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La victoria de Rodrigo Guerrero en Cali significa la derrota política del destituido exgobernador Juan Carlos Abadía y del exsenador Juan Carlos Martínez, condenado por parapolítica.

CALI

Un alcalde Guerrero

Por segundo periodo consecutivo, un médico es el encargado de regir el destino de los caleños. De paso, Rodrigo Guerrero le puso fin al mito según el cual los candidatos considerados de la élite siempre perdían frente a populistas bendecidos por el distrito de Aguablanca.

30 de octubre de 2011

Se necesitó una década, además de cuatro elecciones y muchos dolores de cabeza, para que los caleños desistieran de continuar por la línea de elegir alcaldes con perfil popular y le dieran de nuevo la posibilidad de mando a un aspirante del llamado notablato.

Desde John Maro Rodríguez (2001-2003), Apolinar Salcedo (2004-2007) y el actual, Jorge Iván Ospina, la ciudad no le permitía a un miembro de la crema y nata caleña regir sus destinos. De hecho, en esas tres elecciones los votantes rechazaron de forma consecutiva las aspiraciones del exministro conservador Francisco Lloreda.

Pero esta vez el médico Rodrigo Guerrero Velasco fue el encargado de ponerle fin a ese mito electoral según el cual los candidatos considerados de élite estaban destinados a perder las elecciones frente a sus rivales de estirpe popular. Guerrero tiene un alto perfil académico -tiene un doctorado en Epidemiología de la Universidad de Harvard y ha sido rector de la Universidad del Valle- así como una trayectoria importante en el trabajo social.

El nuevo alcalde ha tenido una gran figuración entre la clase pobre de Cali, no solo por los programas sociales que desarrolló al frente de la Fundación Carvajal o cuando fue alcalde entre 1992 y 1994 -cuando impulsó el programa Desepaz y construyó una ciudadela con 28.000 casas-, sino porque actualmente gerencia Vallenpaz, una organización que apoya a 10.000 reinsertados del Valle, Cauca y Nariño. A través de ese programa se ganó el aprecio de los habitantes del mítico distrito de Aguablanca, considerado el fortín electoral de Cali. En 2007 fue elegido concejal con la votación más alta. Por eso Guerrero era considerado la carta más clara para ponerles freno a las maquinarias politiqueras que históricamente han golpeado la ciudad.

El triunfo de Guerrero también tiene como claros perdedores al destituido exgobernador Juan Carlos Abadía y al exsenador condenado por parapolítica Juan Carlos Martínez Sinisterra. La contienda electoral estaba dividida en dos bandos claramente definidos: el de ellos y el encarnado por Guerrero.

Si bien con el actual alcalde, Jorge Iván Ospina, la ciudad tuvo un respiro frente a la racha de desaciertos de malogradas administraciones, la participación burocrática de Abadía y Martínez dentro de su gobierno ayudó a que esas estructuras políticas crecieran como espuma. Por eso con la llegada de Guerrero al primer cargo de Cali no solo se espera que refresque el estilo gerencial, sino que les dé una estocada final a esas maquinarias politiqueras que venían saqueándola.

Pero la tarea no será fácil. Aunque Rodrigo Guerrero es visto con buenos ojos por los gremios de Cali y cuenta con buena aceptación dentro de sectores populares, la realidad social es complicada: hay un desempleo del 15,4 por ciento y serios problemas en materia de seguridad. En los últimos dos años, la Sultana del Valle sufrió un retroceso en materia de criminalidad. No solo registra altas tasas de homicidios (82 asesinatos por cada 100.000 habitantes), sino que sus calles nuevamente se convirtieron en el campo de batalla de una guerra mafiosa a la que le endilgan buena parte de los 1.368 crímenes ocurridos a septiembre de este año. A todo ello se agrega la urbanización del conflicto, la existencia de 100 bandas o pandillas que fijaron fronteras invisibles y controlan el microtráfico y la extorsión, y la amenaza latente de las Farc, Los Rastrojos y posparamilitares.

El sector salud está agonizando al igual que en el resto del país y los hospitales caleños amenazan quiebra. Y aunque en materia de infraestructura la actual administración hizo historia al poner en marcha un revolcón urbano con las famosas 21 megaobras (conjunto de proyectos que incluyen nuevas avenidas, puentes, colegios, parques y zonas verdes, que costarán cerca de un billón de pesos y se pagarán vía valorización), al nuevo alcalde le queda el reto de continuarlas pese a que el proyecto está desfinanciado.

Además tendrá que ser muy ingenioso para evitar el traumatismo que implica para la movilidad una ciudad en construcción. Precisamente le toca culminar con éxito la etapa dos del sistema de transporte masivo e integrarlo con las zonas vulnerables.

La gran pregunta que muchos se hacen es si podrá llevar a la práctica en su alcaldía la independencia que mostró en su candidatura, ya que tendrá que gobernar junto con los partidos que al final se sumaron a su proyecto político.