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SERPA VS. BOTERO

El gobierno que se inicia el 7 de agosto será el escenario de confrontación entre dos corrientes ideológicas que conviven desde hace tiempo en el samperismo.

18 de julio de 1994

A LA MEDIANOCHE DEL domingo, en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada sede del festejo liberal, nadie parecía recordar las dificultades vividas en el samperismo durante la campaña por el recurrente enfrentamiento ideológico entre Fernando Botero Zea y Horacio Serpa Uribe. Fue un choque de dos tendencias políticas tan disímiles que, para algunos, no sólo tenía pocos antecedentes sino que tendría implicaciones en el futuro gobierno si Samper ganaba las elecciones. No hay que olvidar que los protagonistas ocuparon los dos cargos más importantes del círculo de asesores del aspirante liberal. Botero era el coordinador general de la campaña. Serpa el jefe de debate.

El origen de la confrontación residía en que mientras el primero se inclinaba hacia la centroderecha, el segundo prefería la centroizquierda. Así, pues, las divergencias estaban bien marcadas. Los puntos en los que se concentraban las mayores discrepancias era los referentes a la apertura económica y las privatizaciones. En ese aspecto Botero fue siempre más neoliberal, amigo de mantener la internacionalización de la economía tal como está y de vender al sector privado algunas empresas estatales ineficientes y costosas. Serpa, en cambio, se declaró convencido de que la apertura gradual beneficiaría a los productores nacionales mientras se preparan para competir, y dijo que si las empresas del Estado marchan bien, deben permanecer cumpliendo su función de esta manera. En cuanto al orden público -otro de los puntos de conflicto-, Serpa siempre ha sido amigo del diálogo y Botero del fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y la inteligencia militar.

Por todo esto, quienes siguieron la campaña se preguntaron este domingo por la noche, apenas se conocieron los resultados, qué va a hacer Ernesto Samper a partir del 7 de agosto para conciliar los puntos de vista de sus asesores más cercanos, que representan, más que opiniones personales, corrientes dentro de su colectividad.

En primer término es necesario aclarar que las discrepancias ideológicas son absolutamente normales dentro de cualquier partido político importante. A la ex-primera ministra británica Margaret Thatcher la tumbó su propio partido porque la consideraba muy de derecha. Muchos senadores demócratas del sur de Estados Unidos son más reaccionarios que sus colegas republicanos del norte.

Y no hay que olvidar que en Colombia han militado en el Partido Conservador simultáneamente Alvaro Gómez y Alfredo Vázquez Carrizosa, y en el Liberal Jorge Child y Carlos Lemos. Por tanto, esto no tiene mucho de nuevo. Tal vez la gran novedad es que fuera de Serpa, y una que otra excepción, no queda nadie de izquierda en el liberalismo. Lo otro que no tiene antecedentes es que así como Serpa y Botero compartieron la conducción de la campaña samperista, es seguro que estarán en dos de los más importantes cargos del nuevo gobierno.

Es esa perspectiva más que ninguna otra la que ha llevado a los medios y comentaristas a sobredimensionar el conflicto entre los dos dirigentes. La confrontación ha sido tan publicitada que casi nadie cree -a pesar de que es rigurosamente cierto- que los dos son amigos personales. Gracias a ello pudieron convivir en el estado mayor samperista a lo largo del último año y ni siquiera sus diferencias de estilo -Serpa, tan amigo de los caciques, y Botero tan amigo de los medios- los llevaron a romper sus relaciones.

¿Pero será suficiente la amistad para evitar que estalle una guerra? En materia económica va a haber menos conflictos de los que cree la gente. Al fin y al cabo durante el gobierno de Gaviria se definieron en favor de la tendencia neoliberal buena parte de los debates que Botero y Serpa han sostenido en este campo: la apertura fue llevada a cabo; casi todos los bancos que estaban en manos oficiales fueron privatizados; la seguridad social quedó abierta a la competencia con la creación de los fondos privados de pensiones; los principales acuerdos de libre comercio quedaron firmados y hace dos semanas, por medio de una nueva ley de servicios públicos cuyo alcance aún no ha sido asimilado, quedaron abiertas las puertas para privatizar todas las empresas de acueducto, alcantarillado, energía y telecomunicaciones del país. Estas son realidades que no tienen reversa y ni siquiera la corriente de Serpa pretende desmontarlas. Es por ello que el debate que viene no será sobre estos puntos sino más bien sobre el nivel de inversión social que se requiere para meterle corazón a la apertura.

Pero hay otro tópico que casi no se debatió en la campaña y en el cual es previsible que los conflictos resulten más agudos. Se trata del orden público, donde no es claro si el gobierno va a ser de mano tendida o de pulso firme, pues a pesar de ser el tema más candente de la vida nacional, poca claridad tuvieron las campañas a la hora de decir lo que pensaban hacer en esas materias. Como es presumible que Botero vaya a ser el ministro de Defensa y Serpa el de Gobierno o Justicia, el enfrentamiento entre ambos no sólo parece posible sino prácticamente inevitable. Sobre todo si se tiene en cuenta que los dos son personas de carácter dispuestas a jugarse a fondo en el asunto.

Botero ha sido siempre mucho más duro que Serpa. Cree que, como van las cosas, no están dadas las condiciones para entablar nuevamente un diálogo con la guerrilla. Por el contrario, está convencido de la necesidad de fortalecer a las Fuerzas Armadas de tal manera que adquieran mayor eficiencia y poder disuasivo frente a la subversión. Considera que no hay mejor carta en una mesa de negociación que un Ejército fuerte y la presencia enérgica del Estado. Por su parte, Serpa, quien fuera consejero de Paz del presidente César Gaviria, es un convencido de que la paz en Colombia no se obtendrá por la fuerza sino por la negociación. Tanto que durante la campaña no dudó en visitar en prisión al líder del ELN, Francisco Galán, en un episodio que en su momento agudizó el debate interno en el samperismo.

Está claro, pues, que a pesar de las amables relaciones entre Serpa y Botero, los debates entre ambos van a estar a la orden del día. ¿Qué va a hacer Samper en medio de estos roces? Sin duda pondrá a prueba sus dotes de conciliador. Para él, el asunto no sólo es ideológico. Tradicionalmente el nuevo Presidente se ha sentido más identificado ideológicamente con Serpa. Pero en los últimos tiempos y aún más después del triunfo del domingo -en el que Botero jugó un papel fundamental- le cree mucho al joven dirigente bogotano. Es difícil, pues, predecir el desenlace. Por ahora lo único claro es que esas dos tendencias, en las que en buena medida se debate el país, van a estar representadas en los más altos cargos del próximo gobierno.-