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El error

La expresión "austeridad perversa" ya es un lugar común, y no solo entre los keynesianos, sino entre los legos. Pero los dirigentes ni se mosquean.

Antonio Caballero
13 de octubre de 2012

Me llama un amigo desde Francia, sucintamente apocalíptico: “Es el final de un mundo”. Desde España me dicen: “Volvemos a los años del hambre” (como se llamaron allá los de la terrible posguerra). Y sí. Aunque exageran, claro –porque comparan lo que está pasando, la que está cayendo, con la larga época de la prosperidad, el pleno empleo y el estado del bienestar, que de golpe se fueron por el caño de la crisis- tienen razón:
las noticias de Europa son catastróficas. Desde Portugal hasta Grecia, desde Finlandia hasta Chipre, la recesión arrasa. Y ahora sale el Fondo Monetario Internacional, ese lobo feroz de los cuentos infantiles, a decir en un informe que lo de la austeridad que recomendaban él y su Caperucita Roja del Banco Mundial ha sido una equivocación. Ante lo cual los dirigentes políticos ni se mosquean; pero las bolsas se hunden, agravando la crisis. Es el resultado de la tiranía de los mercados: más que mano invisible, que no vemos, puño cerrado ciego que no ve.

(Aquí nos dicen nuestras autoridades locales que “estamos blindados” contra la crisis. No. Es que estamos acostumbrados).

Y ahora sale el FMI a decir que sus propias recetas eran un error, y que estos tres años de “políticas de ajuste” han agravado el mal que pretendían curar. Ya se sabía. Todos los economistas sensatos –es decir, los keynesianos- lo han dicho siempre: hay que ahorrar cuando se tiene plata, y no cuando hace falta. Cuando la plata hace falta, hay que gastar. Porque la economía es redonda como una naranja: el gasto del uno es el ingreso del otro. Y si alguien deja de gastar –los particulares por la razón que sea, y el Estado por miedo al lobo feroz y al puño ciego–, se para la ronda, se atasca el carrusel. Para echarlo a andar de nuevo hay que volver a gastar. Así lo demostró, hace casi ochenta años, en la práctica histórica, el gobierno de Franklin Roosevelt en los Estados Unidos cuando desbocó deliberadamente el gasto público para sacar a los Estados Unidos de la Gran Depresión en que lo habían hundido (entre otras cosas) las políticas restrictivas de Herbert Hoover. Y así lo había demostrado unos pocos años antes el gobierno nazi en la Alemania de Adolf Hitler: gastando muy por encima de sus recursos en obras públicas y en armas rescató del abismo la economía alemana.

Después provocó la Guerra Mundial. Pero ese es otro asunto. (O tal vez no). El caso es que ahora resulta converso hasta el FMI, promotor de recesiones económicas. La expresión “austeridad perversa” se ha vuelto ya un lugar común, y no solo entre los economistas keynesianos que llevan años señalando que la restricción del gasto público es dañina en tiempos de crisis porque agrava la crisis que aspira a remediar, sino entre los legos que leemos sus artículos de divulgación. Pero entre los dirigentes políticos no. Ni se mosquean. Barack Obama en los Estados Unidos se ha dejado amedrentar pro las bravuconadas de los republicanos del Congreso y está aplicando un plan cuasi-republicano de recortes. Los europeos, encabezados por el Gobierno Alemán que preside la canciller Angela Merkel, e incluido el francés de François Hollande, que en su campaña presidencial había prometido lo contrario, están en lo mismo. Y desde fuera de la “zona euro” también el primer ministro británico David Cameron advierte que la que él ha llamado “la edad de la austeridad” va a durar por lo menos una década, y que serán necesarias “más decisiones difíciles y dolorosas” (es decir, más recortes del gasto público: en educación, en salud, en pensiones de jubilación, en obras de infraestructura, en cultura: ya los museos de Londres, que no cobraban la entrada, están empezando a hacerlo); porque de no tomarlas “el Reino Unido podría no ser en el futuro lo que fue en el pasado”. ¿Un imperio? No. Ni siquiera es eso lo que añora el conservador Cameron. Es simplemente el estado paternalista de la posguerra que se mantuvo incluso bajo la mano apretada de Margaret Thatcher.

Todavía el francés Hollande, solitario, recuerda que para evitar que el futuro sea como el inalcanzable pasado o el inaceptable presente están, precisamente, todos ellos: los políticos. Comentando el tardío descubrimiento del Fondo Monetario sobre lo erróneo de sus recomendaciones, que harán más larga y dura la crisis económica, acaba de decir el presidente de Francia: –el FMI hace sus predicciones respecto a lo que existe hoy, pero el papel de los políticos es hacer que mañana no se parezca a hoy.
Eso dice. Pero no lo están haciendo.

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