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¿Quiénes eran los tres agentes del CTI asesinados en Nariño?

En un homenaje póstumo, fue resaltada la vida de los tres investigadores que murieron en Tumaco, presuntamente a manos del grupo de alias Guacho. Apasionados por su trabajo, amantes del fútbol e insaciables a la hora de seguir aprendiendo.

12 de julio de 2018

Hay una plaza en el búnker de la Fiscalía destinada a dar un “homenaje a la memoria de nuestros inmortales”, un lugar exclusivo para recordar a las personas que dejaron la vida cumpliendo su trabajo.

En la mañana de este jueves, con plaza llena de funcionarios del CTI con su uniforme gris y negro, familiares, amigos y compañeros alzaron flores para despedir a los tres agentes que murieron en una emboscada.

Los tres recorrían el kilómetro 78 de la vía Tumaco-Junín, cerca al corregimiento de Guayana, cuando fueron interceptados por hombres armados, pertenecientes, según las investigaciones, al grupo armado de Walter Patricio Arizala alias Guacho.

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Murieron por las lesiones producidas por disparos. Luego, los emboscadores robaron las armas e incineraron los cuerpos de dos investigadores.

De inmediato la Fiscalía se propuso dar con los capturados. Y por el momento hay 14 presuntos responsables, a quienes se les capturó con equipos de comunicaciones: la evidencia clave para culparlos por el ataque.

En el búnker hubo minuto de toque de silencio de  trompeta, personas de civil subieron los escalones para ser vistos por cientos de agentes del CTI y dejaron flores en las fotos de los tres.

Fue un homenaje corto, una vez se dispersó a la multitud, un grupo se acercó con un arreglo floral y lo dejó al lado de la hilera de rosas blancas que reposaban en el suelo. Todos tenían un listón violeta. Eran los compañeros de equipo de Willington Alexander Montenegro Martínez y Yair Alonso Montenegro Galindez.

El grupo hablaba del vacío que sentía por esa temprana e injusta partida de sus compañeros. Todos aclararon que no decían esas palabras porque estuvieran muertos, sino porque por temor a sonar exagerados, juraron que dijeron solo la verdad.

Que el amor de Willington “eran sus dos hijas”, que en su cabeza cabía Nariño: con toda su geografía, gente y problemas sociales. Fue un conocedor como ninguno de los explosivos que fabricaban los grupos armados, y cuando encontraba algo desconocido se inquietaba hasta entender la taxonomía de algún peligroso objeto.

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“Una vez me invitó y me dejó quedarme en su casa, tenía el departamento en la cabeza”, dice uno de sus compañeros. Entró al CTI en 1993, en Bogotá, y por amor a su tierra fue trasladado a Pasto. Uno de sus compañeros de curso de peritaje en explosivos lo vio hace 15 días, era la primera vez desde 2003, año en que ambos estudiaron el tema. “Fue muy duro, verlo hace tan pocos días y después de tanto tiempo”.

Willington conocía el peligro. En 2002 fue secuestrado durante 22 días por su labor como agente, y cuando un compañero corrió con la mala suerte de sentir que su vida peligraba, promovió una marcha en Túquerres a favor de la vida.

Son pocas las personas que quieren especializarse en explosivos. Por eso cuando cursan algún programa todos se reúnen y se conocen como viejos compañeros de trabajo.

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Yair fue un pupilo de Willington, tenía solo 29 años y abandonó este mundo al lado de uno de sus maestros.

Apasionado por el fútbol, hizo parte de la selección de la Fiscalía del departamento de Nariño. Trabajó en el DAS y luego ingresó al CTI como técnico investigador. Al igual que su compañero de mayor experiencia, buscó trabajar cerca a su casa y no en la ciudad.

Duglas Dimitry Guerrero Medina fue técnico investigador II. Un profesional en el área financiera que se enamoró más por el trabajo de campo que por los números de la oficina, fue guía canino de explosivos, amante de fieles compañeros de cuatro patas, otro apasionado por el fútbol; y fue brigadista de emergencia. Cuando la ceremonia terminó, un grupo de guías caninos formaron con sus labradores durante unos minutos para darle un último honor de despedida.

Pocas personas querían hablar del trabajo de los tres. Las lágrimas y la razón lo impedían, muy doloroso y peligroso hablar de su trabajo. Luego la plaza para honrar la vida se despejó. Y solo quedaron las tres fotografías, un camino de rosas y cuatro arreglos florales.