de que la conquista del poder no se podía lograr por la lucha armada y que el triunfo de la revolución cubana había sido un hecho coyuntural e irrepetible. Un vocero de las FARC discrepó desde Colombia.
 
A eso se sumó a la frustración del comandante cuando, rompiendo su línea de conducta, dirigió un mensaje a las FARC pidiendo que le permitieran a un agente de la policía que mantenían secuestrado, salir para despedirse de su hijito cuya muerte de una enfermedad incurable era inminente: no tuvieron en cuenta la solicitud y el niño murió al poco tiempo. Castro se sintió ofendido.

Cuando el presidente Uribe asumió la Presidencia, los contactos continuaron. El comandante, cuando iba a la residencia de la embajada, la única misión diplomática que visitaba, mantenía largas conferencias telefónicas con el mandatario colombiano y siempre le reiteró su voluntad de ayudar en el proceso de paz en que estaba empeñado. Así lo hizo, ya que Cuba, que tenía mayor afinidad con el ELN que con las FARC, había servido y siguió sirviendo como facilitador con ese grupo armado.

Fidel Castro, en medio críticas y resentimientos, de agradecimientos y alabanzas, pasará a la historia como uno de los grandes líderes mundiales.