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Sagrado Corazón de Uribe, ¿en vos confío?

Para el crítico de arte Halim Badawi el polémico cuadro del expresidente Uribe encarnado en la figura del Sagrado Corazón de Jesús va más allá de la estética o de lo anecdótico. Una lectura entre líneas.

Halim Badawi*
30 de agosto de 2016

El pasado 28 de agosto, Paloma Valencia, senadora por el Centro Democrático, publicó en su cuenta de Facebook un video en el que arremetió contra el plebiscito por la paz. El video, al parecer filmado en su casa, habría pasado como uno más si no hubiera sido porque, detrás suyo, aparecía una pintura del Sagrado Corazón de Jesús con el rostro del ex presidente (y opositor al proceso de paz) Álvaro Uribe Vélez. Los internautas no tardaron en percatarse de la situación: algunos lo tomaron como un "irrespeto" a los “símbolos sagrados” (también brillaron las palabras “afrenta” y “oprobio”), otros lanzaron juicios estéticos sobre la obra (“fea”, “horrible”) y otros creyeron haber demostrado inequívocamente el fanatismo religioso de los militantes de la extrema derecha colombina.

Más allá de las discusiones propias de la coyuntura, la imagen sirvió para atraer curiosos a la cuenta de Facebook de Valencia: al momento de escribir este texto (el 30 de agosto por la tarde), el video en contra del plebiscito sumaba 3.554 likes y 149.702 reproducciones, siendo el video más reproducido en la historia de la cuenta de la senadora, cifras que parecen contrastar con otros videos suyos, que tienen un promedio de 200 likes y no más de 10.000 reproducciones (en el mejor de los casos). Por ejemplo, su video “Corrupción en la UNP (Unidad Nacional de Protección)” tiene 52 likes y 308 reproducciones: una cifra que se esperaría de una figura política de tercer nivel.  

Por arte de magia, la diatriba guerrerista de la senadora contra el plebiscito, alcanzó a más gente que todos los videos (juntos) publicados en la historia de su cuenta de Facebook. Siguiendo la vieja máxima de Óscar Wilde (“Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen”), aplicada a rajatabla por los estrategas de comunicaciones del Centro Democrático y por las redes sociales, el mensaje de Valencia llegó lejos, más que nunca, gracias a la ubicación estratégica de un cuadro “polémico” como telón de fondo. Así de sencilla y efectiva es la estrategia de medios utilizada por los militantes del uribismo para generar “escándalo”, para conseguir seguidores y expandir su mensaje. Ya que tenemos claro el truco, pasemos al arte.

*

En su “defensa”, Valencia escribió en Twitter: "este es el óleo de una gran artista Popayaneja (sic) que dejó perplejos a los geniales críticos de arte de El Espectador". Y luego afirmó en una entrevista para Blu Radio: “Ahora tampoco me dejan escoger el tipo de arte que puedo tener en mi casa (…). Es un cuadro que me regaló una artista popular hace unos cuatro años. Ella tiene una serie de pinturas kitsch sobre los políticos y la religión en Colombia y es una alegoría con mucho humor y fundamento”. En otros medios, apareció el nombre de la “gran artista” payanesa: María Alejandra Muñoz o, como es conocida por algunos, Majan Muñoz.

Desde la crítica de arte (invocada por Valencia) es necesario empezar a diferenciar varias cosas: el hecho que una artista evidentemente mediocre como Majan Muñoz (que nadie conocía antes de la polémica, cuyas obras no están en ningún museo, exposición o publicación, y cuyas referencias no aparecen en ningún lado, ni siquiera en Internet, salvo en las noticias relacionadas con el “escándalo”) pinte un cuadro mediocre, técnicamente deficiente, carente de “genio”, “humor” o “fundamento”, pletórico en lugares comunes y desprovisto de una propuesta estética crítica, es un hecho irrelevante. Aquí la discusión central no es de índole estético o biográfico alrededor del arte o de la artista. Poco importa si Valencia la considera, con el mismo mal juicio que aplica para su ejercicio político, una “gran artista”; poco importa si las obras de Muñoz están avaluadas en “dos millones de pesos”, como ella misma afirma en una entrevista.

Lo verdaderamente relevante en esta discusión, y lo planteo en términos de historia social y desde la noción de "gusto", son las razones por las que este cuadro está en casa de una congresista conservadora, opositora del proceso de paz y nieta del ex presidente conservador Guillermo León Valencia, uno de los grandes artífices de la violencia en Colombia. Lo que valdría la pena preguntarnos (teniendo en cuenta que el arte que uno tiene en casa lo tiene por tres razones: esnobismo, inversión o empatía) es: ¿por qué el cuadro le genera a la senadora tanta empatía como para tenerlo colgado? Más aún, ¿por qué lo cuelga detrás suyo en el video? ¿Fue coincidencia? ¿Qué imaginario de Nación encarna esta obra? Verdaderamente, ¿fue un obsequio de la artista? ¿fue pintado por encargo directo? O ¿por un acto de creación espontánea de la artista? Y por último, ¿por qué escoger para armar la polémica, de todas las opciones de cuadros posibles, casi infinitas, una imagen del jefe de la oposición encarnando al Sagrado Corazón de Jesús?

Para responder esta última pregunta, habría que recordar varias cosas: Colombia fue consagrada al Sagrado Corazón por el gobierno conservador del presidente José Manuel Marroquín (1827-1908), en la recta final de la Guerra de los Mil Días (en 1902), un conflicto entre liberales y conservadores que, según algunos historiadores, habría dejado más de cien mil muertos y que devino en la consolidación de la Hegemonía Conservadora (hasta 1930), una sucesión de gobiernos de derecha que construyeron una serie de símbolos perdurables que entrelazan el catolicismo y el poder político.

Antes de finalizar esta guerra, el mencionado presidente, llevando el catolicismo al nivel de Iglesia de Estado, buscando sacralizar una confrontación política, generar símbolos conservadores de unidad nacional y acallar a los liberales, decidió materializar el 18 de mayo de 1902 la campaña liderada por el arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera Restrepo (1844-1928), relativa a la consagración de Colombia al Sagrado Corazón. La fórmula de consagración, que han ratificado numerosos presidentes, afirmaba: “[...] Nosotros, inspirados en el espíritu de nuestra cristiana Constitución, que declara la Santa Religión Católica esencial elemento del orden social, venimos hoy, a nombre del Pueblo colombiano, a hacer voto explícito de consagración a vuestro Corazón adorable”. Como símbolo de este hecho, el Gobierno Nacional inició, en cooperación con la Iglesia, la construcción del Templo del Voto Nacional, en Bogotá, comenzado el 22 de junio de 1902 y terminado en junio de 1927.

Entonces, ya que conocemos esta historia, ¿por qué tener a Álvaro Uribe Vélez encarnado en la figura del Sagrado Corazón de Jesús, y mostrarlo en un video contra el plebiscito, en la recta final del proceso de paz de un gobierno liberal con las FARC? ¿Es una representación ingenua? ¿No estaremos bebiendo en las fuentes de la tradición regeneracionista, en sus estrategias simbólicas y de imagen? Más bien, ¿no se tratará de construir y viralizar un símbolo fácil que logre unificar las fuerzas conservadoras, políticas y religiosas, en torno a un proyecto de Nación guerrerista? ¿No será, más bien, una imagen que materializa visualmente el modelo de país que la extrema derecha colombiana defiende? ¿Un gesto que busca producir una intersección visualmente efectiva entre imágenes de poder, ideologías de derecha y creencias? En definitiva, ¿no se tratará de generar una imagen icónica, con potencial viral (y de paso, capaz de atraer seguidores a un perfil de Facebook poco interesante), en la que Álvaro Uribe aparezca, con la camisa abierta, a la manera de Clark Kent, como el superhéroe que encarna los valores cristianos, como apóstol, paladín y mártir de la patria, salvador de la “gente de bien” y de las costumbres de antaño? 

Una de las lecciones que hemos aprendido de la campaña presidencial de Donald Trump, es que al viralizar una imagen no sólo le entregas poder a esa imagen, le entregas poder al retratado, así se trate de una caricatura; pones al sujeto en mente de todos: la gente comentará, reirá, discutirá, hará memes, podrá estar de acuerdo o en desacuerdo, pero estarás vivo para la opinión pública, te mantendrás en vigencia y con una imagen dura. Las imágenes icónicas persisten en la cabeza como el sonsonete de una canción pegajosa, como el faro que guía las opiniones más débiles, más desinformadas. Esa imagen heroica actúa de muchas formas dentro de la cabeza, a veces sin darnos cuenta, incluso, opera sobre los niños (que tienen experiencias estéticas menos prevenidas) y los niños operan sobre nosotros, los adultos. Además, estas imágenes devienen en nuevos símbolos en un país carente de ellos.

En estos tiempos de facilidad informativa y vaciamiento de contenidos, los golpes mediáticos virales movilizan la opinión pública y permiten difundir más fácilmente mensajes de odio: la gente se abre ante las imágenes, que suelen parecernos inefables e inofensivas, ellas entran libremente en nuestras cabezas, sin bloqueo alguno, hasta hacer metástasis. A pesar de su flagrante mediocridad pictórica, la instrumentalización del cuadrito del Sagrado Corazón en el video de Paloma Valencia, podrá ser cualquier cosa menos una operación ingenua o desprovista de intención. Este cuadro (chambón y fácil, torpe y directo, aparentemente divertido, que comunica directamente a las masas, como lo fue la imagen viral del Cristo de Borja, aquel pintado por Cecilia Giménez en España, bastante estudiado por los estrategas del mundo de la publicidad y la comunicación) ha sido puesto en boca de todos con una agenda política perfectamente definida. Como todo en este mundo mediado por la inmediatez y las imágenes, deberemos aprender a leerlas, a interpretarlas, a digerirlas; y como todo en el uribismo, deberemos aprender a leer entre líneas.

*Crítico de arte.