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Angelino va a la luna

La obsesión de Angelino por comer es inversamente proporcional a sus conocimientos espaciales.

Daniel Samper Ospina
9 de julio de 2011

Pensaba escribir sobre la agencia espacial que está promoviendo Angelino -con la idea de que Colombia mande al espacio un satélite propio que costaría más de 250 millones de dólares- para rogarle públicamente que desista de esa idea. De verdad.

No es necesario. Si en la 26 hay más cráteres que en la Luna, ¿para qué embarcar al país en una carrera espacial a estas alturas de la vida? ¿Cuál es la necesidad de que Colombia conquiste el espacio? ¿Y con qué experiencia, si lo más próximo que ha hecho Angelino a manejar un cohete es tirar voladores cuando se toma unos tragos en el bautizo de algún ahijado?

A ustedes les consta que siempre he sido admirador del vicepresidente. Lo apoyé cuando viajó a Washington como panelista, es decir, como vendedor de panela, asunto que realizó con gran éxito. Y le expresé mi solidaridad cuando se enfermó y le instalaron cinco puentes coronarios que dejaron sin presupuesto al Ministerio de Obras Públicas.

También aplaudí su tesón para superar la enfermedad, pese a que verlo hacer pilates en sudadera no fuera un espectáculo agradable para la nación. Y hoy reconozco que es un funcionario para imitar. De por sí, en la Vicepresidencia hay gente que camina detrás de él imitándolo: echan la quijada para adelante, se sacan la camisa por la parte de atrás y se llevan la mano a la boca en perfecta coordinación con los movimientos que él hace mientras da cuenta de su cábano mañanero.

Pero la idea de crear una agencia espacial me parecía innecesaria. La única tecnología de propulsión a chorro que conocemos acá es la que empleó Yidis sobre las materas de Palacio. Y con Angelino como director de la NASA criolla surgen demasiadas dudas: ¿el cohete tendría forma de chorizo? ¿Se embutiría el mismo Angelino en un traje de astronauta? ¿Y en cuál, si el único vestido aislante que hay en Colombia lo usa Gina Parody para alzar bebés en Bosa?

Pensaba escribir en contra de semejante proyecto, digo, pero ante las últimas noticias cambié de parecer. Ahora creo que montar una agencia espacial colombiana es casi una necesidad.

Digo por qué: hace un par de semanas, el expresidente Uribe acusó al ministro Vargas Lleras de ir de cacería con Mancuso. Recuerdo que al principio temí que fuera cierto: si alguien sabe de la vida privada de Mancuso, ese es Uribe, quién lo niega. Pero posteriormente me pareció una tesis absurda: ¿con qué dedo se supone que iba a apretar el gatillo el ministro? ¿Iba a matar los patos a culatazos, acaso?

Mientras lamentaba esas declaraciones que dio la mano negra en contra de la media mano, me di cuenta de que el expresidente Uribe cada vez está más lunático. Lo cual, si uno cuenta con una agencia espacial, no es una mala noticia: ahí tiene el doctor Uribe un buen destino. Con mucho gusto lo mandamos a la galaxia. Nos hará falta, pero ¿para qué irse a Panamá cuando existe Saturno, que tiene anillos para todos los dedos de la mano negra?

Montémosla. Montemos la agencia. Organicemos un primer lanzamiento con Andrés Felipe Arias, el cachorrillo aventurero, la Laika colombiana, para que explore el espacio exterior y, de paso, escape de la justicia. Que llegue a la Luna. Que parcele ficticiamente el Mar de la Tranquilidad. Que asigne subsidios. Y, si todo sale bien, enviemos, ahí sí, una misión tripulada por seres humanos, o al menos por Angelino.

Para que el cohete suba, Angelino debe bajar de peso. Puede sumarse a la huelga de hambre que está haciendo Íngrid Betancourt por los prisioneros iraníes. Es una huelga estricta, que le permite comer de todo, menos harinas y dulce. Y sucede en un momento en que un documental afirma que en la Operación Jaque el gobierno sobornó a alias 'Gafas', lo cual me sorprendió: hasta hace unos días daba por hecho que alias 'Gafas' era Gina Parody.

Como sea, que Angelino baje de peso no es un reto fácil. Su obsesión por comer es inversamente proporcional a sus conocimientos en tecnología espacial. El único piloto que reconoce es el de la estufa de gas; si le hablan del Challenger, piensa en una marca de cocinas. Pero enviarlo al espacio no solo es una forma de aprovechar el diseño aerodinámico de su quijada, sino una manera práctica de salir de él.

Enemigo de la meritocracia, como es, no nombraría personal preparado en la tripulación, sino a sus amigos politiqueros, como ya lo hizo con la Comisión de Reparación. Ni siquiera tendría en cuenta a Mockus, el astronauta más grande que ha dado Colombia.

Pero es un pago menor para no tener que aguantarlo metiéndose en todos los temas, a todas horas: propone lanzar satélites, pelea con Vargas Lleras, dice que está preparado en caso de que Santos se muera. Y demás impertinencias semejantes.

Montemos, pues, la agencia. Como la gringa, construyamos la sede en Pasadena, abajito de la 100. Utilicemos las orejas de Plinio como antenas parabólicas. Fabriquemos una cápsula de queso de cabeza por si le da hambre; pidámosle la sonda a Chávez, para que tenga una sonda espacial. Y salgamos de Angelino de una vez. El universo, al igual que su abdomen y su apetito burocrático, es infinito y se halla en expansión. Lo imagino con su traje de astronauta, idéntico al muñeco de Michelín, rebotando lentamente en la llanura lunar, y me emociono. Sería un pequeño paso para él, pero un paso gigante para Colombia.

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