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“Nosotros somos buenas personas. Solo sembramos la matica, pero no nos metemos en lo que pase después”, dice una de las mujeres de la vereda.
“Nosotros somos buenas personas. Solo sembramos la matica, pero no nos metemos en lo que pase después”, dice una de las mujeres de la vereda. | Foto: esteban vega la-rotta-semana

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Reportaje: Viaje a las entrañas de los cultivos de coca

SEMANA fue al corazón de Nariño, donde ni la fuerza pública ha podido entrar, para conocer las historias sembradas alrededor de la coca y el porqué del rechazo al glifosato. Fue el departamento que más bajó en áreas cultivadas. 

12 de junio de 2021

Nariño, uno de los lugares más neurálgicos para los cultivos de coca, registró esta semana una cifra que nadie anticipaba. El departamento bajó en 17 por ciento la cantidad de hectáreas cultivadas. Un éxito si se tiene en cuenta que esa disminución se logró sin que esté activa la estrategia de fumigación con glifosato. Allí, en el corazón de este departamento enclavado en las montañas, este polvo que cae del cielo no es la solución.

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Lo que vive Nariño es en cierto modo una proeza. Esta semana, Pierre Lapaque, representante de la UNODC, resaltó que en Colombia hubo una reducción del 7 por ciento del área sembrada de coca con respecto a 2019. Se pasó de 154.000 hectáreas ese año a 143.000 en 2020. Nariño duplica este promedio nacional. “Somos el departamento que más área pudo reducir”, cuenta orgulloso el secretario de gobierno, Francisco Cerón.

SEMANA visitó este lugar para ver cómo funciona allí la lucha antidrogas. Irma Mosquera recoge del piso los frutos que cayeron del árbol de guayaba que está dentro del cementerio de Río Rosario, un corregimiento de Tumaco, Nariño. “Coman, acá no solo se da la coca; lo que pasa es que las fruticas se pierden porque no tenemos cómo sacarlas”, dice la mujer, mientras que señala el río, la única ‘autopista’ que tiene para ir al casco urbano, a dos horas de distancia en lancha rápida.

El árbol es testigo del amargo sabor de la guerra. Junto a él hay unas 100 tumbas improvisadas. Muchos de los restos que reposan son de jóvenes cautivados por los grupos ilegales que se disputan el territorio por el control del narcotráfico. Otros, de viejos que murieron esperando que el cacao resucitara, y uno que otro que se enfrentó, sin éxito, a los actores armados. Cruzando el río hay una montañita completamente verde: son matas de coca sembradas.

Nariño ocupa el segundo puesto en producción de coca en Colombia. Tiene 64 municipios, en 27 de ellos cultivan la mata. 30.751 hectáreas en 2020, según el último informe de la UNODC. El municipio que históricamente ha tenido más cultivos ilícitos es Tumaco (11.830 hectáreas); hasta 2019, muchos de ellos ubicados en resguardos indígenas y consejos comunitarios afrodescendientes. Esto impide a la fuerza pública intervenir por la protección ancestral que tienen dichos territorios. Solo en Río Rosario viven 6.840 personas, distribuidas en 14 veredas. Todos están en desacuerdo con la fumigación aérea.

“No puedo creer que, con tantas necesidades que tenemos, la única manera de que haga presencia el Estado sea para envenenarnos”, expresa José Baltazar. Recuerda que vio morir, en fumigaciones anteriores, los manglares que va pasando en la lancha, camino a la finca en la que cultiva plátano.En un terreno pantanoso, donde cuesta caminar, está Rodolfo, un campesino de 56 años que lleva atados en su cabeza tres racimos de plátano, para llegar al río y sacar el producto a una chalupa. Camina bajo 32 grados de temperatura. Ha hecho 24 viajes iguales; su jornada laboral arrancó a las seis de la mañana, ya está cayendo la tarde y afirma que no aguanta el dolor en sus rodillas.

Semana - Glifosato
Semana - Glifosato | Foto: Esteban Vega La Rotta

Rosalba también tiene sembrado plátano en su finca. Asegura que por cada 2.000 plátanos le pagan 300.000 pesos (150 pesos la unidad), de los cuales 120.000 se invierten en gasolina, para llevar el producto hasta el centro de Tumaco. Por cada jornal paga 50.000 pesos, y debe tener tres trabajadores para evitar que el plátano se madure y dárselo como comida a los animales. Hace cuentas y nota que después de tanto esfuerzo, solo le quedaron libres 30.000 pesos. Si cultivara coca, esos mismos 30.000 se los pagarían por una arroba de hoja y se la recogerían en el punto.

Esta semana, Pierre Lapaque, representante de la UNODC, resaltó que en Colombia hubo una disminución de 7 por ciento del área sembrada de coca frente a 2019.
Esta semana, Pierre Lapaque, representante de la UNODC, resaltó que en Colombia hubo una disminución de 7 por ciento del área sembrada de coca frente a 2019. | Foto: esteban vega la-rotta-semana

“Nosotros somos buenas personas. Solo sembramos la matica, pero no nos metemos en lo que pase después”, afirma una de las mujeres de la vereda. “Si fuéramos narcotraficantes, tendríamos neveras en nuestras casas, pero es que ni eso... La luz acá se va por ocho días”, se queja otra. “Ni yo estaría dictando clases a niños de tercero a octavo grado en solo dos salones”, afirma Víctor Requejo, el profesor. Él construyó una de esas aulas de clase con madera y lona, frente a los cultivos.

Hay siembras diferentes a la coca porque muchos creyeron en el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (Pinis). Este les entregó 12 millones de pesos durante el primer año a cada familia para que reemplazaran los cultivos. Sin embargo, al ver que el pago llegaba de manera retrasada o que era difícil sacar sus productos, algunos no dejaron del todo la mata de coca. Por esto, en la mayoría de las fincas, esos cultivos están entrelazados con cacao, plátano, coco y yuca, entre otros.

La llegada del glifosato asusta a quienes le apostaron a cultivar comida. Dicen que lo triste es que el plátano, por ejemplo, se demora de nueve a doce meses para dar cosecha, mientras que la coca está lista en menos de tres meses. Además, existe el temor por los daños a la salud que se puedan registrar, pues hay evidencias en el departamento de que en anteriores fumigaciones, se incrementaron los casos de cáncer y malformaciones.

Lo insólito es que en Nariño la fumigación con glifosato no erradicó la coca. Las estadísticas de la Gobernación muestran que en 2010 existían 15.951 hectáreas de cultivos, y luego de fumigar durante cinco años, subieron a 29.755. Además, en los análisis hechos se estableció que el porcentaje de resiembra promedio fue de 119 por ciento en el mismo periodo. No obstante, la fumigación sí trajo un sinnúmero de problemáticas sociales.

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Un alto porcentaje de las 36.963 hectáreas sembradas de coca en Nariño, está alrededor de fuentes hídricas, como el Rio Patía | Foto: Esteban Vega La Rotta

Duván Mosquera, presidente del Consejo Comunitario Unión del Río Chagüi, señaló que uno de los principales fue el desplazamiento, debido a que familias enteras huyeron de la zona de fumigación, ya que se alimentaban de pancoger. Chagüi pasó de tener 32 veredas a 26. Durante el periodo que se dejó de fumigar retornaron los habitantes de tres veredas, pero ahora que anunciaron una nueva etapa de fumigación, están pensando en migrar de nuevo. “Todas estas personas que abandonan su territorio no solo van a llegar a Pasto y Tumaco; viajan a las principales ciudades, como Bogotá, Cali, Medellín”, reflexiona Mosquera.

En los municipios de la cordillera, como Policarpa, la situación es aún peor. Allí los pobladores nunca recibieron beneficios económicos para la sustitución de cultivos. Están junto al río Patía, la ruta fluvial más apetecida por los grupos ilegales; allí trafican estupefacientes y armas.Nariño es el lugar ideal para los narcotraficantes. En la cordillera se ha incrementado el cultivo de coca por su cercanía con el río, que facilita la conexión con el Cauca.

En el piedemonte costero, la presencia de selva elevada permite camuflar centros de procesamiento de clorhidrato de cocaína, y los municipios de la costa Pacífica facilitan el proceso de comercialización al exterior. Lo paradójico es que los campesinos no tienen rutas para sacar sus productos. Es normal ver a los caballos o mulas caer con la carga porque sus patas quedan atrapadas en el barro. Los arrieros se comen los huevos crudos en el camino, los mismos que iban a vender, pero lo hacen antes de que se quiebren.

Los municipios donde la coca reina tienen algo en común: hay necesidad de inversión social, y muchos se sienten respaldados por grupos ilegales que ofrecen “oportunidades de empleo”, ayudan a mejorar las vías y la conexión de servicios públicos. Allí ellos son los que mandan. Las autoridades del departamento, como la Gobernación, le han dicho no a la fumigación del Gobierno.

Coca - glifosato
Coca - glifosato | Foto: Semana

Ellos y los habitantes piden que el Estado llegue a ayudar a arreglar vías terciarias, a mejorar el transporte de los niños a las escuelas y a hacer obras sociales. “Si yo doy, puedo exigir. Si hay buenas vías que faciliten la comercialización de los cultivos lícitos, ahí pueden estar militares o policías haciendo control, empresas invirtiendo en industria, estabilizando precios”, dice Francisco Cerón, secretario de gobierno de Nariño.

Pero lo más importante, según Cerón, es erradicar la coca del corazón y la mente de los pobladores; “que la gente deje de tenerle cariño a la matica porque piensa que gracias a ella le dan de comer a sus hijos, pues sienten que con los otros cultivos, todo esfuerzo es insuficiente”.