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Unas elecciones que cambiaron la política

Iván Duque y Gustavo Petro pasaron a segunda vuelta en una campaña sin antecedentes por la irrelevancia de los partidos, la abundancia de encuestas y debates, y los profundos sentimientos de rabia hacia la política tradicional.

28 de mayo de 2018

Los nombres de Iván Duque y Gustavo Petro no aparecían en la lista de favoritos cuando se inició la campaña electoral, a mediados de 2017. En el uribismo había aspirantes de mayor trayectoria, comenzando por Óscar Iván Zuluaga, y en la izquierda se creía que el partido de la Farc sería el gran protagonista. Y se vaticinaba que las opciones de centro tendrían mejor futuro. El hecho de que Duque y Petro disputarán, en segunda vuelta, el derecho a suceder a Juan Manuel Santos es muy elocuente sobre lo inédito del actual proceso electoral. Unas elecciones que se parecen muy poco a las del pasado.

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Duque y Petro se enfrentan en un duelo entre finalistas escogidos por un electorado que busca cambio. Representan propuestas radicalmente diferentes sobre cómo hacerlo y en qué dirección, pero ninguno de los dos propone continuidad. Desde orillas diferentes estuvieron en la oposición al gobierno de Santos. La baja popularidad del mandatario saliente, la falta de confianza en las instituciones y el descrédito de la política allanaron el camino a quienes propusieron cambiar el rumbo. Hasta el domingo 27 de mayo, la pregunta era si los colombianos buscarían un cambio pendular desde el gobierno hacia la oposición –Duque– o si lo intentaría con un candidato de fuera, rebelado tanto contra el gobierno como contra la oposición tradicional –Petro–. Por ahora, escogieron a los dos, pero dentro de tres semanas, el 17 de junio, tendrán que elegir a uno de ellos.

Foto: León Darío Peláez/SEMANA

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El deseo de cambio de los votantes también explica el resultado de los candidatos perdedores. Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle apenas sumaron el 10 por ciento de la votación. Detrás de ambos estaban Cambio Radical, La U, casi todo el Partido Conservador y el Partido Liberal. Las poderosas maquinarias que han dominado la política electoral quedaron reducidas al mínimo. Quedó claro que son más eficientes en los comicios legislativos, cuando está en juego el pellejo de los congresistas, pero que en las presidenciales se impone el llamado voto de opinión. Que Sergio Fajardo, un independiente –aunque con el apoyo de dos partidos pequeños, el Polo y la Alianza Verde–, haya alcanzado una votación tan alta –superior a los 4,5 millones y a menos de 2 puntos porcentuales de Petro y de llegar a la segunda vuelta– ratifica que en el ánimo colectivo hubo un tsunami contra las tradiciones.

Duque y Petro entendieron mejor que los otros competidores el estado de ánimo del país contra las colectividades tradicionales. El candidato uribista –que alcanzó más de 7,5 millones de votos– pertenece al partido más joven de Colombia, el Centro Democrático. Su opositor de segunda vuelta ni siquiera pertenece a un partido y se inscribió por un movimiento respaldado por firmas que denominó “decencia” y superó los 4,8 millones de votos. Ambas fórmulas interpretaron mejor con votantes muy poco inclinados a respaldar partidos tradicionales. Los electores no vieron a De la Calle –con el aval rojo– y Vargas Lleras –inscrito por firmas, pero apoyado por Cambio Radical, La U y buena parte del conservatismo– como motores de transformación, sino como parte del establecimiento que los electores querían cambiar.

Foto: Esteban Vega/SEMANA

Sergio Fajardo, apoyado por los verdes y el Polo Democrático, lideró la competencia y pudo disputar un cupo para la final, aunque su discurso más prudente y conciliador se quedó corto. El viento de cola que lo impulsó en las últimas semanas se debió a su coherencia en la independencia contra la política tradicional, pero no le alcanzó. El tono más vehemente del uribismo y de Petro resultó más efectivo.

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El sistema de partidos en Colombia está en transformación desde hace años. Los protagonistas de 150 años de bipartidismo siguen perdiendo terreno. Liberales y conservadores mantienen arraigo en el país rural y son competitivos en las elecciones para Congreso, pero hace rato perdieron la capacidad de luchar por la Presidencia. Los conservadores ni siquiera han tenido candidato formal desde 1998 –cuando ganó Andrés Pastrana–, y los liberales perdieron el primer lugar –y hasta el segundo también– con De la Calle, Rafael Pardo y Horacio Serpa en las últimas tres elecciones. Con la paliza que recibieron este 27 de mayo, las colectividades tradicionales dieron otro paso hacia su irrelevancia, que cada vez parece más definitiva.

La competencia presidencial de 2018 demuestra que los partidos están en su peor momento. Gustavo Petro e Iván Duque tuvieron mejor visión que Fajardo, Vargas Lleras y De la Calle, sobre todo, en la decisión de participar en elecciones interpartidistas el mismo día de las parlamentarias, el 11 de marzo. Ambos ganaron en sus respectivas carreras. Duque derrotó por amplio margen a Marta Lucía Ramírez y a Alejandro Ordóñez. Petro arrolló a Carlos Caicedo en una batalla en la que nunca hubo duda sobre el ganador.

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Desde el punto de vista de la elección presidencial, las interpartidistas del 11 de marzo tuvieron la importancia de ganar espacio en los medios y movilizar a los electores. El día de las elecciones de Congreso Duque y Petro se alejaron del grupo de candidatos y ya nunca más volvieron a alcanzarlos. Vistas en perspectiva, las consultas de ese día anticiparon la primera vuelta y, en la práctica, marcaron el gran favoritismo de Petro y de Duque para ir a la segunda. Hoy Fajardo y sus colaboradores más cercanos lamentan no haber concretado un pacto con De la Calle para hacer su propia interpartidista. Con una ventaja tan pequeña entre Petro y Fajardo, esa fórmula podría haber significado el ingreso a la ronda final.

En una campaña apartada de las principales costumbres tradicionales, Petro y Duque acertaron también en sus estrategias de comunicación. A ninguno de los dos los afectaron los fantasmas del pasado. La cuestionada gestión de Petro en la Alcaldía de Bogotá quedó eclipsada por su discurso de cambio: aunque Fajardo triunfó en Bogotá, Petro superó el millón de sufragios y derrotó al representante del uribismo. Y Duque, con su actitud conciliadora y amable, y con un desempeño en los debates que dejó la impresión de que conoce los temas, silenció la crítica de que no tenía más mérito que ser ‘el que dijo Uribe’.

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El exalcalde de Bogotá, incluso, revivió el contacto directo con los electores en la plaza pública, escenario que se habría podido considerar como típico de la vieja política. Pero, desde tarimas en las que solo aparecía el candidato, se convirtió en un instrumento de contacto directo con la gente. Las plazas contra las maquinarias: un concepto que encajó con el desdén colectivo hacia la política tradicional.

En la otra orilla, Iván Duque convirtió en activo uno de sus posibles talones de Aquiles: su juventud. Con frecuencia la mencionó en los múltiples debates a los que asistió –no se negó a hacerlo a pesar de su liderazgo en las encuestas– para reforzar su propuesta de cambio: la llegada de una nueva generación a la política. Duque proyectó la imagen de ser la cara amable del uribismo.

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Los dos competidores de segunda vuelta resultaron efectistas en sus discursos. Nunca antes Colombia había visto una competencia tan clara entre la derecha y la izquierda. Entre dos candidatos que asumieran tan de frente sus posiciones en el espectro político. Desde las consultas del 11 de marzo, ampliamente bautizadas como de derecha –la de Duque, Marta Lucía y Ordóñez– y de izquierda –la de Petro y Caicedo– los dos aspirantes dejaron de lado las tradicionales apelaciones al centro. Pero ambos adornaron sus propuestas con discursos modernos. Duque, con el concepto de la “economía naranja”, mucho más atractivo que el neoliberalismo tradicional. Petro, con planteamientos innovadores sobre energías limpias, más amables que el trasnochado populismo de izquierda.

Al fin y al cabo, esta es la primera elección presidencial en muchos años que no tiene como eje principal el debate sobre qué hacer con las Farc. Duque habló de revisar los acuerdos de paz –sobre todo, en los asuntos de justicia transicional y participación en política de los exmiembros de la guerrilla– y Petro los defiende, aunque agrega que el acto de construir la paz va más allá de la terminación del conflicto. Pero este no ha sido el tema principal del debate, al menos hasta ahora, y los candidatos aprovecharon el espacio abierto para hablar de otros asuntos y dejar en segundo lugar de prioridades sus planteamientos sobre el proceso de paz, que es un asunto que divide a los colombianos.

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La primera vuelta presidencial marcó un contraste con las tradiciones. Nunca un candidato de izquierda había llegado a esta instancia, ni había alcanzado 4,8 millones de votos. La participación es la más alta de la historia, con más de 19 millones de sufragios válidos. Hasta ahora se habría considerado imposible ese volumen de votos sin el empuje de las maquinarias. La victoria de Gustavo Petro en la costa Caribe es muy elocuente. Hay una nueva realidad electoral.

La campaña para la primera vuelta presidencial se caracterizó por la irrelevancia de los partidos, la abundancia de encuestas y la proliferación de debates. Duque y Petro, mejor que Fajardo, Vargas Lleras y De la Calle, encajaron con ese entorno y, de hecho, desde el 11 de marzo encabezaron las encuestas y se destacaron en los debates. Desde sus trincheras, ambos convencieron a los electores de que encarnan el cambio que quieren en la política. Solo que las propuestas para llevarlo a cabo son totalmente distintas. Si el 27 de mayo los colombianos definieron que no quieren continuidad sino cambio, el 17 de junio, en la segunda vuelta, elegirán qué modelo de cambio prefieren. El de Iván Duque o el de Gustavo Petro. Los electores tienen la palabra.