Luis Carlos Vélez Columna Semana

Opinión

¿El centro existe?

Insistir en un centro inexistente es romantizar un vacío. A veces la realidad política es simple: los países votan por quien les promete lo que más necesitan. Y hoy Colombia lo que necesita y exige es orden. No matices. No grises. No tecnicismos.

Luis Carlos Vélez
15 de noviembre de 2025

Esta semana tuve una intensa conversación con un amigo por chat y con otro frente a un café, y los dos sostenían lo mismo: el centro será clave en las elecciones. Ambos repetían dos cosas: los extremos no ganarán en Colombia y Roy Barreras, aunque muy cuestionado, podría ser una solución. Los escuché, analicé y decidí responderles de manera más clara con las palabras. El resumen: están equivocados. Me explico.

Durante años nos hemos narrado el cuento de que en Colombia existe un “centro político” robusto, sofisticado y listo para ofrecer una salida sensata frente a la polarización. Pero la evidencia empírica –no la narrativa aspiracional– muestra algo distinto: el centro, tal como se le conoció, dejó de existir. No solo en Colombia. En el mundo.

En los últimos 18 meses, las grandes democracias han demostrado que las zonas moderadas del espectro político fueron absorbidas por polos fuertes, emocionalmente cargados y capaces de conectar con electores cansados de la tibieza programática.

Tres ejemplos contundentes.

Argentina: Javier Milei arrasó no porque la sociedad se volvió libertaria de la noche a la mañana, sino porque el votante dejó de ver útil o relevante una oferta centrista incapaz de interpretar el hartazgo general. El centro argentino no perdió: se evaporó.

Estados Unidos: la contienda entre Joe Biden y Donald Trump terminó convertida en una batalla binaria donde el centro no consiguió ni candidatos, ni discurso, ni emoción. El votante estadounidense está en modo tribal, no en modo moderado.

Nueva York: la llegada de Zorhan Mamdani, con una agenda ideológica frontal, demuestra que incluso en ciudades históricamente pragmáticas el péndulo se mueve hacia posiciones definidas, no hacia matices.

Me lo resumía hace poco una muy querida productora de TV por los pasillos de Univisión: “Si a la gente la ponen a escoger entre un político tradicional colmilludo y un rarito, no hay duda que la gente escogerá al segundo, así esto signifique un salto al vacío”. Ella es mexicana y para los mexicanos colmilludo es corrupto, y creo que tiene toda la razón.

Lo mismo ocurre en Europa, donde el centro se ha vuelto irrelevante frente a la fuerza de la derecha dura en Francia y al crecimiento sostenido de Vox en España. El votante global busca certezas, no ambigüedades.

En ese contexto, pretender que Colombia sea la excepción es ingenuo. Nuestro país, como tantas otras democracias, no está votando por matices técnicos: está votando por orden, autoridad y capacidad de ejecución.

Y aquí es donde entra un punto clave: en Colombia ni siquiera existe un clivaje real entre izquierda y derecha en términos ideológicos clásicos. No discutimos modelos económicos, ni visiones de Estado, ni límites al mercado. Nuestra frontera política es otra, mucho más primaria: la seguridad.

Por un lado están quienes defienden el principio elemental de autoridad. Del otro, quienes optan por relativizar el crimen organizado o abrir la puerta a acuerdos que diluyen el Estado de derecho. Ese es el verdadero eje que estructura la política colombiana. No hay más.

Bajo ese marco, el país hoy no está buscando “centro”, porque el centro no responde a la pregunta más urgente del elector: ¿quién puede restablecer el orden? Durante los últimos dos años, la inseguridad, el avance del crimen y el deterioro institucional han consolidado una demanda social clara: mano firme, no tecnocracia difusa. Los narcos matan, no dejan a la gente medio muerta. Esa es la verdadera dicotomía.

¿Y qué pasó con el centro en Colombia? Que, con algunas excepciones, terminó convirtiéndose en un refugio para operadores políticos experimentados, pero sin definición ideológica. Figuras que se presentan como moderadas solo porque no asumen posiciones claras y que confunden la tercera vía de Tony Blair –una propuesta seria, con agenda, propósito y coherencia– con el manzanillismo camaleónico que históricamente ha caracterizado a nuestra clase política.

Hay excepciones valiosas, como Enrique Peñalosa y Mauricio Cárdenas, cuyos proyectos sí reflejan visiones estructuradas del país. Pero alrededor de ellos se ha aglomerado un ecosistema político que no representa ninguna doctrina, ninguna ruta y ningún proyecto nacional. Se mueven según conveniencias, no según convicciones. Esa ambigüedad es, justamente, lo que el electorado contemporáneo rechaza.

Decir que “el centro debe esperar” o que “no debe plegarse todavía” es desconocer cómo votan los ciudadanos hoy. No estamos en un momento histórico donde la moderación tenga espacio emocional. Estamos en una era política definida por urgencias, frustraciones acumuladas y búsquedas de soluciones simples pero claras.

Por eso, más que preguntar si el centro debería existir, vale la pena hacerse una pregunta más honesta: ¿existe realmente? La respuesta, basada en los hechos, es no. El centro no tiene narrativa, no tiene emocionalidad, no tiene antagonista y no tiene propósito movilizador. Y cuando un movimiento político carece de eso, no existe en términos electorales.

Otra cosa es que ese centro, tradicionalmente, haya tenido maquinaria, pero eso cada vez más está en decadencia, ante la evidencia de que por años los políticos que compran votos han traicionado a los que venden su sufragio y no les cumplen sus promesas. La gente está entendiendo que vender el voto llena la barriga una tarde y la deja vacía por tres años y 364 días más. No vale la pena.

En las próximas elecciones Colombia votará –como lo está haciendo el mundo– entre dos visiones claras: orden o desorden. Autoridad o ambigüedad. Estado fuerte o Estado permeado. La idea de un centro que arbitra entre extremos pertenece a otra época, no a esta.

Insistir en un centro inexistente es romantizar un vacío. A veces la realidad política es simple: los países votan por quien les promete lo que más necesitan. Y hoy Colombia lo que necesita y exige es orden. No matices. No grises. No tecnicismos.

El centro, sencillamente, no existe. Y el que insista en verlo, terminará viendo un espejismo.

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