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¿Condenados al castrochavismo?

La inquietud colombiana, por la entrada que tendrán las FARC al escenario electoral sobre nuestro sistema político, es frecuente en el proceso de paz.

Julia Londoño, Julia Londoño
5 de septiembre de 2016

Una de las preguntas más importantes sobre los efectos del proceso de paz en Colombia tiene que ver con el impacto que el acuerdo de paz y la entrada de las FARC al escenario electoral tendrán sobre nuestro sistema político.

La tesis más recurrente por estos días es que caerá sobre nosotros el castro chavismo. La idea es más propaganda electoral que análisis serio, pero encierra una gran paradoja y es el reconocimiento de que sin el uso de las armas la izquierda obtendría de inmediato el apoyo de las mayorías.

La hipótesis, difundida por la ultra derecha para asustar a sus huestes, parecería entonces una confesión, pues de ser cierta, implicaría que sin la represión del Estado sobre la izquierda, ésta ya estaría gobernando, que es justo lo que creen las FARC.

Ahora bien, que los extremos se junten y coincidan en las dos caras de la hipótesis que les conviene; a unos para enardecer a sus seguidores y a los otros para presentar como víctimas, no significa que tengan la razón.

Pero si dejamos a un lado la mencionada propaganda y la paradoja que implica e intentamos un análisis objetivo, no se observa que en el corto plazo se pueda dar un triunfo de la izquierda. Aunque sí es probable que crezca su caudal electoral.

La izquierda tiene más opción de hacer crecer su votación por dos razones. Primero, porque el ingreso de nuevos grupos poblacionales antes inhibidos por las FARC permitirá incrementar la votación de la izquierda y segundo, porque una importante masa de votantes urbanos que antes no se acercaban a la izquierda por el repudio a la violencia pueden empezar a votar más por ese tipo de opciones. Un fenómeno parecido al de Bogotá puede empezar a esparcirse por las grandes ciudades y facilitar el crecimiento de la izquierda en las capas medias.

Este crecimiento de la izquierda no va a ser inmediato, y sobre todo va a tener que pasar tanto por la recomposición de sus liderazgos como por la redefinición de sus plataformas para conquistar esos votantes urbanos que hasta ahora les han sido esquivos. Actualmente conviven muchos e importantes liderazgos en partidos como el Polo Democrático, pero también hay líderes de izquierda en el Partido Verde y en movimientos como el progresismo, con el ingreso de las FARC a la vida legal puede producirse una reagrupación o una intensa batalla electoral para ver cual modelo de izquierda tiene el apoyo popular. Una reagrupación conseguirá posiblemente un mensaje más centrista para recoger los distintos matices. Una confrontación llevará a la radicalización de las distintas vertientes.

Pero incluso en el caso que sectores radicales consigan liderar la izquierda esto no significa que consigan las mayorías para gobernar y tampoco que puedan llevar a cabo un programa radical desde el gobierno.

Para alcanzar la mayoría electoral, con la composición actual, tendrían que hacer coaliciones con el centro político del espectro. Especialmente los verdes y los liberales. Esa sola condición llevaría a matizar sus propuestas. Solo en el caso de una radicalización muy intensa con la derecha los partidos de centro desaparecerían, esta situación sólo es posible como consecuencia de dos hechos. El primero, es una crisis económica fuerte, que lleve a rechazar la gestión de las elites y a buscar alternativas por fuera del establecimiento. La segunda opción es que crezca la intensidad del rechazo a la corrupción y el clientelismo, y aparezca un voto de rechazo a los partidos tradicionales y sus sucedáneos (conservadores, liberales, la U, Cambio Radical). Este fue el escenario que hizo posible el despegue de Chávez.

En el caso altamente improbable de que se produzca esta sucesión de hipótesis, es decir, el predominio y aceptación de un discurso radical entre los sectores de la izquierda y luego la desaparición de los partidos de centro tradicionales aún quedaría un último obstáculo, y es la posibilidad real de gobernar con un programa radical. En este caso conviene examinar qué fue lo que hizo posible el modelo Cubano y el venezolano.

En el caso de la isla, el gobierno castrista fue posible gracias al apoyo económico extranjero, primero la Unión Soviética, luego China y Venezuela. Sin padrinazgo económico hubiese sido casi imposible mantener el modelo comunista en Cuba. En el caso venezolano, la renta petrolera permitió la estatización de la economía y el control de las instituciones por parte de quien accede al control de dicha renta. Si se compara el caso colombiano no resulta viable que desde el gobierno se logre estatizar la economía sino más bien al revés, un gobierno de izquierda tendrá que hacer muchas concesiones, al estilo chileno, a los sectores económicos establecidos y favorecer un ejercicio plural del gobierno.

La paz implica que, por supuesto, la izquierda tenga la oportunidad de gobernar, y completar así la alternancia que consolide la democracia colombiana. Pero para que la izquierda llegue al poder será más fácil hacerlo por la vía de la moderación y las alianzas que por la de una propuesta radical. Un programa de “socialismo del siglo XXI” para Colombia no parece viable electoralmente ni posible de ejecutar desde el gobierno, pero desde ya, bienvenido ese debate, sin armas. De eso trata la paz.

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