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Londoño, el editor

Tan pronto como Vargas Llosa dijo que el texto parecía escrito con los pies, muchas miradas se posaron de inmediato sobre el doctor Londoño.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
11 de octubre de 2014

Me pareció infame que acusaran a Fernando Londoño de haber editado de manera burda una columna de Vargas Llosa con el ánimo de torpedear el proceso de paz. Dentro de las múltiples virtudes periodísticas del doctor Londoño, no dudo de que se encuentre la de editar textos, cómo no, y habría sido apenas natural que el exministro se otorgara a sí mismo la licencia de meterle un poquito de mano negra al artículo del nobel para que ganara en vehemencia.

Yo sí notaba un dejo grecoquimbaya en algunas columnas del escritor peruano, no digo que no; y encontraba extraño en un autor extranjero las profusas referencias victoriosas a Fernando Londoño y Londoño, o las loas, un poco fuera de lugar, a los relojes de marca Rolex, y aun ese párrafo que irrumpía de manera súbita, como una suerte de añadido, en que el nobel limeño elogiaba las empanadillas del Club El Nogal.

Pero no ahondé en sospechas porque conozco al doctor Londoño y sé de la pulcritud en todo su accionar. Y por accionar ya sabemos a qué me refiero: al manejo que suele dar a las acciones.

De ahí que acusarlo de reparchar columnas ajenas me parecía un acto injusto, en especial por la forma en que todo se dio: porque tan pronto como Vargas Llosa dijo que el texto parecía escrito con los pies, muchas miradas se posaron de inmediato sobre el doctor Londoño, como si su cuidada prosa no fuera esa suerte de altar dorado, aturdido de joyas y exclamaciones, ante cuya presencia solo resta postrarse de rodillas. Y rezar. Para que termine.

Está bien. Supongamos, en gracia de discusión, que el exministro fue el artífice, no hablemos de la “edición”, porque el término es desobligante, sino de la ‘interceptación gramatical y semántica’ de una columna del premio nobel. En ese caso, lo habría hecho motivado únicamente por el bien de la patria, y la columna, reconozcámoslo de una vez, habría quedado mejor; por lo menos más expresiva.

Pero sé que no fue así porque, como uribista que se respete, el doctor Londoño siempre ha observado las más estrictas normas éticas a lo largo de toda su vida. Y cuando digo que las ha observado, lo hago de modo literal: las normas éticas pasan, y él las observa. De modo que si el egregio hijo de Manizales afirma que jamás tocó la columna en cuestión, sino que la colgó en la página de su medio tal y como circulaba, yo creo en su inocencia. Y tengo cómo comprobarla.

Y la prueba es que, desmesurado y poco tímido como es, si el doctor Londoño se hubiera animado a editar a Vargas Llosa de verdad, estoy seguro de que no se limitaría a meterle tijera a una simple columna, sino a las obras completas del nobel. Y hoy por hoy el editorial ‘La hora de la verdad’ habría reeditado todas las novelas del peruano con el auspicio de Invercolsa.

Las obras podrían alterarse un poco, lo digo de antemano, y quizá quedarían algo ladeadas en favor del uribismo. En Conversación en La catedral aparecería José Obdulio Gaviria como personaje central visitando noblemente a su primo hermano en la prisión. La protagonista de Travesuras de la niña mala sería Piedad Córdoba. Lituma en Los Andes contaría la historia de un compañerito de Tomás y Jerónimo que estudia en esa universidad con ellos y les plagia un trabajo. La ciudad y los perros sucedería en Bogotá y relataría la forma en que Bacatá es sodomizada por Pacho. Y me refiero a Pacho, el perro de Londoño: un labrador dorado, como su prosa, al que bautizó de esa manera, lo juro, imagino que inspirado en Uribe, quien también tiene una mascota que se llama Pacho, ustedes saben lo que digo. Todos los uribistas quieren parecerse al jefe de Los jefes aun en esos detalles. Bien. El personaje central de Los cachorros sería Pichulita Santos, asistiría a una escuela de cadetes en donde recibiría clases del almirante Arango Bacci, y sería víctima de una mordida tremenda por parte de Pacho, la mascota de Uribe, en plena zona de despeje. Lo cual nos llevaría a la nueva versión de La guerra del fin del mundo: una epopeya eterna protagonizada por los bandidos de las Farc y el uribismo en la que no hay salidas negociadas y la guerra acaba cuando acaba el país. Su protagonista sería un presidente bajito y autoritario que, por defender los intereses superiores de la patria, se la pasa infringiendo la ley. Se diría que parece inspirado en Fujimori, pero el ribete cómico de que tome café montado en una potranca lo diferencia de cualquier historia del Perú.

Sépanlo todos: el doctor Londoño es un intachable intelectual de derecha que no necesita adulterar el escrito de ninguno de sus pares, mucho menos de Vargas Llosa. A lo sumo se animaría a remendar un artículo de Vargas Lleras. O quizá de Vargas Vil, el actor que protagonizará la versión colombiana de La guerra del fin del mundo cuando la lleven a cine, con el auspicio de los accionistas de Invercolsa. Porque sería una película de acción.

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