Blog: Psicoanálisis aplicado

Un Poco de Filosofía de la Mente

Ya nadie duda la unidad mente cuerpo.

Semana
29 de abril de 2014


Ya nadie duda la unidad mente cuerpo. Incluso en los medios masivos de comunicación aparecen palabras como ‘neurolingüística’, ‘neuromercadeo’, ‘neuroeconomía’, ‘neurofilosofía’, ‘neurofinanzas’, ‘neuroestética’ y ‘neuroteología’. El prefijo ‘neuro’ le da sabor científico a los vocablos, les aporta un aire inexorable, serio, irrefutable. Además algunos neuroimagenólogos exploran las conductas, verbigracia, si la resonancia nuclear magnética funcional del cerebro permite predecir la maldad de un reo, en el neuroderecho, o si la persona tiene inclinaciones liberales o conservadoras, información crucial para la neuropolítica en una campaña presidencial. Y es razonable, si existe la unidad psicosomática hay una neurofisiología de la honestidad, la fe y la generosidad, así como también de la envidia, el odio y el racismo; así como de la satisfacción laboral, el alcoholismo y la infidelidad.

Pero, por el otro lado, la unidad psicosomática no implica que las enfermedades mentales sean neurológicas, ni que las imágenes cerebrales funcionales, que registran cambios en la actividad de diferentes regiones sistema nervioso, en efecto puedan llegar a mostrar el contenido mental de una persona. Temas interesantes para mí, como psicoanalista, pues la tendencia actual es a considerar artificial la diferencia entre lo neurológico y lo psicológico. A tomarlo como un problema semántico. Los eventos como mentales y neurológicos dependen del fraseo que se utiliza para describir una u otra cara de la moneda. Todo es relativo al punto de vista. En todo caso, el lenguaje neurológico no es lo mismo que el de la mente, se requieren ambos para referirse a este problema de doble faz, la mente y el cuerpo. Como decía Soren Kierkegaard, “no existen problemas, solo palabras defectuosas”.


Se trata de una relación recíproca: la fisiología cerebral se manifiesta en la mentalidad de las personas, a la vez que la mente afecta la bioquímica de las células del sistema nervioso. Hay casos de depresión ligados a la baja del cortisol en la enfermedad de Addisson, por ejemplo. Entonces la persona podría tener una vida satisfactoria, pero está poseída de una melancolía invencible que solo mejora cuando se trata la enfermedad de base. En este grupo también hay otros casos, como el síndrome de Down y el Alzheimer, males que afectan la mente por razones biológicas. Pero los síntomas mentales no siempre se asocian con alteraciones en el sistema nervioso, un cerebro saludable no es lo mismo que una vida satisfactoria, hay conflictos emocionales en personas que un neurólogo consideraría normales, tanto como hay vidas plenas en pacientes con secuelas de hipoxia neonatal, por ejemplo.


Por el otro lado, la lectura evoca imágenes, pueden aprenderse otros idiomas, hay evidencia sustancial de que la psicoterapia es eficaz, todo esto es posible porque la actividad mental promueve la neuroplasticidad, es decir se asocia con cambios metabólicos en las neuronas. Los estímulos influyen en la manera en que los genes del tejido nervioso se expresan. La mente sí afecta la materia. No es solo cuestión de qué genes tiene la persona, sino cómo se relacionan entre ellos, en qué secuencia se activan y desactivan. Una persona podría tener, verbigracia, la dotación genética para ser el mejor pianista del mundo, pero si nunca toma una clase de piano tenga la seguridad de que jamás realizará su potencialidad. Así que los genes no son un karma inexorable. Hay incontables factores epigenéticos, como el ambiente familiar, que intervienen en la construcción de las representaciones del mundo.


Desde el punto de vista de la filosofía de la mente, este es el enfoque monista. Planteamiento materialista que se contrapone al dualista, es decir, al que sostiene que el cuerpo y la mente son sustancias diferentes, separadas. En él, lo corporal está vinculado a lo mundano y lo pasajero, mientras que la mente y el alma, a las virtudes y valores universales y eternos. Cabe anotar que en la actualidad predomina la perspectiva monista entre psicoanalistas, psiquiatras, psicólogos y neurocientíficos.


Esta diferencia no es baladí. Los trastornos, síntomas y conflictos mentales tienen concomitancias cerebrales, pero en su mayoría no son enfermedades neurológicas. Entonces lo que los hace indeseables es que padecerlos hace sufrir de una manera incomprensible, involuntaria, incontrolable, inexplicable, estereotipada, causan dolor psíquico. Pero tenga en cuenta lo relativo de estas consideraciones, lo que para unas personas es doloroso, para otras no. Estudiar las reacciones humanas es un trabajo inefable. Y luego clasificarlas en normales o anormales, en saludables o patológicas, buscando regularidades para construir diagnósticos, crear protocolos de tratamiento, conocer su historia natural y, por qué no, generar programas de prevención, es un desafío enorme, y un terreno bastante controversial.


Incluso hay quienes se preguntan si los trastornos mentales son enfermedades, pues no tienen condiciones necesarias ni suficientes para ser tratables, tampoco tienen un conjunto finito de características empíricamente demostrables que den lugar a un diagnóstico específico. No es lo mismo una bronconeumonía que un trastorno somatomorfo indiferenciado. Pero la cultura psiquiátrica clasifica las conductas. Para algunos, una medicalización exagerada que niega la intuición de que hay varias formas normales del sufrimiento, y todas importantes, además no todo conflicto es enfermedad. Como en el caso de la tristeza y el desinterés por la vida que acompaña al duelo por un amor desdeñado. Estados de ánimo que influyen en la cotidianidad de las personas, sí, pero que también hacen parte de la condición humana. Al fin y al cabo, psicopatología es la mentalidad de las personas, y es el estudio de la naturaleza y severidad de las limitaciones psicológicas.


Un diagnóstico mental es un síndrome de origen muy difícil de establecer. Se trata de un funcionamiento predominante, una conducta, o una respuesta psicológica habitual con incapacidad, hasta con riesgo de muerte y de pérdida de la libertad, es un patrón estructurado, y nocivo. Con implicaciones significativas, clínicamente, lo cual supone un límite discontinuo entre normal y anormal. Una frontera que no es tan nítida como el diagnóstico de la malaria, por ejemplo. Así que diagnosticar es sopesar la capacidad de alguien para evitar el maltrato para sí mismo y los demás, al igual que la pérdida de la libertad, el manejo de sus pérdidas y las limitaciones que implican. El dolor psíquico es un criterio clínico importante. Para esta finalidad también se utilizan técnicas estadísticas, pero lo fundamental es el juicio clínico, la capacidad de evaluar compasivamente las necesidades particulares de cada persona que entra al consultorio.


Allí no hay sorpresa para un psicoanalista. Sigmund Freud planteó a principios del siglo XX la idea revolucionaria de que en la conducta no había nada normal. Que los aspectos que pueden verse de la personalidad son transacciones entre el inconsciente y el mundo, se trata de relaciones que se construyen con la realidad. Rasgos que se conforman a través de años y años de desarrollo psicológico, de ensayo y error, de gratificaciones y frustraciones, mediados tanto por la unidad mente cuerpo, como por  los mecanismos de defensa, logrando cierto equilibrio en la personalidad, así sea móvil y pasajero. Así que madurez es aplazar gratificaciones y elaborar duelos, aprender a partir de la experiencia. De modo que si todo tiene raíces inconscientes, puede estudiarse e interpretarse, tiene significados, y puede modificarse.