Salud Hernández

Opinión

Al Coronel Pedro Rojas, el de Damasco y Megateo

Solo por no impulsar esa investigación, por no aclarar los cables sueltos y la maraña de corrupción que rodeó al jefe guerrillero, dado de baja en 2015, usted merecía haber salido hace rato por la puerta de atrás.

Salud Hernández-Mora
12 de diciembre de 2020

Sabía que lo iban a matar. Por su tono de voz, era evidente que el sargento Copete hacía un esfuerzo sobrehumano para tragarse el pánico. Siempre decía que prefería suicidarse antes que dejarse agarrar por Megateo. Y ahora lo tenía enfrente, interrogándole antes de ordenar torturarlo.

–“La vida suya está en manos de nosotros. A nosotros nos sirve que nos colabore”, sugiere Megateo en tono sereno. –“Pregunte”, responde el suboficial.

La noche anterior lo habían sacado dormido de Ocaña, Norte de Santander. Lo drogaron con alguna sustancia en la pieza donde se había instalado. Luego lo trasladaron a una casa abandonada, solitaria, enclavada en una ladera boscosa, entre La Vega de San Antonio y el caserío Guayabón, feudo del EPL, a unas cuatro horas de distancia.

Carlos Andrés Copete debió lamentar el grave error de volver al pueblo donde residió el año y medio que estuvo infiltrado en las filas de Megateo. Pero fue su jefe el que lo mandó llamar, aunque ya había dejado el cargo. Estaba en Bogotá para el curso de ascenso cuando recibió la orden de viajar.

En la grabación se ve a Copete sentado en una colchoneta. Megateo, vestido con camisa y jean, reloj, pulsera y anillos de oro, sobre una caja. El líder más temido del EPL quiere que le revele de todo. Copete responde algunas preguntas.–“Uno no tiene la capacidad de conocer la información al detalle”, se defiende el sargento.

Megateo no le cree. Anuncia que se retira para que medite y haga memoria, porque no le ha dicho gran cosa. Retornará con la esperanza de que no oculte nada.

Cuando regresa, comienza el martirio. Le rompieron los huesos de las manos, los dientes, le destrozaron la mandíbula y los pómulos. Después de un tormento lento, lo acribillaron a balazos: 33 impactos.

Megateo filmó la matanza para advertir de las consecuencias de traicionarlo. Se había creído que Copete era un sargento corrupto al que compraba información, hasta que un militar le contó que en realidad se trataba de un integrante de inteligencia de la Rime 2, con sede en Bucaramanga, y tenía por objetivo capturarlo o que lo dieran de baja.

Desde que murió asesinado, el 15 de diciembre de 2011, la investigación sobre los cómplices del crimen yace en alguna gaveta de la Fiscalía.

Le cuento todo esto, coronel, porque después de escuchar sus entrevistas de la semana pasada, en las que hizo gala de un desvergonzado cinismo, y leer su carta de despedida del Ejército, pareciera que olvidó el pasado.

Los dos hablamos en una ocasión, en su elegante oficina donde elaboraba la doctrina Damasco, acerca de la muerte de Copete y mi convicción de que usted, que era su jefe directo, escondía secretos para salvar su responsabilidad.

Voy a refrescarle la memoria.

Agosto de 2010. Copete se infiltra en la estructura de Megateo y logra establecer una relación de confianza con quien era un objetivo prioritario. Cabe recordar que en 2006 masacró a diez agentes del DAS y seis soldados que participaban en un operativo para apresarlo. Usted, coronel, adoptó el nombre de Joaquín para todo lo relacionado con Megateo y el sargento el de Junior, algo común en labores de inteligencia. Durante el año y medio que duró la comisión, Megateo entregó a Copete un total de 117 millones de pesos por los servicios prestados, tales como avisar de un movimiento de tropas, información concertada con inteligencia. Según recibía plata, Copete se la mandaba a usted, su superior, a Bucaramanga, para que la guardara en una caja fuerte del Ejército, controlada por un fiscal de Bogotá, puesto que pasaba a ser dinero estatal. Eso relataba Copete.

La cifra de 117 la dieron guerrilleros del EPL cuando celebraron su asesinato. “La porquería esa”, decían refiriéndose a Copete, había “traicionado al patrón”, era un infiltrado y no tenía perdón.

¿Le suenan, coronel, los alias de los informantes Gasolino y Sargento Andrés? Al primero lo asesinaron y no sé si el segundo sigue vivo. Podrían averiguarlo porque fueron claves en la tarea de Copete y seguro que en algún momento le sirvieron de confidentes.

Noviembre de 2011. Copete comenta a sus conocidos que deja Ocaña para emprender el curso de ascenso al año siguiente. Pero estaba inquieto, temía que Megateo conociera su verdadera identidad por alguna filtración. Y varias fuentes aseguran que sospechaba de usted, coronel Rojas.

No obstante, sentía una cierta tranquilidad al instalarse en Bogotá con su familia y no tener que ir más a Norte de Santander.  Para sorpresa de sus amigos, sin embargo, el 14 de diciembre está de vuelta en Ocaña. Dijo que usted lo había mandado regresar. En ese punto las versiones varían. Una indica que usted lo necesitaba para hacer ese diciembre la ansiada operación contra Megateo, y que Copete, olvidando el riesgo que corría, le dijo a un amigo: “Nos vamos a llenar de gloria”.

La otra me la dio usted en su oficina: Copete quería cerrar el apartamento y recoger algunas cosas. Pero choca con gente de Ocaña que afirma que dejó todo zanjado antes de marchar a Bogotá. Lo seguro es que nunca debió retornar bajo ninguna excusa.  Un último apunte. Copete comentaba que Megateo dio 2.000 millones a un general de división y usted lo supo.

En lo que coincidimos todos los que hemos buceado un poco en la historia es que a Copete lo traicionó un compañero. Quizá sabía demasiado y alguien pudo enterarse de que había acudido al búnker de la Fiscalía en Bogotá para dejar constancia de algo sucio relacionado con su trabajo. Por tanto, suponía un peligro para los uniformados corruptos. Había que eliminarlo y Megateo haría encantado el trabajo.

Solo por no impulsar esa investigación, por no aclarar los cables sueltos y la maraña de corrupción que rodeó al jefe guerrillero, dado de baja en 2015, usted merecía haber salido hace rato por la puerta de atrás.