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La diplomacia y la cuestión judeopalestina

No es aconsejable tomar medidas de ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, por un lado, y pretender utilizar la vía diplomática para tratar de resolverlo, por el otro.

Angelino Garzón
9 de mayo de 2024

En la tarde del día 28 de noviembre de 1947, dentro de la Sesión Plenaria de la Organización de Naciones Unidas (ONU), celebrada en Flusing Meadow, Nueva York, y en la que se decidía o no la creación del Estado de Israel, fue especialmente resaltable la magnífica, valiente, medida y clara intervención del que fuera presidente de la República de Colombia y en ese momento embajador de Colombia en la ONU, Alfonso López Pumarejo.

En su intervención, López Pumarejo resaltó ciertos aspectos que suponían contradicciones, tales como el dudoso consenso para determinar la creación de ese Estado, en el sentido de que, por un lado, estaba el voto en bloque de países árabes y al que se añadían otros países como Francia, Reino Unido o China, por ejemplo, frente a otro bloque curiosa y extrañamente liderado por dos superpotencias absolutamente contrapuestas ideológicamente, como era la comunista Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la capitalista Estados Unidos votando a favor de la creación del Estado de Israel.

López Pumarejo, además de resaltar estas contradicciones, aludió al hecho de que no se daban los consensos necesarios para tomar la decisión y que se necesitaba tiempo y un debate más amplio y sosegado, de mayor calado, que permitiera tomar una postura más acorde con el problema. En el fondo, lo que estaba reclamando era un ejercicio mayor, más intenso de la diplomacia, algo que se obvió. En coherencia con lo expuesto, Colombia decidió abstenerse en la votación y finalmente las presiones de las dos grandes potencias supusieron la creación del Estado de Israel.

Por mi experiencia como embajador de Colombia ante el Sistema de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, Suiza, imagino que, a día de hoy, probablemente López Pumarejo seguiría pensando lo mismo y hago mío ese pensamiento, el cual me lleva a deducir que las guerras tienen ante todo vencidos, y siempre un derrotado: el género humano. En la paz impuesta tras cualquier guerra, siempre nacen o subyacen soberbias y prepotencia por parte de unos, y humillación y sensaciones de sometimiento y esclavitud por parte de otros. Es decir, el humus creador y prolongador de renovados odios.

En estos tiempos convulsos que vivimos, infelizmente el mundo parece entrar en un lenguaje prebélico, incluso abiertamente bélico, para adelantar soluciones a conflictos en los que se aparta de manera obscena a la diplomacia.

En el nuevo repunte, insoportablemente violento y aniquilador, del histórico y complejo conflicto judeopalestino, debemos exigir la emergencia de la diplomacia como herramienta que calme y nos aleje del lenguaje bélico y, con ella, ejercer el diálogo entre países que, puestos de acuerdo en la proposición de medidas pactadas conjuntamente, permitan parar al menos las acciones terroristas, secuestros, masacres, lograr la libertad de personas secuestradas y la protección de los niños. El despliegue diplomático conjunto es lo único, en mi modesta forma de ver el asunto, de resolverlo, de acuerdo con ese espíritu de López Pumarejo.

En Europa y otros países, se están planteando apoyar la plena vigencia de un Estado Palestino, una medida que probablemente resolvería una de las fallas de la Sesión Plenaria de la ONU de 1947 y podría sentar las bases de un Estado Palestino de pleno derecho tanto en el mundo, como en la misma ONU.

Mientras tanto, posiciones que pudieran parecer sanas, tales como la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, no cabe duda de que son espectaculares, pero debemos reflexionar si son oportunas y operativas. Esas medidas que pudieran tener el beneplácito de Hamás, grupo terrorista y antisemita, podrían estar, curiosamente, afectando a la instauración y consolidación de un Estado Palestino de pleno derecho en el concierto internacional, porque Hamás no es el Estado Palestino, ni lo es ni puede suplantar, ahora mismo a la Autoridad Palestina.

Para concluir, pienso que Colombia debe insertarse en el creciente grupo de países que abogan por salidas diplomáticas y están trabajando por una solución razonable y digna para el pueblo palestino. En esa perspectiva, no es aconsejable tomar medidas de ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, por un lado, y pretender utilizar la vía diplomática para tratar de resolverlo, por el otro. Hay un cierto contrasentido en esto y tal vez por desconocimiento o precipitación, quien crea con ello estar defendiendo los intereses palestinos, indirectamente, puede estar favoreciendo a los sectores políticos y religiosos más radicales de Israel y, en todo caso, el enquistamiento trágico y mortal del conflicto judeopalestino.

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