OPINIÓN

Leandro

Siempre he creído que los escritores venimos al mundo trayendo las historias que vamos a contar. Me lo han mostrado los años. Nunca planee escribir los relatos y las novelas que hasta ahora he escrito. Eso pasó con Leandro.

Alonso Sánchez Baute
9 de abril de 2019

Siempre he creído que los escritores venimos al mundo trayendo las historias que vamos a contar. Me lo han mostrado los años. Nunca planee escribir los relatos y las novelas que hasta ahora he escrito. Sin embargo, esas historias venían desarrollándose en mi mente de mucho tiempo atrás. Lo sé porque, desde muy joven, anoto en post it, libretas y servilletas ideas sueltas que, juntas, conforman esos relatos y novelas. Incluso los nombres de muchos personajes fueron escritos sin saber que algún día los iba a utilizar.

Acaba de sucederme con Leandro, la novela que esta semana sale a la venta (justo para lectura de Semana Santa). Leandro Díaz ha estado siempre presente en mi literatura. Al diablo la maldita primavera, mi primera novela, trae como epígrafe un par de versos suyos.

Hace unos años, antes de su muerte, comencé a indagar su historia. Su hijo más cercano, Ivo, me abrió las puertas de los familiares que más lo conocieron e incluso de algunas de las mujeres que amó, como Matilde Lina, Nellys Soto y la diosa coronada. Poco a poco fui alimentando la información en la memoria de mi computador y a desarrollar la historia en mi propia memoria. La pared de mi estudio comenzó a llenarse de post it con ideas, frases, personajes.

Pero la escritura de la novela nada que me hacía ojitos.

El año pasado publiqué un pequeño libro de ensayos sobre el odio en Colombia y me di cuenta de que cada vez me interesa menos leer historias sobre el conflicto nacional, sobre la violencia cotidiana, sobre el narcotráfico y demás. La historia de este compositor de vallenatos es justo lo contrario. Quizá por eso me llamó tanto la atención contarla. En septiembre me convencí de que ya no podía seguir sacándole el cuerpo a Leandro. Esta semana llegaron los primeros ejemplares.

En la historia de Leandro Díaz no hay juegos pirotécnicos literarios: ni drogas, ni asesinatos o muertes truculentas, ni secuestros, ni guerrilleros o paramilitares. Los robos que aparecen son los de las melodías que otros le robaron a él. Quizá por eso nadie noveló esta historia a pesar de su riqueza literaria.

El destino pareció ensañarse siempre en su contra. Nació ciego en un lugar perdido en la nada en el que abundaban los cardones con los que, cuando comenzó a caminar, con frecuencia se espinaba. Rechazado por sus padres por cuenta de miedos familiares y prejuicios ajenos, creció como “un retoño perdido”, como solía decir. Pero algo pasó. Al inicio de su adolescencia su vida dio un vuelco radical cuando decidió adueñarse de su vida.

¿Cómo y por qué lo hizo? Si lo cuento aquí hago spoiler. Lo cierto es que poco a poco, con la paciencia de los árboles, se convirtió en “uno de los dos caciques del vallenato”, como lo describen Daniel Samper y Pilar Tafur en Cien años de vallenato. Más aún, conoció el respeto de los hombres cuando, a través de algunos de sus cantos, participó activamente en política, siempre del lado de los más débiles, de los campesinos.

Algunos dijeron de él que era “El Hómero del vallenato”, otros lo conocieron como “un filosofo popular”. Es este el personaje que me interesó contar: el ser humano antes que el compositor y cantante.

@sanchezbaute