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El exilio de Edmundo

No estamos hablando de un Gobierno, estamos frente a una dictadura criminal, mafiosa, que se equivoca todos los días, pero que tiene el aparato represor en su mano.

Francisco Santos
14 de septiembre de 2024

En primera instancia, debemos cambiar los términos que hoy utilizamos cuando nos referimos a los distintos actores políticos de Venezuela. Primero, lo que antes llamábamos la oposición es el Gobierno electo, que debe tomar posesión el próximo 10 de enero. Y, segundo, el régimen de Nicolás Maduro es la dictadura que está usurpando la decisión democrática de millones de venezolanos.

Luego de aclarar cómo el cambio profundo que se dio en Venezuela con las elecciones del pasado 28 de julio dejó como resultado una dictadura radical y un Gobierno electo legítimo, podemos entrar a analizar esa noticia triste y difícil de digerir del exilio del presidente electo, Edmundo González Urrutia. Su exilio me dio en el alma y en el corazón, máxime cuando me recordó, guardadas las proporciones, obviamente, el momento en el que me tocó salir de Colombia, pues las Farc me iban a asesinar. La verdad, esa decisión, que de ninguna manera se puede cuestionar, pues el temor y la preservación de la vida es un asunto individual, tiene mucho de bueno y de malo. Pero no nos digamos mentiras, por ahora, es un triunfo de la dictadura, que si se juega bien por parte de Edmundo puede ser su más grande error.

Maduro y la dictadura anunciaron el exilio como si hubieran derrotado al Gobierno legítimo. Lo presentaron como una división entre María Corina Machado y Edmundo, y el comienzo de una normalización que acompañaron con todo tipo de propuestas de diálogos en el interior del país. A partir de ese triunfo momentáneo, las cosas han comenzado a cambiar. Primero, Edmundo en varias comunicaciones zanjó cualquier duda de división, y el reconocimiento del Parlamento español a González como presidente electo muestra uno de los caminos para seguir.

Asimismo, el canciller español desmintió a Delcy Rodríguez, vicepresidenta de la dictadura, al negar que había una transacción acordada entre los dos países. La reacción de la cleptocracia venezolana a este reconocimiento con la propuesta de romper relaciones muestra la fragilidad y el aislamiento en el que están, además de dejar en claro que esa jugada que planteaba una “normalización” no les sirvió. Lo sucedido muestra, también, los límites del más importante aliado de la dictadura en el mundo occidental: el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.

Al preservar su vida y su libertad, que no está del todo garantizada, pues en España operan los rusos, el aparato represor venezolano, la DGCIM y los cubanos, González y el Gobierno electo tienen mucho trabajo por hacer tanto en Europa como Norteamérica. Lo primero es lograr ese mismo reconocimiento en otros países, lo que incrementa el aislamiento de la dictadura venezolana, y, en especial, en Estados Unidos, impedir una normalización de relaciones con Maduro y sus secuaces. Es más, en este último país parte de su tarea es convertirse en el vocero de sanciones más duras y efectivas contra la cleptocracia y sus familias.

Otro papel fundamental que debe jugar González, quien es un presidente electo, no olvidemos, es organizar a la diáspora y los líderes de la diáspora con objetivos concretos. El primero, a través de todo tipo de manifestaciones en La Haya y en Bruselas, lograr que la Corte Penal Internacional (CPI) dicte las órdenes de captura contra Maduro y contra los investigados por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Esa presión se hace cada día más necesaria. Segundo, mantener a la diáspora activa en las capitales con todo tipo de acción política muy estratégica para mantener la presión sobre la dictadura y que la normalización que pretenden no se dé. Una gira, como en campaña, de las principales capitales del mundo y de ciudades en Estados Unidos con manifestaciones en cada una de ellas de grandes grupos de venezolanos sería un buen comienzo.

El Gobierno electo de Edmundo González tiene una legitimidad incuestionable y eso lo diferencia del Gobierno interino de Juan Guaidó, que el Gobierno de Joe Biden entregó a Maduro a cambio de nada. Esa legitimidad es lo que le permite maniobrar afuera y generarle todo tipo de problemas a una dictadura que está enclenque de por sí y que está reventada por dentro.

El odio de Diosdado hacia Maduro no ha cambiado, y hoy este mafioso, que, entre otras, perdió varios cargamentos inmensos la semana pasada, tiene un poder que nunca tuvo y que muchos opinan no demora en utilizar para acabar con los rivales de la cleptocracia. “La dictadura venezolana es como un cohete que está perdiendo piezas cada segundo”, dice un alto funcionario norteamericano. Con un empujón, que aún no sabemos de dónde va a venir, ese castillo de naipes se derrumba.

De todas maneras, y sin perder el optimismo y las ganas de luchar por el regreso de la democracia, la salida de Edmundo de Venezuela no solo es un campanazo de alerta de lo que está dispuesta a hacer la dictadura, sino el riesgo que corre María Corina cada día que pasa. No estamos hablando de un Gobierno, estamos frente a una dictadura criminal, mafiosa, que se equivoca todos los días, pero que tiene el aparato represor en su mano.

Edmundo tiene un papel para jugar, subir el costo de la dictadura y su falta de legitimidad hasta el punto de que entiendan que negocian una salida o acaban como Manuel Antonio Noriega en 1989 o Muamar Gadafi en 2011, en una operación cuya legitimidad sea incuestionable. Aún tienen algo de tiempo. Vamos a ver.

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